Segunda parte:Portugal en Eurovisión

Después de su debut en 1964, Portugal llevó a cantantes famosos en su país. Eran figuras conocidas en España como Simone de Oliveira y Madalena Iglesias. Simone de Oliveira era la mujer del fado, después de la gran Amalia Rodrigues. Sus temas se inspiraban en la música folclórica popular portuguesa. En su indumentaria también se […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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Segunda parte:Portugal en Eurovisión

Después de su debut en 1964, Portugal llevó a cantantes famosos en su país. Eran figuras conocidas en España como Simone de Oliveira y Madalena Iglesias.
Simone de Oliveira era la mujer del fado, después de la gran Amalia Rodrigues. Sus temas se inspiraban en la música folclórica popular portuguesa. En su indumentaria también se vislumbraba el carácter de una señora de tronio, cómo dirían en Andalucía. Fue la segunda participante de este país y lo hizo en dos ocasiones con canciones con claro sabor de fado, eso sí arregladas para el show eurovisivo. Los puristas pueden criticar que “Sol de inverno”, que sacó en 1965 en Nápoles, y “Desfolhada”, Madrid 1969, se las pueda calificar de fado. Pero el sonido nos recuerda a eso, es inevitable. Simone, con su aspecto de morenaza impresionante y una voz envidiable no consiguió destacar. En el ’65 tuvo 1 punto y quedó decimotercera empatando con Noruega y la pizpireta Kristie Sparboe. En Madrid, con peinado y traje a lo Lola Flores, quedó peor aunque con más votos, decimoquinta y 4 puntos. Le votó España, Francia y Bélgica.
Siguiendo la estela del fado, Tonicha en Dublín ‘71, después de descansar un año esta delegación y no presentarse en el Festival de 1970 en Amsterdam por estar en desacuerdo con las normas que llevaron a cuádruple empate de Madrid, nos entonó “Menina” con sonido de cavaquinho, mucha voz y buen gusto puesto en escena. Tonicha, la rubia encantadora de gesto gentil consiguió 83 votos y un noveno puesto, la mejor clasificación hasta el momento.
Dulce Pontes, veinte años después, en Roma ’91, llevó “Luisitana paixão”, o pasión lusitana, siendo otro de los grandes temas de este país en el Festival y que sólo quedó en un puesto mediocre para la valía de la canción. Fue octava con 62 puntos. España le dio un 10 ese año. Dulce no era conocida todavía y después, tras las brasas festivaleras, se hizo una gran estrella internacional por su voz, inimitable, que se acercaba mucho al lamento nostálgico de la Rodrigues. Hace poco estuvo en Barcelona, en el Palau de la Música Catalana, como una gran diva. Supongo que mucha de la gente que fue a verla ni sabía que esa gran señora de la canción, respetada en el mundo entero, fue a Eurovisión. Suele pasar, un ejemplo son Céline Dion o Olivia Newton-John. Pero los eurovisivos estamos ahí para refrescar memorias y demostrar que no ganar no supone una tragedia en algunos casos, como el de Olivia concretamente.
Como grupo, Nevada, vestidos de “marineritos” según nuestra comentarista Beatriz Pécker, en 1987 optaron de nuevo por la canción folk. Poco apropiada para el show efectista que se montó en Bruselas, consiguieron 15 puntos ocupando la decimoctava posición. Parecían un conjunto vocal típico de la Costa Brava, por las rayas y el sabor a mar que despedían sus indumentarias. Yo pensé, ¿a qué cantan una habanera?, en fin, un desastre.
El representante masculino del fado en Eurovisión fue sin duda Carlos do Carmo. Cantó “Uma flor de ver pinho” en 1976. Pero eran malos tiempos para las composiciones con sentimiento tras el bombazo de ABBA en el ’74, y los estilos iban por otros derroteros a la hora de sumar votos. Carlos do Carmo, a pesar de llevar una de las mejores baladas de la Historia de este Certamen, consiguió 24 puntos, y gracias a que el jurado francés le dio un 12 al final de las votaciones, ocupando así el duodécimo puesto.
La chica yeyé lusitana era la efusiva Madalena Iglesias. En 1966 con “Ele e ela” fue decimotercera. Destacó su peinado crepado, como casi todas ese año, y la falda cancán. Depués Madalena estuvo en Madrid varias veces como estrella invitada en programas de televisión. En 1968, ¿qué os dice ese año?, era una de las componentes del jurado portugués, y que alabó mucho la actuación de Massiel con el “La, la, la”.
Dentro de la calidad, y con puestos no merecidos también estaban dos de los cuatro cantantes afroeuropeos que ha llevado Portugal. Se trata de Eduardo Nascimento en 1967 con “O vento mudou”. Con voz profunda y potente no consiguió una buena plaza, a pesar de hacerlo como nadie. Obtuvo 3 puntos y quedó duodécimo empatando con el orondo finlandés Fredi. Por su parte, Sara Tavares en 1994 con “Chamar a música” no quedó lo bien que se esperaba, estaba entre las favoritas. Fue octava en el Point Theatre de Dublín. En cambió, otro cantante negro, To Cruz, que cantaba muy bien, no acertó con la interpretación en 1995 y quedó en la vigesimoprimera plaza con la miseria de 5 votos y su “Baunilha e chocolate”, un alegato al mestizaje.
