SOBRE EL GRAN SALTO

Una semana después, clausurada por completo la sensación de actualidad, Oslo 2010 ya es el pasado. Una semana de resaca para gestar esta columna de rigor, la del postfestival, que me demuestra, otro año más, que una semana basta para dejar lejos -lejísimos- la ilusión arterial con la que recibimos esas tres horas de espectáculo […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
IMAGENES WEB-03

SOBRE EL GRAN SALTO

Una semana después, clausurada por completo la sensación de actualidad, Oslo 2010 ya es el pasado. Una semana de resaca para gestar esta columna de rigor, la del postfestival, que me demuestra, otro año más, que una semana basta para dejar lejos -lejísimos- la ilusión arterial con la que recibimos esas tres horas de espectáculo largamente precedidas por meses de creciente emoción.

Ya no queda nadie en Oslo. Visualicen ahora el Telenor Arena, despedazado el armazón eurovisivo. Piensen entonces en el esfuerzo corporativo del share the moment sinfónicamente finiquitado… Qué sensación tan distinta se produce al escuchar el mítico Te Deum de Charpentier tres horas o tres horas después…

Podría comentar muchísimo. De un lado, las cosas han cambiado: que gane Alemania representa precisamente eso y se nos planta delante como un espejo al que no vendría mal prestar atención. Del otro, las cosas siguen igual que siempre: la juventud sigue siendo un valor en Eurovisión y Turquía, Grecia y los caucásicos siguen controlando el ranking. Y España, de nuevo, mantiene la dignidad por regular o mal que quede.

Pensé, en cuanto vi el salto del burro, en publicar una columna repleta de insultos y bajezas a tan ínclito destinatario bajo mi exclusiva responsabilidad, autoría y orgullo. Sin embargo, colmé todas mis satisfacciones a medida que los segundos pasaban y nadie arrancaba al discordante del cuerpo de baile. No hubo mayor orgullo, digo, que asistir a la suma demostración de fuerza que regaló Diges: un chorreo de profesionalidad y templanza que revalorizó aún más su actuación. Lo de que si nos dio o nos quitó puntos, lástima y repetición mediantes, no se podrá saber jamás. Yo me inclino a pensar que todo habría sido más o menos igual, a pensar que la determinante notoriedad que tal hijo de la globalización quiso acaparar no fue más que flor de una noche. Y otra anécdota más acorde con una imagen del festival en España que sigue sin contestar RTVE, y un punto oscuro para una organización lustrosa que ni se previó en tal tesitura. Inocentes aquéllos que desconocen su propia magnitud…

Esto nos lleva a conjeturar sobre el futuro. Convertida la noche de la final en un fenómeno televisivo de una relevancia innegable, podemos pensar que situaciones parecidas a la ocurrida volverán a darse a no ser que se sitie el escenario. Si esto es así, ¿cómo reaccionará la organización? No estamos hablando sólo de si volverá a restituir al agredido con el bis, la pregunta es más amplia de lo que parece: ¿Eurovisión ha terminado de aceptar que vive en un tiempo radicalmente nuevo y distinto al de su fundación, su decadencia y su resurgimiento? Y es que Oslo 2010 no se puede comparar, contextualmente, ni con la edición de hace media década… Hoy, unidos en la desgracia, los ciudadanos somos quizás más conscientes del efecto mariposa gracias a la situación económica mundial.

No es baladí
que la hábil estrategia del share-the-moment haya sido, bien amasada por la crisis, la elegida para entramar un canto a lo global. Gracias al persuasivo Svante, a Sietse y a n/vosotros mismos, el festival hace algo más que sobrevivir hoy en día. La reconversión en producto le ha salvado del descrédito, pero, ¿por cuánto tiempo? No es que esté aquejado de algo grave, pero no debemos dejar de tener en mente la moderada velocidad con la que el festival aceptó la reforma de sus intocables cimientos en tema de votaciones y semifinales. Eurovisión sabe que esto no es suficiente y que debe adaptarse continuamente al tiempo en el que vive. Lo difícil es no errar el tiro y hacerse con una providencial brújula…

A Eurovisión le queda dar el salto para terminar de cuajar. Si hay voluntad de sustituir los éxitos regionales y transitorios por éxitos continentales y prestigiosos, o transformar la polisemia de su recepción por unificadores hits europeístas, lo que le falta al festival es un soporte discográfico y no necesariamente privado. La UER podría edificar un sistema rentable que superpotenciase comercial y publicitariamente algunas de las participaciones a través de la red mediática que es Eurovisión. Así, muchas canciones y cantantes podrían ganar una merecida repercusión musical y generar una beneficiosa tercera vía de poder en la industria musical frente a la nacional y la estadounidense. La repercusión del festival cambiaría sensiblemente si toda Europa vibrara con en el grandioso saxofonista moldavo, con la emocionante canción belga, o con la contagiosa festividad francesa… ¿Y si Eurovisión cumpliera su mayor y más disimulado anhelo? ¿Y si pudiera hacernos, de verdad, compartir el momento?


(no importa cuándo, no importa dónde)


¿Cuánto de nostálgico, histórico y familiar perderíamos entonces?


¿Cuánto de todo esto podrá avanzar Lena?


¿Tan menos de lo que me esperaba como Rybak?



Ansioso por tener alguna respuesta…

 

Conversación