Euroflashback 1967: Cuando Austria fue un canto al amor

«¡Ay! Si me quisieras lo mismo que yo…» Así reza en su versión en español una de las estrofas de Puppet on a String (Marionetas en la cuerda), la canción que en 1967 popularizó la triunfadora Sandie Show en un festival donde Raphael regresó para pedirnos que Hablemos del amor. Todo este enamoramiento es el que a día de hoy necesita el mundo eurovisivo que, a falta de que se concrete la sede, puede volver el próximo año a Viena, que por aquel entonces acogió el certamen gracias a la victoria previa de Udo Jürgens. Aconteció en la majestuosa Sala de Festivales del Palacio Hofburg vienés, la principal mansión de invierno de la dinastía de los Habsburgo durante la época del Imperio austrohúngaro, y que actualmente es la residencia oficial del presidente de Austria, un país que sigue saboreando su tercera corona gracias al Wasted Love de Johannes Pietsch (JJ) pero aún con el susto en el cuerpo.
En puertas de que España firmara el primero de sus dos únicos éxitos hasta el momento, Reino Unido estrenó su palmarés con una canción que no era del gusto de su intérprete y que, sin embargo, pasó a ser uno de los himnos de Eurovisión, mientras en el otro lado de la balanza Suiza -como el pasado mayo en el televoto- se llevó un rosco que le hundió en el farolillo rojo con el primer 0 points en solitario de la historia del festival (en 1964 lo había sellado junto a Yugoslavia, Portugal y Alemania Occidental). El contexto internacional disfrutaba de una revolución pop y al evento le costaba sacudirse su cariz conservador, aunque fuera la última vez en que se transmitió exclusivamente en blanco y negro. Con una escalera en el centro del escenario, fue además la primera ocasión en que se empleaban tres espejos giratorios que, según el plano de la cámara, permitían a los espectadores ver una perspectiva completa de los artistas, aunque algunos se quejaron de que distraían.
De algún modo, puede considerarse el primer festival moderno, ya que recurrió a elementos convertidos en legado, como la green room -donde los participantes asisten a la votación- o la presencia obligatoria del jefe de delegación o representante oficial de cada país para decisiones de última hora, después de que en la edición precedente el astro italiano Domenico Modugno decidiera cambiar el arreglo de su Dio Come Ti Amo por no estar satisfecho con el de los ensayos. También se dio minutos de gloria al vencedor que propició a Austria ejercer de anfitrión, en tanto que Jürgens tomó la batuta del maestro de orquesta, Johannes Fehring, para dirigir una versión instrumental en vals de su ganadora Merci Chérie.
Portugal continuó el camino abierto el año anterior por Países Bajos al enviar al primer cantante negro masculino en la competición, Eduardo Nascimento, que cantó O Vento Mudou (El viento cambió), muy popular en tierras lusas pese al modesto puesto 12. Se rumoreaba que el primer ministro portugués Salazar había elegido a este cantante en particular para demostrar al resto de Europa que no era racista. Pero lo más recordado de aquella jornada fue que nadie antes se había llevado el triunfo cantando como lo hizo Sandie Shaw, además de magistralmente: descalza.
La antesala de una ganadora
Abrió la gala la holandesa Thérèse Steinmetz con Ringe-dinge, composición que había sido elegida por sus paisanos mediante el envío de tarjetas postales y que se estrelló en la penúltima plaza con solo dos puntos. Y le siguió representando a Luxemburgo toda una estrella griega de la isla de Corfu, Vicky Leandros, que expandió globalmente su propuesta, L’amour est blue -cuarta posición que fue lo de menos-, dado que supuso todo un éxito de ventas a nivel mundial grabándose en diferentes idiomas y versionada por multitud de artistas. Especialmente, destaca la versión instrumental del músico francés Paul Mauriat, Love Is Blue, que pasó cinco semanas en el número 1 de las listas estadounidenses en 1968. Su fama le llevó a retornar en 1972 con Après Toi y todos sabemos el resultado: grabada en varios idiomas y versionada por diversos artistas, la propuesta con la que sí ganó vendió alrededor de seis millones de copias.
