YA NO SOY UN BICHO RARO

Quería empezar mi primera columna con una breve presentación. Como no pretendo extenderme más allá de lo imprescindible, os diré que tengo 37 primaveras, que soy gallego y que estoy enganchado a esta “droga” desde aquel lejano 5 de mayo de 1990. Había visto en familia todos los festivales desde que tengo uso de razón […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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YA NO SOY UN BICHO RARO

Quería empezar mi primera columna con una breve presentación. Como no pretendo extenderme más allá de lo imprescindible, os diré que tengo 37 primaveras, que soy gallego y que estoy enganchado a esta “droga” desde aquel lejano 5 de mayo de 1990.

Había visto en familia todos los festivales desde que tengo uso de razón (mis primeros recuerdos son de Lucía). Aquella noche, sin saber la razón, pillé una cinta en blanco, la metí en el vídeo VHS y me dije: “vamos a grabar a las Moreno”. Como me sobraba espacio después de su actuación, la aproveché grabando al resto de los 22 concursantes de aquella XXXV edición del Festival.

Los días y meses siguientes ocurrió lo que tenía que ocurrir: que ponía el vídeo una y mil veces, hasta saberme los temas de memoria. Mi madre me demostraba su cabreo: “Guillermiño, hijo, Eurovisión a todas horas. ¿No te cansas?”. Estaba enamorado de Céline Carzo, de Joëlle Ursull y, sobre todo, de Lonnie Devantier y su “Hallo, Hallo”, a pesar de los extraños movimientos que la criatura danesa nos regaló en el escenario.

Pasaban los meses y cada vez tenía más ganas de que llegara el ESC de 1991, para volver a grabarlo y empezar mi colección particular. E igual en 1992, 1993… Empecé a buscar recortes sobre el festival en viejas revistas de televisión que tenía por casa y aún conservo algún álbum. Me ponía los cascos y salía a la calle oyendo temas de Eurovisión, en lugar de escuchar a Ace of Base o a Nirvana. Me compré mi primer CD recopilatorio y me enfadada con los empleados de alguna tienda de música si me aseguraban que no tenían absolutamente nada sobre el Festival. “¿Estás loco?”, me decían. “¿Tú crees que alguien compraría algo sobre Eurovisión?”.

Me sentía como cientos de vosotros: un bicho raro, al que sus amigos y su familia no comprendían demasiado. ¿Cómo te podía gustar un programa antiguo, rancio, donde las canciones no eran muy representativas de los gustos de la época?

Pero callé muchas bocas en los años siguientes. Cuando estudiaba en Santiago, conseguí que mis colegas empezaran a entender el Festival, a verlo conmigo, a disfrutar de esas 3 horas de espectáculo en directo.

En 1996 apareció Gina G. y provocó una revolución. Después de tantos años de baladas intimistas y de festivales tristes y apagados, una canción disco se oía ese verano en los pubs de mi ciudad. Me dije entonces: “esto está cambiando”. Incluso pude comprobar que ya vendían los singles de Anabel Conde o de la propia Gina en un famoso centro comercial que todos conocéis.

Le siguieron “Love shine a light” y, por supuesto, “Diva”. Lo había conseguido. Ya se hablaba de Eurovisión en el telediario, mis amigos no se perdían un festival y yo ya no era tan rarito.

En 2002 surgió el boom de Operación Triunfo y Rosa nos representó. De sentirme insignificante pasé a convertirme en uno más de la manada, porque ya todo el mundo hablaba del festival de festivales.

Como apunté el otro día en un comentario, mis gustos también evolucionaron con el propio concurso. En los 90 deseaba que la mayoría de los países presentaran canciones más modernas, más disco. Y lo fui viviendo. Ahora, me he vuelto más baladista (soy de esos que deseaba el triunfo de Patricia Kaas en 2009).

Cuando era un pibito pensaba que algún día dejaría de gustarme el Festival. No me imaginaba con mis canas y mis arrugas sentado frente al televisor un sábado de mayo. Pero han pasado 23 años, tengo canas y arrugas y estoy más “drogado” que entonces.

Si alguno de vosotros se sigue sintiendo un bicho raro, ni caso. ¿Somos un poco frikis? Pues vale. ¿Somos raros? Pues también. Pero no estamos solos. Somos miles y miles de personas repartidas en el mundo que tenemos una gran afición compartida y lo que más nos fastidiaría en esta vida es que se fueran los plomos en casa el día de la final.

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