Resaca posteurovisiva

Bueno, pues un año más se acaba y toca escribir algo al respecto; como siempre, desde el máximo respeto y basándome en mi opinión. He dejado pasar un par de semanas para plasmar mis impresiones, aunque en realidad este año me he distanciado del festival más que nunca y no había peligro de que escribiera […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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Resaca posteurovisiva

Bueno, pues un año más se acaba y toca escribir algo al respecto; como siempre, desde el máximo respeto y basándome en mi opinión. He dejado pasar un par de semanas para plasmar mis impresiones, aunque en realidad este año me he distanciado del festival más que nunca y no había peligro de que escribiera nada «en caliente»: no había ninguna canción que me gustara especialmente (mi top three lo componían Italia, Bélgica y Rumanía, y al menos las tres han quedado aceptablemente bien) y mi única esperanza para con España era que consiguiera más puntos que Alemania para no acabar últimos… y casi ocurre.

Así que allá voy: para empezar, diré que creo que todos estamos entusiasmados en mayor o menor medida con el triunfo de Portugal. Independientemente de que nos guste la canción o no (yo, por ejemplo, nunca la tuve en mi top ten), esta victoria muestra que la música es lo que prima en Eurovisión, digan lo que digan algunos: ha ganado una canción lenta, en portugués e interpretada por un cantante totalmente atípico. Y no solo ha conseguido arrasar entre los jurados, sino también entre los espectadores europeos, que tantas veces le habían dado la espalda al país luso. No hay política que valga. Portugal solo tiene un vecino (España) y apenas hay tres países que le suelen votar (Francia, Suiza y Bélgica); sus relaciones políticas y sociales, a priori, no son demasiado relevantes (para Eurovisión, claro está) y gracias a una canción y una actuación mágicas ha recibido puntos de todos los países, que le han valido para alzarse con una contundente victoria. Esto nos servirá para callar bocas en un futuro y, sobre todo, da a los eurofans españoles la excusa para no perdernos el festival en directo el año que viene, pues parece claro que se celebrará en Lisboa, una ciudad cercana y asequible.

Dicho esto, reiteraré una vez más lo que digo todos los años: no a los jurados. Cada vez está más claro que son una figura no solo prescindible sino contraproducente para la evolución del festival. Creo que no aportan justicia, sino aleatoriedad: las mejores canciones suelen pasar sin problemas porque el 90 % de las veces reciben el respaldo del público, y las «no tan buenas» acaban relegadas a los designios de la suma total. Insisto: si este año ha ganado Portugal también entre el televoto, ¿qué puede aportar el jurado? Nada. Puntos excesivos a cantantes “gritones” (no lo digo con desprecio, simplemente no se me ocurre otra palabra) y hundimiento de canciones que, sin ser peores, no son “del gusto del jurado”. Es cierto que habría sido una injusticia que temas como los de Reino Unido, Austria o Israel hubieran quedado tan abajo en el marcador, pero al fin y al cabo es lo que Europa ha querido. Estos tres países, por ejemplo, han demostrado en el pasado que son perfectamente capaces de meterse en el top ten del televoto cuando su canción conecta con el público y eso, sencillamente, no ha ocurrido esta vez (bueno, Israel fue cuarto en su semifinal, tal vez quedó tan mal en la final por el puesto de actuación).

Por el contrario, los jurados este año han hundido a las canciones de Suiza, Estonia y Finlandia, tres países que se habrían clasificado si solo hubiera contado el voto del público y que habrían hecho un excelente papel en la final. En su lugar, han optado por las baladas de Australia o Dinamarca que, sin ser malas, no han aportado nada. Por no hablar del quinto puesto de Países Bajos en la final. Reconozco que el directo de las tres hermanas fue soberbio, pero creo que la canción es de las peores de esta edición y estoy bastante más de acuerdo con los puntos concedidos por el televoto (15, 10 de ellos de Bélgica) que por los jurados. Además, la introducción de estos “profesionales”, siempre entre comillas, no ha paliado el voto político: Grecia y Chipre se han vuelto a intercambiar los doce puntos en la final sin ningún pudor, Armenia y Azerbaiyán se han ignorado cuanto han podido y Bielorrusia ha conseguido doces de dos países amigos, por poner un par de ejemplos. Y que conste que la canción bielorrusa me encantaba, y la de Chipre también.

Además, no podemos quejarnos de que este año haya habido mucho voto político o vecinal, porque la mayoría de los puntos se los han llevado los siete primeros clasificados, mientras países que tradicionalmente arrastran muchos votos del público, como Armenia y Polonia, han quedado en posiciones más que discretas también en el televoto, mientras que  otros como Serbia o Lituania directamente no han pasado (ni habrían pasado solo con el televoto).

Aun así, insisto en que estoy muy contento con cómo ha acabado esta edición. Ha habido muchas canciones buenas, con algo más de variedad que el año pasado y la aceptación entre el gran público ha sido evidente un año más. En cuanto a realización, presentadores y demás, no tengo nada que objetar. No soy un experto en el tema y solo sé que la forma en que se han hecho las cosas me ha permitido disfrutar del festival tanto como otros años. A pesar de lo que presagiaba el conflicto ruso-ucraniano, todo ha transcurrido con normalidad (sin contar la irrupción del individuo con la bandera australiana y las nalgas al aire durante la interpretación de Jamala) y creo que en general el festival se reafirma como un evento moderno y dinámico que, a pesar de los jurados, evoluciona en la dirección correcta. Lo único malo es que ahora nos toca esperar un año más para volver a disfrutar de Eurovisión y ya sabemos por experiencia que va a ser una espera muy larga.

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