NI ESTE NI ESTA

Si ya es dura la resaca eurovisiva per sé, como dirían algunos, la reinserción en la vida normal se vuelve mucho más pesada con el gremio de los cuñados pitagóricos que se esfuerzan, en tu presencia y a sabiendas, en hurgar en la sana imagen del festival. El sujeto antieurovisivo se cree muy listo, vaya […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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NI ESTE NI ESTA

Si ya es dura la resaca eurovisiva per sé, como dirían algunos, la reinserción en la vida normal se vuelve mucho más pesada con el gremio de los cuñados pitagóricos que se esfuerzan, en tu presencia y a sabiendas, en hurgar en la sana imagen del festival. El sujeto antieurovisivo se cree muy listo, vaya si se lo cree. Es fácil identificarlos. Las características que le definen son tan obvias cual ganador del Barbara Dex -encantado, Gisela-. Y aunque de una forma mayoritaria se encarnen en el consabido cuñado, no hay que descartar que se presenten en otras formas, tales como un compañero de trabajo, la mariliendres, la vecina churretera o la novia de inteligencia suprema. Todos sabemos quiénes son, y se aprovechan de la enorme capacidad de resistencia que el colectivo eurovisivo ha desarrollado en año de San Rodolfo Chikilisexta -¡¡RIP, RIP, hurra!!-. Eso era hasta ahora, ha llegado el momento de la lucha (dialéctica, claro). ¡A por ellos, espartanos!

Es difícil destacar un sólo prejuicio, pero el que estoy más soberanamente aburrido de rebatir es: "como todos los del este se votan entre sí, siempre ganará alguno de ellos". Perdóneme, cuñado -yo es que le trato de usted irónico… Esto ya es deformación familiar, lo sé- pero ya puede salir del búnker, que la Guerra Fría terminó hace dos décadas, y debería echar un ojillo al mapa europeo, por si le sale en el Trivial, digo. A Eurovisión, el bloque del este ha llegado tarde. Las reticencias de un concurso occidental a la entrada de las empobrecidas televisiones públicas excomunistas tuvieron que terminarse, tras años de eliminaciones y "países pasivos", cuando se pusieron en práctica las gloriosas semifinales en Estambul. Demasiado les ha costado llegar como para que ahora se desprecie su calidad musical y su seriedad con el formato. Sacar a flote este puntito xenófobo es un excelente argumento, pero un tanto embarazoso, y demasiado polémicas son ya siempre las reuniones familiares.

Es mejor reconducir la conversación, y antes de que se sienta ofendido y nos deje con la réplica en la boca, hay que hacerle esta pregunta: "¿dónde empieza para usted el este?". Y una vez que trague la miga de pan, no le dejéis contestar, fusiladle a preguntas de las que evidencian con sutileza: "¿la República Checa lo es?", "¿Me quiere decir que hemos colocado ya a Letonia entre los que votan por vecinismo a Bulgaria?", "¿Cree que Georgia y Montenegro hacen frontera?", "¿Sabía que la distancia entre Belgrado y Moscú es casi la misma que entre Barcelona y Varsovia?", "¿No cree que es nuestra visión occidentalista la que nos condiciona a ver a más de media Europa como un sólo bloque?". Que vea que Eurovisión es un programa educativo, y si no, que pregunten por la capital de Armenia. Pero si la geografía no es su fuerte y este argumento no le llega, hay que explicarle que algunos grupos de estos países, al tener un pasado común, tienen una cultura común, y los cantantes que triunfan en Bosnia, lo hacen también en Macedonia, y que los gustos de Bielorrusia son calcados a los rusos.

Otra técnica es probar con las matemáticas,
y explicarle con boli y servilleta que los puntos de esos países no suman tantos como para que ganen, que el bloque occidental -si realmente es un bloque- también vota a los conspiradores orientales. Pero si nuestro cuñado es de lenta eficacia mental o suicida, y aún tiene ganas de sostener este argumento, soltadle un "pues mira, sí, esta es su década, como de las Islas Británicas fueron los 90, o los inicios para los francófonos". Pero lo mejor está en el final: si podéis acabar la conversación proclamando a viva voz el descomunal tamaño de la mancha de langostino que el cuñado se ha colocado en la solapa como consecuencia directa de la emoción puesta en la defensa de sus argumentos, pues genial.

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