SENCILLA RAREZA
«… like a satellite, I'm in orbit all the way around you
and I would fall out into the night…»
La primera vez que los oídos se asomaban al marasmo musical de 2010, uno cree que todo es torpeza, que han juntado colirios con pestañas postizas y máscaras usadas para montar con urgencia alguna cosa medianamente boba que funcione en el escenario.
A medida que uno se queda mirando detenidamente el panorama, alejado de los torbellinos, las prisas e histerias que inflan a veces el festival, descubre que 2010 ha sido quizás uno de los años más interesantes por su sencillez y, simultáneamente, adictiva rareza.
Confieso que este año se podría haber planteado seriamente la etiqueta de eurofan, o al menos, apearse un tiempo del barco de ese mundo. Y no es precisamente por Eurovisión, que al final es un festival anual de músicas, arropadas por banderas y aderezado por la competitividad. Más bien por oir una y otra vez los mismos sofocos y descalificaciones, las actitudes ridículas y superficiales, que en fondo son generalidades y simplificaciones propias de una comunidad que aún vive su época adolescente.
Una balada no es necesariamente una canción nociva y un festival lleno de baladas tampoco implica que sea un festival infausto. De igual forma, una canción trance con tambores tampoco implica mejores posiciones. Y aunque ya parecía obvio, ni una diva con plumas nocturnas ni una puesta en escena estrambótica o barroca son garantía ni de calidad ni de efectividad. Más bien, y observando los resultados de este año, conllevaría un estrepitoso fracaso. Ese «tradicional sonido eurovisivo» ya aparece como un sonido quemado, manido, que aunque cambie de aspecto año tras año, el núcleo y esquema siguen siendo los mismos.
Si uno se detiene a observar los primeros de la tabla, más allá de gustos y pormenores, la primera conclusión alude a sonidos frescos y actuales, una aparente sencillez y una exquisita producción de las canciones. Lena Meyer-Landrut sigue la sofisticación europea de Lily Allen o Kate Nash. Por otra parte, Manga, ganadores de un premio MTV el año pasado, recolectó los votos de aquellos que valoran el fragor del rock con bases electrónicas, en una canción muy compacta. Y el centelleo pop rumano en una canción que podían haber cantado Kylie Minogue y Robbie Willians como aquel Kids. Después de esto, si aún no sirvieron los triunfos de Lordi o Marija, ya se debería haber derrumbado los estereotipos que pesan sobre ese adjetivo «eurovisivo», abriendose a nuevos significados.
Las canciones de Irlanda y Portugal surgían como baladas bonitas, muy bien interpretadas, pero desfasadas, propia de los años noventa. Y Reino Unido perturbaba con un sonido más rancio aún. Incluso Islandia, con porte de reina de la piscina, acudía con una canción propia de aquellos años post-Dana Internacional, de estructura previsible, estribillo subido y luminiscencias de neón.
Dentro de los ciclos del festival, cabe pensar que 2010 ha sido un año de inflexión. Después de una década en la que muchos países recurrieron a canciones discotequeras, divas reprise mal puestas, ropajes pretenciosos y puestas en escenas que diluían la canción, este año parece haber un claro giro a la naturaleza del concurso: un artista sale al escenario, canta e interpreta una canción, dándole vida en el escenario… y eso es todo. La mayoritaria limpieza visual de este año ha ayudado a potenciar el papel principal del cantante-intérprete defendiendo una canción, con sus diversos matices en la interpretación. Y este pequeño gran cambio en la esencia de Eurovisión es muy estimulante.
Posiblemente el próximo año, siguiendo la estela de los victoriosos de esta edición, nos encontremos con duos que dialogan, al estilo de Rumania o Dinamarca, chicas jóvenes y urbanas como Alemania y cantautores como Bégica. En Eurovisión siempre hay un efecto que se traspasa de año en año, y por desgracia la mayoría de las veces se limita a copias maol inspiradas. Sin embargo, más allá de estos calcos, seguramente el cambio más relevante será la modernización de las canciones en Eurovisión y la aproximación a un evento más ligado al público general. La magnitud de este cambio dependerá del éxito de Lena una vez alcanzada la victoria y la capacidad desde Alemania para exportarla, lo cual ya ofrece signos bastantes positivos.
Aun así, el secreto no será llevar a una chica con desenfado que recuerde a Lena o un duo chico-chica con una canción medio-tiempo. El secreto será querer ganar sin pensar en lo que ya ha ido a Eurovisión, sino en lo que debería ir en un futuro. La originalidad, la sofisticación, la naturalidad y el creerse la propia representación definen en gran parte la victoria germana. Pero aún quedan meses para disfrutar lo que ha dado de sí este año y reflexionar en los intensos cambios a plantearse en España, tanto en formato como en mentalidad.
«You set the pace, we'll take it fast and slow
I'll follow in your way
you got me, you got me…»
Conversación