El austriaco Peter Horten hizo gala de lo que hoy se conoce como la maldición del anfitrión, acabando en el puesto 14 defendiendo el tema Warum es hunderttausend Sterne gibt. Volvería otra dos veces en medio de la obligatoriedad de cambiar su apellido artístico a Horton debido a una querella presentada y vencida por un empresario de Dusseldorf que usaba el mismo nombre. Mejor le fue a la francesa Noëlle Cordier, tercera con Il doit faire beau la-bas. En el polo opuesto la helvética Géraldine Gaulier, en cuya balada Quel cœur vas-tu briser? contaba a un antiguo amante que ya lo había olvidado y le preguntaba quién sería la próxima víctima de su falsa pasión. Curiosamente, el tema ya había sido candidato en la preselección francesa del año anterior. Lo que sí fue es víctima de una desafinada interpretación fruto de los nervios, quebrándose al concluir la actuación, aunque algunos la defendieron señalando a la orquesta de su fiasco.
Suecia terminó en mitad de la tabla con Östen Warnerbring (Som en drom). En 2005 se trasladó a las Islas Canarias para realizar actuaciones para los turistas suecos y el 18 de enero de 2006 fue encontrado muerto en su hotel de San Agustín, Maspalomas, tras sufrir un ataque al corazón. Por su parte, el finlandés Fredi Varjoon (Suojaan) se fue al furgón de cola, lo que le llevó en 1976 a intentarlo con Pump-Pump, aunque su favoritismo le hizo aguas. Sin mucho ruido concursó la alemana Inge Brück con Anouschka, y con algo más de lustre el belga Louis Neefs con Ik heb zorgen, reconocido en el exterior al ser versionado hasta en castellano (Oh, oh, qué penita, por Los Latinos). Dos años después, volvió a vencer su final nacional y acudió a Madrid con Jennifer Jennings para ser otra vez séptimo.
La «cantante de los pies descalzos»
Fue el preludio de la estrella de la noche, que arrasó con 47 puntos, aventajando en 25 a su perseguidora, Irlanda. Shaw alcanzó el segundo puesto de popularidad a nivel mundial, arrebatado por Somethin’ Stupid de Frank Sinatra, y marcó tendencia ya que en ediciones posteriores se presentaron numerosas canciones con sorprendentes parecidos ya sea en la melodía, los arreglos o la letra de Puppet on a String (escrita y compuesta por Bill Martin y Phil Coulter), con artistas de estilo y presencia escénica similares a ella. Aunque los primeros acordes se perdieron al estar su micrófono cerrado (algo que le volvió a pasar a Karina años después), su victoria permitió trasladar el festival a Londres y al Royal Albert Hall en 1968, donde el concurso se transmitió en color por primera vez, con Massiel como heroína.
Aunque con los años su sensación se fue suavizando, la artista llegó a confesar que detestaba la canción porque le desagradaban especialmente sus «tonterías sexistas» y su «ritmo de reloj de cuco». El mismo año en el que consiguió el primer título para Reino Unido, decidió desplazarse a la Costa del Sol en un formato de viaje que perfeccionaría en los años sucesivos: aprovechaba sus visitas para actuar en las salas más prestigiosas y al mismo tiempo hacer turismo. Destacaron mundialmente sus colaboraciones con el mismísimo Morrissey y The Smiths, que la consideraban poco menos que una inspiración divina.
«Si quisiera cantar, podría hacerlo. Pero ya no quiero. ¡Estoy curada!», afirmaba Shaw a principios de siglo, admitiendo que ya no le atraía el mundo que había detrás de las estrellas del pop. «No me gusta ser famosa. No es un incentivo para mi», declaraba en una entrevista con el diario The Guardian. La «cantante de los pies descalzos», como se la conoció, descubrió el budismo y se sentía satisfecha con su trabajo al frente de la Arts Clinic, donde prestaba servicios psicológicos, mientras batallaba por la titularidad legal de sus grabaciones, que consiguió en 2003.
