¿Conservadurismo o revolución? El eterno dilema en Sanremo
Al contrario de los grandes festivales de la canción, Sanremo puede ser denominado un “festival de autor” en el que la RAI delega en una sola persona -y su equipo- el camino que ha de tomar cada edición. Desde la selección de canciones pasando por el reglamento, el sistema de votación, las escaletas, la escenografía, el estilo de realización televisiva, los invitados, etc…
Siempre digo a mis conocidos que estudiar la historia de Sanremo no es igual a estudiar la de Eurovisión. No basta con escuchar las canciones y memorizar la clasificación de cada año sino que entra una gran cantidad de variables que hay que tener presentes para conocer y sobre todo entender los diferentes ciclos y contextos por los que ha pasado el festival en sus setenta años de historia. Pero si hay una variable imprescindible en ese aprendizaje es sin duda la dirección artística por ese cariz que se comentaba antes de “festival de autor”. Sanremo es, en definitiva, lo que su director artístico quiere que sea.
Desde el precursor Giulio Razzi al último Amadeus ha habido diferentes tipos de directores artísticos: El autoritarismo de Achille Cajafa, la grandeza de Gianni Ravera, la dirección ad-hoc de Elio Gigante y Tony Renis, la sobriedad de Fabio Fazio… Y así hasta innumerables etiquetas a la hora de clasificarlos aunque, de todas ellas, hay dos que han supuesto el eterno dilema y debate en torno a lo que tiene que ser Sanremo: Blanco, familiar e inofensivo de la mano del pragmatismo y conservadurismo de Pippo Baudo y Paolo Bonolis, o alternativo y juvenil buen gusto de la mano de los revolucionarios Adriano Aragozzini y Mario Maffucci.
A lo largo de la historia de Sanremo se han sucedido periodos de esplendor y avance musical y otros de oscuridad y estancamiento. Curioso es que el público ha preferido los periodos de estancamiento a los de avance, y dichos avances o revoluciones no han contado en la mayoría de las ocasiones con el apoyo popular, y cuando lo han tenido no se prolongaron en el tiempo. Que los mencionados Pippo Baudo y Paolo Bonolis sean en términos de audiencia los más exitosos de los últimos 25 años con récords de audiencia hoy en día casi imbatibles no deja de ser síntoma de esa querencia a “lo familiar y blanco” del público italiano para con el festival.
Si hay una etapa que ilustra todo esto es la de Pippo Baudo, quien tuvo una política musical muy clara y muy definida. Si bien brilló en la selección de canciones, muy pocas veces se salió del prototipo de “canzone italiana” o “sanremese” en sus Campioni, mientras que los artistas y las canciones más arriesgadas se veían relegadas al Giovani. Propuestas como la de Bluvertigo en 1994, Caparezza y Daniele Silvestri en 1995 o Carmen Consoli en 1996 no pudieron pasar de esa segunda categoría. Se daba también la circunstancia de aquellos artistas, claro el ejemplo de Gianluca Grignani, que querían dar el salto a la categoría reina del festival tenían que “ablandar” su sonido y adaptarse a la mano de un Pippo Baudo casi intransigente con su mencionada política musical. Por su parte, Bluvertigo, Daniele Silvestri y Carmen Consoli no cedieron y tuvieron que esperar a que otros directores artísticos los aceptaran.
Con el final de la primera etapa de Baudo en 1996 y la triple entente de Moroder, Donaggio y Vistarini en 1997, Mario Maffucci asumió la dirección del Festival en 1998 con una primera edición cuya base musical era “pippobaudista”, pero en la que ya incluyó propuestas que en los últimos años estaban condenadas al Giovani. El indie de Niccolò Fabi y Silvia Salemi, el pop guitarrero y juvenil de Paola e Chiara, la modernización de la tradición de Avion Travel e incluso el sonido Manchester de la mano del malogrado Alex Baroni. Aquel primer pero tímido paso de Maffucci obtuvo el apoyo de una audiencia que legitimó al director artístico a acometer la revolución definitiva en 1999. “Hay que meter a Sanremo en el s.XXI de cabeza” fue el lema de Maffucci.
Sanremo’99 es uno de los festivales más avanzados y revolucionarios que se recuerdan de siempre y uno de los volantazos que ha dado un director artístico más convulsos de cuantos se han dado. Maffucci inició aquí un trienio dorado y valiente en el que por primera vez en más de una década los más jóvenes veían en el Ariston un lugar de referencia y en el que la crítica podía alabar el nivel de las canciones. Con el rock alternativo y denso de Daniele Silvestri, el no tan denso pero igual de alternativo de Irene Grandi, Paola Turci y Elisa, la vanguardia aplicada a la canción napolitana de Nino D’Angelo, el giro a la electrónica de Anna Oxa que le dio su segundo triunfo en el ‘99, el indie irónico y chispeante de Max Gazzè, la enorme sensibilidad de Samuele Bersani, el trip-hop de Subsonica, el jazz electrónico y experimental de Quintorigo y por último el minimalismo de Bluvertigo, los discípulos de Battiato con Morgan a la cabeza.
