TRAS LA FINAL, REFLEXIONES INMINENTES

Amigos, amigas, se acabó. Y yo tengo la sensación de que todavía faltan las votaciones reales. Sé que no ha pasado suficiente tiempo como para reflexionar, así que simplemente abro este «hilo» para daros la oportunidad de pasar la resaca de forma compartida. Y criticar el resultado. Desahogaos, defendeos. Sólo diré que ha sido nuestro […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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TRAS LA FINAL, REFLEXIONES INMINENTES

Amigos, amigas, se acabó.

Y yo tengo la sensación de que todavía faltan las votaciones reales. Sé que no ha pasado suficiente tiempo como para reflexionar, así que simplemente abro este «hilo» para daros la oportunidad de pasar la resaca de forma compartida. Y criticar el resultado. Desahogaos, defendeos.

Sólo diré que ha sido nuestro error bajar la guardia. Tendríamos que haber avisado algo. Azerbaiján (Acerbaiyán… No sé muy bien cómo se escribe ni con quién hace exactamente frontera. ¿Puede que sea el país que más lejos nos quede?) llevaba «mucho» rondando el triunfo y, cualquier año, le iba a tocar. Y ha sido este. Quizás aquí esté la explicación más certera que se me ocurre, junto con haber cantado hacia el final de la tabla. Las voces no eran las mejores de la noche y el tema tampoco era más carismático que otros. Igual que ese olvidadizo Believe de Bilan.

Una victoria innecesaria, podríamos decir. Ganando este Azerbaiján, hemos perdido la oportunidad de guardar en la vitrina de los triunfadores a otros intérpretes menos artificiales u otras canciones menos vistas. Sin embargo, el público ha hablado. Y lo ha hecho con unanimidad, sin posibilidad de crítica. Habrá que quedarse con las grandísimas interpretaciones, que las ha habido. Contrariamente a lo que se pensaba, el festival de Düsseldorf ha sido, al menos vocalmente, uno de los mejores de estos últimos años. Incluso Francia, a medio gas, ha sido obnubilante. Impecables las voces de las chicas de Eslovenia, Serbia, Austria, Lituania y Suiza. Menudo quinteto podrían formar…

Excelentes muchos otros, como Islandia o Finlnadia. Entrañables los bosnios -justamente reconocidos- y fabulosa Estonia. Este último país, que ha hecho una puesta en escena propia de un claro candidato a ganador, se ha hundido sin clemencia. Se le ha olvidado sin motivo, quizás por cantar después del terremoto sueco y antes de la inquietante Grecia, país que, por cierto, ganó su semifinal. Olvidada también por los eurofans ha quedado Hungría (puesto 22, con 3 puntos más que España).

Clavado el directo de Italia. El consenso en torno a Gualazzi ha sido sorprendente, unánime. Los italianos no se podrán quejar de bienvenida. El público llevaba mucho tiempo esperando que esa extraña falta se subsanase. Y, como se ha demostrado esta noche, el festival también echaba de menos a Italia.

Reino Unido, que ha traído una de las interpretaciones más pobres de la noche, no ha conseguido aumentar su público objetivo y se ha quedado muy atrás sólo con aquellos que han decidido votar a estas cuatro viejas glorias.

Divertidísimos Irlanda,
a quienes muchos vimos ganadores por un momento. Muy molesto, hasta indignante, que Ucrania haya recibido tantos votos a pesar de su canción. Remarcable que la Madre Rusia sólo haya alcanzado la 16ª posición y que Rumanía la 17ª, dos datos que confirman que también hay excepciones para los grandes -pese a que Georgia haya ocupado una plaza entre los diez primeros…-.

Buen resultado el de Lena,
que ha conseguido entrar en el top 10 en un año muy reñido en las tripas de ese preciado segmento de la tabla. Excelente la realización de su televisión -como de toda la gala, y como el atractivo de los presentadores-. Aceptablemente valorada Moldovia, en consonancia con su propuesta.

Geniales los daneses, me repito.


Y por último, España.
Arraigada está ya la idea en el público español de que no vamos a competir, que no podemos ganar. Una resignación aceptada incluso con alegría -la de Lucía Pérez, magnífica, haciendo honroso un tema compuesto para no dar la batalla-. Y otra vez volvemos a pedir lo mismo, lo más básico: que para al menos salir del bottom hay que llevar una buena canción. Una buena canción, nada más. Luego, ya hablaremos y tendremos legitimidad para criticar que no nos quieran votar. Estamos hartos de estos programas postfestivaleros en los que, una vez más, se lamentan de lo mal que TVE ha quedado. Es su culpa, así de simple.

(PLAN para mañana: hundirse en la melancolía viendo el magnífico documental australiano. Altamente recomendable por su planteamiento, su trabajo de archivo y su curiosa óptica)

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