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Negramaro y la herida que se cierra en el Ariston

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Negramaro y la herida que se cierra en el Ariston

Escrito por José Antonio Ayala

05 de febrero de 2024


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Escrito por José Antonio Ayala | 25 de Enero

Al di là: Más allá de un festival

La relación de la prensa musical italiana con Sanremo siempre ha sido complicada y pendular. Complicada porque el formato de elegir “la mejor canción italiana” por un jurado y/o un público y su criterio siempre han sido objeto de debate entre los periodistas y críticos musicales. Pendular porque la prensa musical ha tratado con respeto o con desprecio al festival en función de la etapa en que se encontrara. Los años 80 del enlatado y el brilli-brilli o el “pippobaudismo” ultraconservador de los 90 chocó con la frontal oposición de las críticas profesionales. Por otra parte los cronistas musicales se deshicieron en halagos con Adriano Aragozzini por devolver la música en directo en 1990, el aperturismo al indie que supuso la gestión de Mario Maffucci al cierre del s.XX o la sobriedad de Claudio Baglioni en 2018 y 2019. También hubo etapas de ignorar al festival, como ocurrió en la segunda mitad de los 70 o en la práctica totalidad de los años 2000, donde la prensa musical dejó de reseñar la competición, considerándolo algo irrelevante y superficial.

También es cierto que esa misma prensa musical ha ido cambiando de rumbo con respecto a su visión de Sanremo a golpe de alegrías o disgustos. Los triunfos de Alice en 1981, Avion Travel en el 2000, Francesco Gabbani en 2017 o Maneskin en 2021 desataron eufóricas reacciones por parte de los periodistas. Pero la lista de traumas que acumulan no es menor, a destacar los últimos puestos de Vasco Rossi en 1982 y 1983 y las derrotas por la mínima de Elio e le Storie Tese en 1996, Alex Britti en 2003 o Nek en 2015 hicieron recordar viejos fantasmas y argumentos en las revistas y radios musicales: “Questo festival è una merda”.

Sanremo 2000: Piccola Orchestra Avion Travel - "Sentimento"

Pero si hubo un evento cuyas consecuencias aún perduran hasta nuestros días y marcó a toda una generación fue lo que ocurrió en la segunda serata de Sanremo 2005, con una sala de prensa que si no ardió fue por casualidad y a la que acudieron varios carabinieri para apaciguar los ánimos de los periodistas acreditados. Pero pongámonos en antecedentes, adentrémonos en las cañerías del Ariston y entendamos el contexto de aquel hecho.

La industria discográfica siempre ha sido el poder oculto en el Festival de Sanremo. Las discográficas son las propietarias de los derechos de los cantantes, de las canciones e incluso de la mayoría de los compositores, y cuya presencia depende de la autorización de esos sellos. Y es que si no hay canciones, no hay festival; si las canciones no son buenas, no es un buen festival; y si los artistas no son de renombre, el festival pasa a ser irrelevante.

Sea Gianni Ravera, Claudio Baglioni o Amadeus, todos los capos de Sanremo deben tener contentos a los capos de las discográficas y quien se ha enfrentado a ellos ha pagado las consecuencias. En 1975, el Ayuntamiento de Sanremo nombró a Enrico Simonetti como director artístico del festival, tomando de facto el control del mismo y relegando a la RAI como simple productora de la emisión en directo. Las principales discográficas se decantaron en aquella guerra por el control del festival del lado de la televisión italiana, prohibiendo a sus artistas participar, haciendo de esa edición la peor y la de menor perfil artístico de la historia. Solo unas semanas después, los concejales presentaron su dimisión.

Sanremo 1975

Ante semejante muestra de fuerza todos los directores artísticos se anduvieron con pies de plomo y trataron de capear de la mejor de las maneras las sucesivas crisis que se abrirían con las discográficas y, por supuesto, el ayuntamiento de la ciudad jamás volvería a entrar en guerras que no le competen. La lección quedaba clara para todas las partes: Sin discográficas, Sanremo desaparece.

A partir de entonces las crisis abiertas entre el festival y la industria musical tendrían un denominador común: El equilibrio entre la presencia de estrellas y de nuevos nombres. La primera de ellas se daría en 1982 protagonizada por un colérico Claudio Villa, que acabó con la creación de la categoría Giovani en 1984, historia que se contó en un extenso reportaje en Eurovision-Spain.