La revolución Maffucci no solo fue musical sino también escenográfica y televisiva. Por primera vez desde 1991, la iluminación y la realización eran las grandes protagonistas en pantalla, dejando atrás el rancionismo de los escenario estáticos, blancos y recargados de Gaetano Castelli y dando paso a escenarios modernos y con perspectiva que tuvo como clímax el diseñado por Mario Catalano en 2001, pionero en el uso de grandes pantallas LEDs como elemento principal.
Pero la audiencia manda y a pesar de los grandes avances y de la presentación de Rafaella Carrà y Fiorello en 2001 se firmó el peor share de la historia del festival hasta ese momento lo que acabó con Maffucci fuera de la dirección artística… y con el retorno de Pippo Baudo. Y así, en solo un año, el trabajo de Maffucci de adentrar el festival a velocidad de crucero al s. XXI fue destruido de un plumazo. Sanremo perdió de nuevo una década de evolución y volvió el “pippobaudismo” en su máxima expresión. Volvíamos a los escenarios blancos y estáticos de Castelli con sus floreros y sus luces inmóviles y a la retahíla de baladas clásicas italianas, neutralizando la floreciente primavera musical que se vivió bajo el mandato de Maffucci.
Pero… ¿qué es ser revolucionario en Sanremo? ¿Meter indie a palé en el festival o tener una mayor amplitud de miras con un criterio musical definido? Porque si hay que señalar al último gran revolucionario, como fue Carlo Conti en 2015, no es porque lo convirtiese en un festival alternativo -más bien al contrario ya que redujo el indie con respecto a su antecesor Fabio Fazio- sino porque lo transformó por primera vez desde Adriano Aragozzini en un gran evento pop.
Aragozzini, de hecho, fue el referente para Conti no solo en el carácter pop que quiso imprimir sino en la consecución de “cabezas de cartel” que fuesen grandes ganchos para el público. Si Aragozzini logró a Pooh en 1990, el duelo de titanes entre Riccardo Cocciante y Renato Zero y el debut del mítico Pierangelo Bertoli en 1991, Conti hizo lo propio con la gran vuelta de Nek en 2015, Bluvertigo en 2016 y Paola Turci y Fiorella Mannoia en 2017.
Carlo Conti es probablemente el director artístico más influyente de los últimos 20 años, ya no solo por esos cabezas de cartel, sino también por una gran audacia en lograr el equilibrio de la Italia familiar y conservadora, con propuestas como la de Il Volo, Stadio, Dolcenera, Al Bano o Fiorella, sino también la de la Italia revolucionaria y que pretende mirar hacia adelante de Francesco Gabbani, Francesca Michielin, Ermal Meta, Enrico Ruggeri, Paola Turci o Nek. Mención aparte una sección Giovani, concretamente la de 2016, que fue una cantera de estrellas pop como solo el propio Aragozzini logró a finales de los 80.
Influyente porque tanto Baglioni como Amadeus, sus dos sucesores, no dudaron en tratar de seguir un legado y un camino iniciado en 2015. El cartel de artistas y la selección de canciones de Baglioni en 2019 y Amadeus en 2020 y 2021 fueron diseñados bajo los esquemas de Conti, tanto en la búsqueda de nuevos sonidos en el caso de Baglioni, como en la valentía de los nuevos nombres y bandas de Amadeus, pero tratando de encontrar ese equilibrio que Conti buscó en sus tres ediciones. Quizás, el único desliz de Amadeus en sus dos años es el de la aleatoriedad de sonidos, además de una gran falta de personalidad a la hora de seleccionar las canciones, cosa que sobraba por toneladas en Baglioni y Conti. Sin duda será su gran reto de cara a 2022, evitar el postureo en el cartel de artistas y tratar de ser más conciso y equilibrado con las canciones.
¿Revolución o conservadurismo? Al final, como todo en lo que el público italiano decide, la clave reside en el equilibrio y eso es lo que Carlo Conti supo leer como nadie.
Conversación
Sin duda a Conti la RAI le debe que muchísima gente joven no sólo de Italia sino de España también nos hayamos unido a esta joya tan desconocida en las Europas como es Sanremo!!! Veremos que nos depara este 2022 siendo Italia la anfitriona del Eurofestival!!! Muy buen y conciso artículo con lo que podría haber sido Ayala!
Revolution.Y lo primero con lo que tienen que acabar es con esas galas interminables,son muy plasta.Lo que no entrrtiene en 90 minutos amuerma en tres horas.
Pero también tengo q decir que el año 2017 fue un año de baladas espectaculares y ganó Gabbani con algo alternativo, porque era distinto, y a mí me pareció justo. Esta gente creo que sabe lo que tiene que ofrecer.