BAKU SÍ, BAKU NO

Muchas han sido las incertidumbres desde que el lejano Azerbayán ganó la última edición de Eurovisión, el pasado mes de mayo. Y esas incertidumbres tenían su origen muchas veces en la simple ignorancia pero también en la cruda realidad: En la ignorancia, porque qué aficionado al Festival no ha tenido que escuchar en los últimos […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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BAKU SÍ, BAKU NO

Muchas han sido las incertidumbres desde que el lejano Azerbayán ganó la última edición de Eurovisión, el pasado mes de mayo. Y esas incertidumbres tenían su origen muchas veces en la simple ignorancia pero también en la cruda realidad:

En la ignorancia, porque qué aficionado al Festival no ha tenido que escuchar en los últimos meses eso de «¿Azerbayán?… ¿¿y eso dónde está??». Y es que seguramente ni nosotros mismos lo sabíamos. No conocíamos nada de como es el país realmente. Y menos aún si estaría capacitado como para imaginárselo organizando el Festival.

Pero también la cruda realidad es motivo de incertidumbre, una vez que nos da por conocer un poco mejor ese país: Con unos derechos básicos garantizados (no sólo jurídicamente sino también socialmente) en nuestra Europa Occidental, nos cuesta acabar de asumir que un país como Azerbayán sea capaz de tratar de fingir al 100% ser el Estado garantista que no es mientras recibe una oleada de extranjeros (unos artistas, otros periodistas y otros eurofans) durante el mes de mayo. Ni siquiera Rusia fue capaz de ello en 2009, y hubo que lamentar más de una agresión contra eurofans, que aunque fueron casos muy puntuales es algo ya inconcebible en la Europa de nuestro entorno.

Esto puede parecer orgullo occidental barato, pero las cosas son así y es lo que hay, y es a algunos de aquellos países orientales a los que les queda el camino por recorrer en cuanto a garantías de derechos fundamentales para asemejarse a nosotros, y no al revés.

La duda moral que algunos se plantean, es si la Unión Europea de Radiodifusión debe permitir alégremente y casi «sin pensárselo dos veces», que un país como Azerbayán reciba el privilegio de acoger Eurovision. Privilegio, porque para esos países sin duda es un privilegio, hasta el punto de implicar políticamente a todo el Estado no sólo en su organización sino también previamente para conseguir una victoria.

Algunos argumentarán que Azerbayán está en todo su derecho de organizarlo por el simple hecho de haber ganado el año anterior, independientemente de su situación. Pero también es cierto que para muchos de estos países, la parte de concurso musical es lo de menos y la repercusión discográfica y mediática de una canción o el sector musical no es lo que les importa, sino el hecho de convertirse al año siguiente en un escaparate publicitario internacional que no conseguirían por otras vías, en resumen: es una cuestión estratégica de Estado.

Si además tenemos en cuenta la propia historia y origen del Festival de Eurovisión veremos que no siempre el país organizador ha sido el vencedor de la edición anterior, y lo que es más trascendental, que el certamen fue creado en su día con un claro objetivo reconciliador y pacifista para volver a unir unos países que solo unos años antes habían estado en guerra unos con otros, por lo que llevar su sede a determinados países puede resultar un poco chocante.

Personalmente, soy de la opinión de que una cosa es permitir la participación de todos de forma natural en el concurso, y otra distinta dar por sentado que cualquier país, en cualquier situación y con cualesquiera intereses de fondo, fingiendo ser lo que no es y aprovechando el tirón publicitario, vaya a asumir la organización de un certamen que se creó en el seno de un grupo de países que acababan de firmar la «Carta Internacional de Derechos Humanos».

Por lo pronto, y con la escusa de querer construir un nuevo auditorio para Eurovisión, ya nos están pasando por delante de los ojos, día sí y día no, su capacidad en ingeniería con imágenes deslumbrantes de proyectos imposibles que saben que no se pueden construir en 7 meses. Como si eso fuese lo que más nos importase.

¡Hasta la próxima!

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