Salvador y la belleza

Vaya por delante que lo que sigue es una declaración incondicional de admiración a la canción que este ano representa a Portugal. Quien de entrada encuentre incomprensible ese sentimiento puede dejar de leer desde ya, quien tenga interés por Amar pelos dois puede seguir leyendo lo que todavía no sé qué acabará siendo, pero mi intención […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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Salvador y la belleza

Vaya por delante que lo que sigue es una declaración incondicional de admiración a la canción que este ano representa a Portugal. Quien de entrada encuentre incomprensible ese sentimiento puede dejar de leer desde ya, quien tenga interés por Amar pelos dois puede seguir leyendo lo que todavía no sé qué acabará siendo, pero mi intención es entender a santo de qué una canción, tan solo una pequena canción que casi se pierde en susurros, consiguie emocionarme tanto; así que tendré que empezar por el principio.

Al escucharla la primera vez se me escapó por partida doble en el primer comentario prácticamente la misma idea, pensé que aquello era magia y que la voz de Salvador era mágica. Sin embargo no pude evitar el tono de burla en un comentario que pedí que no me publicaran una vez la hube escuchado por segunda vez. La extrañeza que había causado a la primera audición la interpretación de Salvador, el distanciamineto que me provocó su extrañísima expresividad habían desaparecido y ya solo fui capaz de percibir con rotunda claridad su belleza. Y ahí empezaron a salirme los adjetivos atropellándose los unos a los otros cuando intentaba escribir un comentario, casi una guerra de adjetivos intentando describir que uno estaba delante de algo inaudito y especial, pequeño pero enorme, íntimo, personal, humilde, ensimismadamente ingenuo, y tierno, tan triste y tierno. También ahora me cuesta ahorrarme adjetivos en busca de la palabra clave resuma el sentimiento que me provoca esta canción. Será el misterio de la belleza, que se pierde en la traducción a las palabras.

He vuelto a escuchar la canción muchas veces y siempre me ocurre lo mismo. Cuando la música empieza se desencadena un proceso de desaceleración del mundo a mi alrededor, dejo lo que estoy haciendo y escucho: me centro. Quizá sea la desacostumbrada instrumentalización que me lleva a otra época donde la música suena en blanco y negro sobre fondo de violines o al revés, no sé. Cuando Salvador empieza a cantar y ese susurro, que siendo tan bajo es un grito de intimidad tan alto como hasta él solo Caetano Veloso supo cantar, la voz me lleva y me atrapa en un mundo de sentimientos que, uno lo sabe, solo pueden ser verdad. Salvador lleva el alma en la voz y me descubre para siempre la la delicada belleza fonética del portugués. Escuchando Amar pelos dois uno se pierde en la melodía, se acurruca en el texto y vuelve a la realidad sabiendo que esa experiencia ha sido una caricia.

Amar pelos dois es una de esas canciones que en su poder de evocación encierran un equilibrio casi imposible entre la música y el texto. Me pregunto qué otras canciones me han producido un similar impacto a lo largo de mi vida y reconozco que hay otras dos joyas que están a la altura de ésta: Ne me quittez pas de Jacques Brel y Lucía de Serrat. Me lo pienso y me asombro al descubrir que la canción de Sobral casualmente continúa y completa esta magnífica trilogía del desamor. Al desgarrado “no me dejes” de Brel le sigue el reconocimineto de haber perdido en Lucía lo más bello que se tuvo; Amar pelos dois cierra la secuencia con su susurrado “vuelve”.

Es imposible no reconocerse en esa tristeza.

Eurovisión es una incognita, ni el probable apoyo de los jurados ni el inseguro televoto son verdaderamente predecibles. Que esta canción ganara sería casi “justicia poética”, que no fuera entendida una posibilidad muy a tener en cuenta. Su singularidad es su gran baza y su gran enemigo. Al final el resulatdo es lo de menos, esta edición pasará, pero la canción quedará para siempre.

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