Mujeres de empaque fueron Manuela Bravo en 1979 en Jerusalem y su pegadiza “Sobe, sobe, balão sobe”. Se contoneó por toda la pista, y ¡ese traje color calabaza!, las cejas al hilo y peinada de señora mayor, a pesar de tener 24 años. Pero el reclamo de sobe…sobe o sube sube…, no la hizo subir mucho en los votos y quedó novena con 64 puntos. También Anabela le puso muy buena intención con su precioso tema en 1993 en Millsetreet. Se trata de “A cidade ate ser dia”, al cual España le votó con un 12. No había para menos porque es una canción muy atractiva y la voz de la chica, con 16 años, era de las grandes. Quedó décima con 60 puntos.
Dora, como Simone de Oliveira, fue en dos ocasiones y a cual peor. La pobre no conquistó a los jurados, ni en 1986 quedando decimocuarta con 28 puntos, y que den gracias también al 8 que les regaló España ni en 1988, aun peor. En Dublín sólo tuvo 5 puntos con “Voltarei”, antepenúltima de la lista. Y eso que cambió radicalmente de estilo en dos años. Pero ni yendo de moderna, con falda verde chillón, pelo rojo y zapatos de excursionista, ni de conservadora, en tonos rosas y larga trenza que descansaba en un hombro, se comió un colín.
Otra sacrificada y el segundo cero para Portugal llegó en el ’97 con Celia Lawson y su coro de “enterradores” con gafas a lo “Matrix”. Siendo una balada decente, la puesta en escena era tan triste que después nadie se acordó de darle ni un solo punto. Una lástima, la verdad, no había para tanto.
Nucha, en el ’90, también se tiró por la postmodernidad, y en la versión de estudio el tema “Sempre ha alguem” sonaba muy bien, pero en directo con orquesta fue un horror. Se tuvo que conformar con 9 puntos. El vestuario, sin comentarios, ¿para qué se pusieron esas notas musicales de cartulina en el traje? ¡qué tontería tan inmensa!
Y dejo para el final los fenómenos extraños. El doctor en Medicina Carlos Paico en 1981 con el baile del pingüino y su “Playback”, sonido compulsivo y extravagante, hacía sonrojar a propios y extraños, y que me perdonen los eurofans amantes de este tema. Nueve votos para la gran memez de la noche dublinesa, pero no fue el único ese año. Rikki Sorsa de Finlandia y Finn Kalvik de Noruega tampoco tenían desperdicio.
En París ’78 los Gemini, dos señores y dos señoras, montaron el número con “Dai-Li-Dou”. Entre el “papagalo”, los golpes de mangas vaporosas de ellas, con la aparente senectud de ellos no gustaron. Pero le pusieron mucho esfuerzo. La canción se enganchaba como una lapa. Lo festivalero no era el esquema que más le pegaba a los portugueses. Consiguieron 5 puntos, y para usted de contar. Combinaron en sus trajes los colores de la bandera portuguesa cómo ya habían hecho Os Amigos en el ’77 y después Lucía Moniz en el ’96.
Dina en 1992, más guitarra que señora, daba unos vaivenes de cabeza para anunciarnos su “Amor d’agua fresca”, y tanta fruta como nos describió acabamos todos mareados. Memorable idiotez también.
Gestos tampoco le faltaron a Rui Bandeira, el rubito lisboeta que tuvo un 12 concedido sólo por Francia. Según Uribarri, por los emigrantes portugueses desde que existe el televoto. Puede ser, lo cierto es que “Como tudo començou” no gusto nada en Jerusalem ’99. Resaltó por la melena que la movía de aquí para allá en un alarde que enfurecería a más de un calvo.
Los MTM en el 2001, el negro vestido de blanco y el blanco de negro, ¡qué originales!. No había por donde cogerles y que den gracias de nuevo a los “franceses” que le votaron 12, que sumados a otros 6, tuvieron 18. Tristes participaciones. Tras la eliminación para el 2000 y el 2002, ya perdieron el rumbo buscando entre preselecciones inacabables. Pero se ha recobrado la cordura de antaño, con una balada estupenda que Rita Guerra nos ha regalado en Riga 2003 y su “Diexa-me sonhar”. Inició su carrera en 1989, junto a Adamo, en el Casino de Estoril y ha sido la voz Disney en su idioma. Da igual el puesto conseguido, de todos conocido por ser reciente. Lo importante es que es otro de los mejores temas de Portugal en toda su historia eurovisiva, que ha sido larga, y poco afortunada. Si sólo exceptuamos cuatro o cinco temas, ha sido un país bastante coherente siempre, y cómo dije al principio de esta saga lusitana, la calidad a ganado a la mediocridad. En Istambul 2004 pueden dar la sorpresa por fin. Ya se barajan algún nombre. Con el tiempo lo veremos.

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