En 1998, Mario Maffucci decidió que los seis mejor clasificados del Giovani obtuvieran pase a la final del Campioni, resultando que Annalisa Minetti, que había ganado la segunda categoría, también se alzó con el premio en la principal. Un histórico doblete que desató el enfado de los sellos discográficos, que ya andaban alerta por el extraño triunfo de Jalisse en 1997, y amenazaron con boicotear el festival en 1999 si no se volvía a separar de manera clara ambas secciones. Y dicho y hecho, Maffucci agachó la cabeza y ningún pipiolo pudo impedir que Anna Oxa se llevara su segundo festival en 1999.

Sanremo 1999: Anna Oxa - Senza pietà

Y llegamos a 2003. El estrepitoso fracaso de Pippo Baudo de hacer de Operación Triunfo el Giovani de Sanremo 2003 y la discreta audiencia obtenida en el festival acabó con su destitución como director artístico tras su retorno en 2002. Con el precedente del éxito de audiencia con Fabio Fazio, en 1999 y 2000, la RAI consideraba que para 2004 debía alejarse de los dinosaurios y apostar por un rostro conocido, pero joven, y el elegido es Paolo Bonolis.

Bonolis es anunciado como presentador y Tony Renis, este sí un viejo dinosaurio, como director artístico, en contra del criterio de la industria musical italiana que pretende pasar página definitivamente del pippobaudismo y meter en el s.XXI al festival. La RAI cede parcialmente a las presiones de los sellos y designa al propio Paolo Bonolis y a Gianmarco Mazzi como asesores en la dirección de Tony Renis, quien se lo toma como una afrenta y una desautorización.

A partir de aquí la guerra abierta y pública entre Tony Renis y Paolo Bonolis, con declaraciones cruzadas en la prensa, desembocan en octubre de 2003, solo un mes después de los nombramientos, con la dimisión del segundo como asesor, así como de presentador, caso único en la historia de Sanremo. Pero aquí no acaba la cosa, porque las disqueras, como ya sucediera en 1975, se ponen del lado de Bonolis y llaman al boicot a los artistas, al no compartir el criterio seguido por Renis de cargarse la categoría Giovani y hacer competir a todos los artistas en una final única. Solo un puñado de estrellas consagradas se atrevieron a sortear el boicot, destacando a Marco Masini que ganó con una facilidad pasmosa y casi insultante el festival, sumando más votos que el segundo y tercer clasificado juntos.

Sanremo 2004: Marco Masini - L'uomo volante

Pasado el calvario de Sanremo 2004, que tuvo muchos más capítulos y que merecen un reportaje aparte, la RAI cede ante la industria musical y se apresura a volver a llamar a Paolo Bonolis para que presentase Sanremo 2005… y ser su director artístico.

Bonolis siempre ha sido considerado el presentador italiano más innovador de los últimos 30 años con una forma de trabajar peculiar y sumamente personal. Como no iba a ser menos, iba a tratar de revolucionar el festival con un formato de competición hasta entonces nunca visto. Y es que decidió dividir el formato en cinco categorías diferenciadas: Hombres, Mujeres, Grupos, Clásicos y Jóvenes (Giovani).

Hombres, Mujeres, Grupos y Clásicos competirían en las primeras seratas todos juntos y sin distinción, siendo eliminados los dos menos votados de cada noche, mientras que del Giovani, que iría aparte, caerían tres por serata. Por último, los mejor valorados de cada categoría, esta vez sí por separado e incluyendo al Giovani, se clasificarían a una superfinal a cinco, de la que saldría el vencedor absoluto.

En la primera serata fueron presentadas las canciones de las cuatro categorías Campioni y la decepción de la crítica musical fue mayúscula. El elegido para superar de una vez por todas el “pippobaudismo” y actualizar el festival había hecho una selección de canciones conservadora y mediocre. No así la parte televisiva, que sí fue muy innovadora y que obtuvo la masiva respuesta del público, haciendo de esta edición, aún a día de hoy, la más visto del s.XXI.

Los críticos tuvieron que esperar a la segunda serata para llevarse la gran alegría a sus oídos y, sobre todo, encontrar su gran esperanza. Y es que en esa segunda noche se exhibieron las canciones de los Giovani, netamente superiores a los consagrados, pero fue con la cuarta actuación con la que hubo un shock colectivo en la Sala Stampa.

Negramaro era una joven banda indie de Puglia que acababa de fichar por la Sugar Music de Caterina Caselli y ya contaba con un par de LP’s en el mercado y preparaba su trabajo definitivo para 2005 poniendo todas sus energías en Sanremo. Superaron las audiciones previas y lograron el billete al Ariston con Mentre tutto scorre, compuesta por el cantante de la banda, Giuliano Sangiorgi.