El ruiseñor de Linares
Quizás su aura eclipsó la posterior aparición de Raphael, para muchos mejor que la del año anterior aunque tuvo que consolarse con el sexto puesto, pero con el reconocimiento mundial ya en el bolsillo. Hablemos del amor mejoró un escalón el Yo soy aquel tras el cual el ruiseñor de Linares espetó que «el festival está muerto». Muy traído al tiempo actual. Algo pasó para que de nuevo aceptara la oferta, algo que no hizo en 1968 al creer que sus temas y su estilo no eran para Eurovisión, donde la diversidad idiomática «hace que los jurados solo tengan en cuenta las melodías pegadizas». O eso indicó.
Para su segunda incursión, Raphael optó por una canción que no solo mostraba su excepcional rango vocal, sino que también transmitía un mensaje profundo sobre el amor y la conexión humana, una canción escrita por el renombrado compositor Manuel Alejandro. Con su traje impecable y su característico carisma, el artista subió al escenario y cautivó aunque amasó solo 9 puntos (5 de Mónaco, 2 de Yugoslavia, y 1 de Luxemburgo, Portugal e Italia respectivamente). La canción era una conversación musical que le termino de erigir en un icono pop. Con una discografía que abarca más de seis décadas, versátil y atemporal, y tras remontar una enfermedad, ya se vislumbra su vuelta a los escenarios con su capacidad para reinventarse y seguir emocionando a todas las generaciones.
Antepenúltima fue la noruega Kirsti Sparboe con Dukkemann, empeorando su concurso de 1965. Volvió a ganar en la preselección noruega de 1968, pero su canción Jag har aldri vært så glad i no’en som deg fue descalificada acusada de plagio precisamente de un tema de Cliff Richard. Sin embargo, hizo una versión en noruego del La, la, la. En 1969 reapareció pero Oj, oj, oj, så glad jeg skal bli quedó en última posición en Madrid. Por su parte, la monegasca Minouche Barelli firmó una notable quinta plaza con Boum badaboum, fabricada por el legendario Serge Gainsbourg, autor de Poupee de cire, poupee de son. Mientras, el yugoslavo Lado Leskovar (Vse roze sveta, segunda más puntuada desde España) y el italiano Claudio Villa (Non andare piu lontano, que no mejoró su noveno puesto de 1962) se quedaron en tierra de nadie. La simbólica medalla de plata fue para el irlandés Sean Dunphy, que cerró la noche con If I Could Choose, transformándose en el artista de mayor éxito discográfico en su país, superando incluso a The Beatles.
Así se bajó el telón de una edición en la que se ausentó Dinamarca, que no retornaría hasta 1978 ya que dejó de gustarle el concurso y prefirió invertir el presupuesto «de forma más eficiente». La maestra de ceremonias, Erica Vaal, puso empeño al comenzar saludando largamente en francés, alemán, italiano, español, inglés y serbocroata (y hasta en ruso porque se transmitía por Intervisión a países de Europa del Este), y disculpándose por no poder hacerlo en el de todos los 17 países participantes.
Un perdón que se repitió a lo largo de todas las votaciones ya que el marcador lo manejaban jóvenes universitarios y hubo numerosos errores, como el hecho de que la presentadora anunciara a la vencedora cuando restaba Irlanda por votar. En un cambio en las reglas, la mitad de los expertos de cada jurado nacional debían ser menores de 30 años, lo que daba mayor oportunidad a las canciones con un impacto en el público comprador de discos. El acto del intermedio fue El Danubio Azul, interpretado por los Wiener Sängerknaben (Los Niños Cantores de Viena), que puso el broche a una gala donde Shaw lució su voz como casi nadie. De pies a cabeza.
Cien años de… guerras y turismo
Culturalmente, 1967 sobresalió por la publicación de una de las novelas más importantes del siglo XX, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Un año que fue declarado por la ONU como el Año Internacional del Turista, justo cuando en España -sobre todo en la costa- se producía el boom turístico durante el tramo final de la dictadura. Llegados del norte de Europa revolucionaban nuestras playas con esa prenda minúscula que dejaba más cuerpo a la vista: el bikini.
