EL AÑO EN BLANCO

Eurovisión 2020 es historia. Los amantes del festival hemos vivido un hecho único, probablemente sin ser conscientes todavía, en los 65 años del festival. Esta edición quedará en el recuerdo por ser la primera con 41 canciones, pero sin emisión, sin ganador y sin celebración, al igual que se desconocen los resultados de 1956, se perdió […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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EL AÑO EN BLANCO

Eurovisión 2020 es historia. Los amantes del festival hemos vivido un hecho único, probablemente sin ser conscientes todavía, en los 65 años del festival. Esta edición quedará en el recuerdo por ser la primera con 41 canciones, pero sin emisión, sin ganador y sin celebración, al igual que se desconocen los resultados de 1956, se perdió la copia de 1964 y tantas y tantas páginas que se siguen contando y escribiendo. 

Para todas las personas que conocemos y amamos esta historia, sin embargo, la cancelación de Eurovisión es especialmente dura, sobre todo por el simbolismo. Siempre nos han hablado de los valores del festival, la unión de un continente ahora globalizado a través de la música y la televisión, y su influencia en la cultura popular europea, y en este sentido emocional me resisto a creer y entender que en pleno Siglo XXI, después de haber superado tantos problemas y conflictos, y en estos momentos tan difíciles para todos, no haya una alternativa mejor. No obstante, no voy a criticar la decisión del Grupo de Referencia, pues considero que nadie quiere más a un hijo que un padre, y absolutamente todas las fechas del calendario se han borrado para todos en este año en blanco. 

Por encima del corazón está la razón, y cualquier otra propuesta hubiera conllevado numerosos riesgos, desde un aplazamiento a un futuro incierto, hasta una producción vía satélite que sentaría un precedente antinatural y desigual, y todo ello pasando, por supuesto, por el componente económico. La organización de Róterdam, y su desembolso, son una pieza clave. Eurovisión 2020 contaba con un presupuesto de más de 25 millones de euros, aportados entre otros por el gobierno neerlandés, su televisión pública y la región de Holanda Meridional, a la espera todos ellos de abrir una ventana al mundo, la llegada de miles de turistas, y convertirse en el epicentro musical y televisivo durante una quincena. Su negativa a perder la sede es perfectamente comprensible, y el público y los eurofans en concreto también debemos comprender de una vez por todas que el festival y todo lo que nos gusta cuesta dinero, mucho dinero. 

La propuesta actual de celebrar una edición conmemorativa el próximo 16 de mayo, con la participación de todos los países, sus cantantes, y sus canciones, a través de un programa especial que repase el presente y el pasado del concurso, me parece la mejor opción para rendir homenaje a todas esas personas que han trabajado muy duro para presentarnos su música y a todas aquellas que la esperábamos en directo o desde casa. No tendremos un vencedor, pero por mucho que nos cueste asumirlo a los apasionados de los números, es lo menos importante. De una u otra forma, el certamen estará ahí fiel a su cita, nosotros permaneceremos unidos, y el año en blanco, finalmente, tendrá algo de color.

Eurovisión volverá en 2021, avisan, más fuerte que nunca. Algunos representantes repetirán y otros no, pero la inmensa mayoría de intérpretes, autores, músicos y todos los profesionales relacionados tendrán algo que sucede muy pocas veces en la vida, una segunda oportunidad. Nos enfrentamos a unos días, semanas, meses de confinamiento que van a traducirse en una explosión artística y creativa que muy pronto comenzará a dar sus frutos, también en el festival. La vida, por suerte, continuará…

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