THEY CAN
Con el sorteo del orden de actuación realizado hoy, el curso eurovisivo empieza su trimestre final. He estado esperando a este momento de inflexión para poder compartir con vosotros el manojo de valoraciones sosegadas sobre estos meses de España que acabamos de terminar.
El trauma español. Siempre igual. Ni con la dosis de buena voluntad que le ha puesto este año la pública a su obligación de elegir hemos conseguido un orgullo unánime, ni siquiera mayoritario. No lo digo yo. Os rescato de la memoria la sonrojante visita de los Blue al plató de la final. Su impecable directo y su estelar presencia escénica convirtieron su aparición en lo mejor de la noche. La espontaneidad de público, jurado y Anne reconociendo la incuestionable superioridad y aclamando a no se sabe muy bien quién la presencia de temas y grupos equiparables en nuestras preselecciones convirtieron esta anécdota en la alegoría idónea que representa el sentir de muchos, entre los que me incluyo.
No son los Blue, somos nosotros. La boyband, que no es santo de mi devoción, nos dio un buen bofetón con su visita al devolvernos la perspectiva musical. Fuimos conscientes de que tanto Que me quiten lo bailao como cualquiera de las otras ocho canciones no superaban la barrera de la mediocridad. Del mismo modo, Lucía Pérez, por buena que ha demostrado ser, sigue siendo una cantante que se está dando a conocer ahora más allá de Galicia y que probablemente acabe siendo flor de un día en el imaginario colectivo. Y, sin embargo, lo dramático de este año está en que no podemos echarle la culpa como otros a la falta de compromiso de RTVE. Este año, por pobre que parezca el resultado, el proceso de selección ha sido honroso: hay que reconocer la profesionalidad que han demostrado cerrando la convocatoria solamente a cantantes, profesionalizando su elección sin la mediación internetera, proponiendo la figura del joker y contando con la opinión de una experta eurofán en su jurado como es nuestra compañera Reyes del Amor. Si a los de RTVE se les podría reprochar el muy dudoso nivel de las nueve composiciones que han llegado a la final, acto seguido habría que entregarles estas palabras de tributo.
Y, a pesar de esto, decíamos que sabemos, no ha sido suficiente. Muchos creemos ya que para España, como para otros países, podría funcionar mejor otro método de elección. Puesto que la convocatoria musical de este año se ha convertido en un repertorio de descartes y que los candidatos a joker han sido cero -por falta de interés, de conocimiento o por miedo, no se sabe-, no nos queda duda de que hay que seguir ensayando y coger el toro por los cuernos. ¿Por qué no tomar las más que amortizadas opciones de turcos o franceses como ejemplo? Si, como parece, RTVE quiere hacerlo cada año mejor, no estaría de más que, para el curso que viene, se aplicara desde ya a conseguir la firma de alguna grandísima estrella nacional a quien el público pudiera elegir su canción entre una muestra de composiciones dignas que por sí solas pudieran tener éxito. Con esta fórmula, creemos, se reducirían los altos costes presentes de producción y no habría necesidad de una gran promoción exterior -porque aunque viajen, los mencionados Blue no tienen que darse a conocer como nuestra Lucía-. Con esta fórmula, creemos, se podrían destinar partidas más atractivas a la propia contratación de cantante y compositores en pos de una mayor calidad musical y no tener que obligarnos a valorar el optimismo del tema elegido en su lugar. Sabemos que nada puede asegurar el triunfo en Eurovisión, pero, al menos, el día de la resaca con pocos puntos en el bolsillo nadie podría entonar el clásico “te lo dije” que tanto aplasta y que no es descabellado prever que perseguirá a Lucía Pérez. Aunque actúe en el puesto 22.