Al otro lado del mundo, Martin Luther King se pronunció en contra de la Guerra de Vietnam un año antes de su asesinato. A su vez, China mantenía una fuerte disputa diplomática con la URSS y en Oriente Medio las cosas no iban mejor, pues Israel (…) atacaba a Egipto, Siria y Jordania en la conocida como la Guerra de los Seis días. Paralelamente, en Bolivia era fusilado Ernesto Che Guevara un día después de ser capturado por el ejército. En Europa, Reino Unido e Irlanda solicitaban su entrada en la Comunidad Económica Europea, que ya andaba desarrollando una normativa sobre el IVA. Mientras tanto, en Grecia comenzaba la dictadura militar de Georgios Papadópoulos, y en Bruselas se producía un devastador incendio que dejaba más de 300 fallecidos.
La primera transmisión televisiva vía satélite tuvo un alcance de 400 millones de personas mientras en Sudáfrica Christiaan Barnard realizaba el primer trasplante de corazón de humano a humano. En tierras españolas se aprobaba el todavía polémico Trasvase Tajo-Segura, la Biblioteca Nacional vendía El Cantar de Mío Cid, y se declaraba ilegal el sindicato de Comisiones Obreras.
Un año para el misterio cinematográfico y la cosecha de éxitos musicales
El año en que murieron José Martínez Ruiz Azorín, Spencer Tracy, Vivien Leigh y el gran René Magritte, vinieron al mundo, entre otros, Iván Zamorano y Roberto Baggio (futbolistas); Boris Becker (tenista); Mario Cipollini (ciclista); Benicio del Toro, Fernando Tejero, Vin Diesel, Matt Le Blanc y Jason Staham (actores); Nicole Kidman, Pamela Anderson, Mira Sorvino y Julia Roberts (actrices); Kurt Cobain (cantante); Noel Gallagher (músico); David Guetta (DJ); y Noemí Galera (directora de casting).
Televisivamente triunfaban series como ¿Es usted el asesino?, Misión Imposible, Los Monroe y Los Vengadores. Fue un buen año para el cine con películas de culto como Belle de jour, de Luis Buñuel, La leyenda del indomable, de Stuart Rosenberg, o El graduado, de Mike Nichols -cuya banda sonora incluía, junto a varios éxitos anteriormente publicados, un tema nuevo de Simon & Garfunkel, la inolvidable Mrs. Robinson-. También se estrenaron varios filmes en contra de la segregación racial, como Adivina quién viene esta noche, de Stanley Kramer, o En el calor de la noche, de Norman Jewison; ambas protagonizadas por Sidney Poitier. En la gala de los Oscar triunfaba Un hombre para la eternidad dirigida por Fred Zinnemann, en tanto que, en el mundo de la pintura, Francis Bacon, Salvador Dalí y Andy Warhol explotaban su arte, al igual que la mítica Billie Jean King sobre las pistas de tenis.
Al otro lado del charco, se declaraba el Verano del amor, y unas 200.000 personas asistían al californiano Monterey International Pop Music Festival, estimado el precursor del Festival de Woodstock de 1969. Bajo ese contexto se gestaron varias míticas bandas, como Genesis, Jethro Tull, Fleetwood Mac, Steppenwolf, The Stooges y Status Quo; que grabarían sus álbumes de debut entre uno y dos años después; e incluso David Bowie lanzaba su primer LP, aunque muy lejos del sonido y de la calidad de sus obras posteriores.
En plena era psicodélica y en un contexto artístico claramente antibelicista, se produjo una excelente cosecha de trabajos discográficos: The Doors (The Doors), Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band (The Beatles), The Piper At The Gates Of Dawn (Pink FLoyd), Songs Of Leonard Cohen (Leonard Cohen), I Never Loved A Man The Way I Love You (Aretha Franklin), Are You Experienced? (The Jimi Hendrix Experience), The Who Sell Out (The Who), Francis Albert Sinatra & Antonio Carlos Jobim (Frank Sinatra y Tom Jobim) y, cómo no, Their Satanic Majesties Request (The Rolling Stones).
En España sonaban en el top de las listas Good Vibrations (The Beach Boys), All You Need Is Love (The Beatles), Lola (Los Brincos), Los chicos con las chicas (Los Bravos) y… Raphael. Aunque todavía, por aquí, por mucha pasión que irradiáramos y nos llegara desde Viena, caminábamos aún descalzos de democracia siendo «marionetas bailando sin fin en la cuerda del amor». «En la cuerda del amooooooor, en la cuerda del amor». Chin pon.
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