No han pasado ni 48 horas desde del trepidante final de Eurovisión 2021, y tal vez debería dejar unos días para reposar todo lo ocurrido, pero siento la imperiosa necesidad de redactar YA mi columna de todos los años. Tal vez porque estoy muy contento. Muy contento con el nivel de la gala, con el ganador, con los primeros clasificados y con la mayoría de los resultados, sobre todo del televoto. En mi caso, mis tres favoritos acabaron en los tres primeros puestos y las otras dos canciones de mi top 5 (Finlandia y Ucrania) fueron sexta y quita respectivamente. Como colchonero y eurofán español que soy, es raro que me salieran tantas cosas bien en el mismo día, y realmente la sensación es bastante nueva para mí, pero reconozco que es muy agradable. Sin embargo, no todo fue perfecto y, de hecho, voy a empezar por los aspectos negativos. Ya casi por costumbre.
Lo primero, el puesto de España. Creo que a ninguno nos pilla de sorpresa, pero no deja de ser decepcionante que una cadena del Big Five, con una industria musical asentada, con grupos de multitud de estilos y con más recursos que muchos países, vaya a Eurovisión a cumplir el trámite. No quiero mostrarme excesivamente crítico, porque todos sabemos lo que hay, así que simplemente diré que, por mucho que el nivel de esta edición haya sido tan bueno, es muy frustrante que tu país esté estancado en los últimos puestos y sin visos de que la cosa vaya a cambiar en el futuro próximo.
Lo segundo, ha habido varios votos sospechosos que empañan en cierto modo la imagen del festival de Eurovisión. No se trata de que un país con una gran comunidad de albaneses (esto es un ejemplo, me vale cualquier otro país) le dé puntos a Albania, se trata de que ha habido votaciones muy poco transparentes, con algunos intercambios de votos más que evidentes y algún tarjetazo también muy poco disimulado. Creo que la UER debería tomar cartas en el asunto y sancionar a las personas implicadas y, por qué no, descalificar al país en cuestión durante un par de ediciones.
Por último, aprovecho para soltar mi típico “No a los jurados”, al menos tal y como están planteados en la actualidad. Es cierto que este año la votación del jurado ha sido razonablemente comprensible, sin grandes dislates y con justos ganadores (en mi opinión), pero me da rabia que cinco personas, por muy profesionales que sean, tengan un poder tan grande en la votación. Además, es una pena que los eurofanes hayamos asumido que hay una serie de canciones que van a quedar mal por no ser de un perfil acorde a los jurados, o que demos por hecho que temas poco competitivos puedan sumar puntos de los jurados porque tal cantante “canta muy bien”, “tiene buena voz”·o por ser Suecia.
Y, hablando del rey de Roma, no sé qué pensar de Suecia este año. Su propuesta, sin ser nada del otro mundo, era bastante mejor que sus predecesoras y, sin embargo, ha quedado en un puesto mucho más discreto. ¿Estamos ante un cambio de fase, the birth of a new age? Reconozco que soy muy crítico con el país escandinavo, pero lo soy porque creo que tienen un potencial brutal y que no lo demuestran con sus candidaturas, en general bastante poco innovadoras y bastante estancadas dentro de los mismos estilos. Y lo peor es que se dejan por el camino propuestas más arriesgadas que seguramente les funcionarían mejor. Creo que un buen batacazo les vendría muy bien para tomar ese cambio de rumbo, pero no sé si un decimocuarto puesto puede considerarse como tal… Veremos con qué nos sorprende el Melodifestivalen 2022.
Y, después de haber hablado de las (pocas) cosas malas que nos deja esta edición, toca pasar a lo bueno, que es todo lo demás. Insisto: a nivel musical, esta edición me ha parecido brutal. En general, la mayoría de las candidaturas han sido francamente aceptables (además, las menos memorables se han quedado en semifinales, junto con algunas que bien merecerían un puesto en la final). También hemos tenido una buena variedad de estilos, perfiles e incluso idiomas, al menos en comparación con los últimos años.
En cuanto a los resultados, creo que la victoria de Italia (y las buenas posiciones de Francia, Suiza, Islandia, Ucrania y Finlandia, el resto de países del top 6) va a suponer un pequeño revulsivo para Eurovisión. Sí, Italia ha ganado con una propuesta arriesgada y no apta para todos los públicos, que ha hecho que más de uno ponga el grito en el cielo, pero supone el triunfo de una canción diferente, que se aleja de los estereotipos eurovisivos (¿rock en Eurovisión? ¡Qué locura! ¿Y cómo va a ganar una canción que no esté en inglés?). También es cierto que Italia ha mandado propuestas que podrían haber ganado perfectamente en el pasado y justo se ha llevado el micrófono de cristal con la menos convencional, pero es que era un conjunto ganador y creo que su apabullante puntuación en el televoto, sobre todo en un año tan bueno, hace que sea una victoria a todas luces incuestionable.
También son incuestionables el segundo puesto de Francia y el tercero de Suiza. Por primera vez desde 1995, ninguna de las canciones del podio está en inglés, como tampoco lo estaba la ucraniana, quinta clasificada. Espero que esto anime a los diferentes países a apostar por sus lenguas autóctonas y no volvamos a ver finales con veinte canciones en inglés. Y, ya que ha salido Ucrania a colación, espero también que todos los países empiecen a arriesgarse con sonidos diferentes, a apostar por la autenticidad y a alejarse de los estereotipos. O, ya puestos, que caigan en estereotipos que al menos les representen, como puede ser el caso de Finlandia. Si hay un país que asociamos con el rock (o metal, en este caso), ese es Finlandia, y no me puedo alegrar más de que Blind Channel haya reventado el televoto como lo ha hecho para conseguir ¡la segunda mejor posición histórica de Finlandia en Eurovisión!
Del resto de posiciones, también estoy muy contento con el octavo puesto de Lituania (qué pena que no quedaran un poquito mejor para superar el sexto lugar de We Are The Winners) y el noveno de Rusia, de las pocas veces en los últimos años en que los puntos y el puesto de Rusia son proporcionales a la calidad de su candidatura. Y, de una forma un poco perversa, también estoy bastante contento con los batacazos de casi todas las eurodivas. Solo Malta estuvo en liza realmente, mientras que casi todas las demás, con mayor o menor justicia, se diluyeron en la parte derecha de la tabla. Una vez más, creo que esto es un golpe sobre la mesa para que todos los países dejen de lado los estereotipos y clichés eurovisivos y apuesten por candidaturas menos artificiales.
Por último, Eurovisión 2021 nos ha dado unos cuantos datos para rebatir los argumentos cuñadescos sobre el festival. “Es que siempre ganan los mismos”, pero ninguno de los cuatro primeros clasificados ha ganado en los últimos treinta años; “Es que siempre ganan los países del Este”, pero los cuatro primeros son (indiscutiblemente) occidentales; “Es que se votan entre ellos”, pero ninguno de los primeros clasificados tiene una base sólida de votos; “Es que España nunca va a ganar”. Bueno, para rebatir esto no tenemos argumentos.
En fin, solo quería compartir mi alegría ante una edición que me ha gustado tanto y contagiaros un poquito de mi entusiasmo ante la victoria italiana y las buenas posiciones de Francia, Suiza, Ucrania y Finlandia. Ahora nos esperan unos cuantos meses de sequía eurovisiva, pero no dudo que la calidad del certamen seguirá aumentando en los próximos años y estoy convencido de que la edición que nos regale Italia en 2022 será al menos igual de buena que su predecesora. ¡Muchos eurobesos y euroabrazos!
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