No se sabe hasta qué punto la mediocridad reinante multiplicó el brillo de su canción, pero su presentación esa noche sumió en un escalofrío colectivo a la prensa acreditada. El tema era espectacular, navegaba entre el indie rock más británico y el reggae y el punk, incluso con un puente rapeado. Los cronistas alucinaron por la fuerza del directo porque se dieron cuenta que… ¡la orquesta no tocaba!

Ya está, la tenían, era la canción. Ganadora lógica del Giovani, finalista sin ninguna duda y probablemente se llevaría la superfinal del sábado. Era metafísicamente imposible pensar en otro escenario, en otro tema, que evitara que Negramaro diera la campanada esa semana. Sería, además, una victoria que impulsaría al festival que llevaba varios años convulsos y encontraría así su lugar en el nuevo siglo. Pero no contaban con un detalle y es que, en esa edición, el gran peso del resultado recaería en el jurado demoscópico que iría decidiendo serata a serata las eliminatorias y configuraría la final del sábado. El televoto solo sería utilizado en la superfinal a cinco.

Y sucedió. El jurado demoscópico cumplió con el guion y dejó a Negramaro fuera de la competición a las primeras de cambio. Al ver la lista de eliminados, Paolo Bonolis no se lo podía creer y, en una escena para la historia del festival, preguntó en pleno directo al regidor si la lista era la correcta, resistiéndose durante unos minutos eternos a anunciar el resultado. “Es que no era posible, ver a Negramaro entre los eliminados con la mejor canción de largo no podía ser más que un error”, declararía años después. Pero no había ningún error.

Como siempre ha ocurrido con el demoscópico, todas las canciones que se salieran del carril de lo aceptado como “canción sanremese” quedaban totalmente anuladas por sistema. Rock, rap, electrónica, indie… Nada escapaba a las garras de ese engendro que se inventó Pippo Baudo en 1994 para teledirigir los resultados del festival a su imagen y semejanza. Y si algo sale mal, no pasa nada, se coge el boli y se corrige el resultado delante de las cámaras, como hizo con total desvergüenza en la final de 1996.

La reacción en la sala de prensa fue absolutamente furibunda. Fuera de sí. Rabia, cólera, frustración, ira. No existen imágenes de ese momento, y si las hay, están bajo llave, pero las crónicas describen un estruendo de gritos, golpes en la mesa, lanzamiento de papeles, botellas y bolígrafos a la pantalla gigante, insultos a Paolo Bonolis, a la RAI, al jurado demoscópico e incluso a Gianni Ravera que llevaba 20 años muerto. La jefa de prensa del festival tuvo que llamar a los carabinieri porque la revuelta se prolongó durante minutos con la sensación de que podía ir a más. Una escena que bien podría utilizar Álex de la Iglesia para su serie 30 monedas.

Las crónicas a la mañana siguiente fueron demoledoras. Ni los extraordinarios datos de audiencia, ni la gran brillantez de Paolo Bonolis como presentador, pudieron evitar que todos los titulares se centraran en la eliminación de Negramaro. “El festival añade otra página negra a su historia”, “Una vez más que la música es la excusa”, “¿Alguien sigue tomando este festival en serio?”, “Esto beneficiará a Negramaro, serán grandes y nadie los relacionará con esa “bleffa” de programa”, fueron algunas de las sentencias leídas en esas crónicas.

Algo se rompió esa noche y fue la confianza de una prensa musical italiana que nunca confió del todo en el festival y de un público, el indie, que salvo en muy contadas ocasiones siempre se sintió desubicado ante el fenómeno Sanremo y gracias a esta actuación vio algo de luz para adentrarse en él. Tras el final del “pippobaudismo”, la RAI se puso como objetivo abrirse a nuevos tipos de público y rejuvenecer una audiencia a todas luces envejecida. Y en parte lo había logrado al incluir en el festival a artistas como Niccolò Fabi, Carmen Consoli, Paola Turci, Subsonica, Quintorigo, Bluvertigo, Max Gazzè y Daniele Silvestri entre otros.

Sanremo 2000: Subsonica - "Tutti i miei sbagli"

La posibilidad de que Negramaro ganase Sanremo era una consecuencia lógica de ese aperturismo que se venía llevando a cabo desde 1997, pero como hablábamos antes, el poder fáctico que supone la industria musical italiana tenía una opinión diferente de ese aperturismo. La mayoría de los artistas denominados como indies no pertenecían a los grandes sellos, sino a pequeñas discográficas independientes, sin nexos con las “majors”, e incluso en algunos casos directamente autoeditados. La posibilidad de que ganase una banda recién nacida, con una disquera independiente como Sugar Music y procedente de la categoría Giovani, chocaba frontalmente con los intereses de una patronal que ya se rebotó con el triunfo de Annalisa Minetti en 1998. Cabe recordar que Paolo Bonolis le debía la dirección artística a unas empresas que boicotearon a su favor el festival en 2004 y, por lo tanto, también debía favores.

Bonolis se vio, probablemente, sin ser consciente, como un títere de las discográficas en manos de su número 2, Gianmarco Mazzi, quien diseñó un reglamento y un sistema de votación que facilitaba un resultado adecuado a los intereses de los sellos. En su afán de ser revolucionario e innovador, Paolo Bonolis había caído en su propia trampa, pues la división por categorías diferenciadas estaba pensada para que venciese un nombre, Francesco Renga, que cumplía con todos los patrones que según la industria requiere un ganador de Sanremo: Nombre reconocible, artista vigente y musicalmente conservador.

Francesco Renga - Angelo

Tras aquel festival y a pesar del exitazo de audiencia, Bonolis da la sorpresa y rechaza seguir al frente de Sanremo en 2006. El elegido para sustituirlo es Giorgio Panariello y su mano derecha será de nuevo Gianmarco Mazzi. Tanto el reglamento como las categorías diferenciadas y el sistema de puntuación se mantuvieron exactamente igual, con un nuevo vencedor decidido por la patronal de las disqueras: Povia.

Sanremo 2006: Povia - "Vorrei avere il becco"

Tal y como vaticinó la prensa que casi quema la Sala Stampa, Negramaro tardó horas en dispararse como absolutas estrellas. Mentre tutto scorre se convirtió rápidamente en un espectacular éxito de ventas y no hizo más que arrancar la trayectoria de la banda de rock italiana más importante del s. XXI. Llenazos en San Siro y el Olímpico de Roma, un sin fin de números uno en singles y discos, y el favor de una crítica que siempre los ha adorado.

Pero Negramaro aún tenía una deuda pendiente: Sanremo. Eternos deseados de los directores artísticos del festival, Fabio Fazio consiguió en 2013 que el líder de la banda, Giuliano Sangiorgi, escribiera una canción para la competición, E se poi de Malika Ayane, reconocida con el Premio de la Crítica Mia Martini. Pero hubo que esperar a 2018 para volverlos a ver sobre el escenario del Ariston gracias a un Claudio Baglioni que, si bien intentó que compitieran, solo logró que actuaran como invitados. Era la primera vez desde lo que sucedió en 2005 que se subían a ese escenario. “Es un nuevo punto de partida para nosotros. No hay odio ni rencor por aquello, sino que queremos que esto sirva como un gesto de amor y un homenaje a tantos artistas incomprendidos en el festival”, declararon al diario La Stampa días antes de su actuación en Sanremo 2018.

Y volverían en 2021, de nuevo como invitados, y esta vez de la mano de un Amadeus que tenía la mirada puesta sobre ellos. Ya en 2020 trató de meterlos sin suerte en la competición y no fue hasta 2023 cuando, según la prensa, hubo un cambio de actitud. Habían pasado del “no, gracias” a un “bueno, lo hablamos más adelante”. El triunfo de Maneskin en 2021 y la salida de Gianmarco Mazzi de la comisión musical del festival para ser nombrado Viceministro de Cultura del gobierno de Meloni en 2023 facilitaron mucho las cosas, contaron fuentes próximas al grupo.

Y así fue como, por fin, las negociaciones entre Amadeus y Negramaro acabaron en buen puerto y se hizo oficial lo que hace no muchos años parecía una utopía: la banda participará en Sanremo 2024 con Ricominciamo tutto, una potentísima balada rock que ya les ha posicionado entre los grandes favoritos al triunfo. Y lo harán con los arreglos de Davide Rossi, responsable del espectacular sonido de Splash de Colapesce/Dimartino en 2023 o de Memento Mori de Depeche Mode, una de las obras maestras que nos dio el pop el pasado año.

La confianza del público indie ha ido recuperándose paulatinamente estos últimos años. La brillante gestión artística de Fazio, Conti, Baglioni y Amadeus con los sellos y artistas independientes, el éxito de los mencionados Colapesce/Dimartino o los triunfos de Francesco Gabbani, Diodato o Maneskin han hecho que, por fin, se viese con buenos ojos un festival del que se sintieron expulsados con la eliminación de Negramaro en 2005. Y el retorno de la banda parece ser el cierre a una herida que podría cicatrizar definitivamente si se lleva el León de Oro.

Negramaro, Fabri Fibra - "Fino al giorno nuovo"

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