MIENTRAS EUROPA DUERMA

No sé si será porque escribo de noche, pero es ahora que tengo las ganas a punto para desapuntalar el común de argumentos dialécticos con los que siempre he defendido que Eurovisión merecía la pena. Y probablemente me arrepienta. El caso es que este gesto de suicida viene de atrás, desde que dejé de escribir […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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MIENTRAS EUROPA DUERMA

No sé si será porque escribo de noche, pero es ahora que tengo las ganas a punto para desapuntalar el común de argumentos dialécticos con los que siempre he defendido que Eurovisión merecía la pena. Y probablemente me arrepienta.

El caso es que este gesto de suicida viene de atrás, desde que dejé de escribir para esta página y empecé a incumplir gravemente el compromiso moral de “un mes, una columna”. Por nada en concreto, quizás la crisis. Sin embargo, da igual: yo no soy el protagonista de esta historia. La proclama es lo que importa y es esta: Eurovisión está condenado a ser hortera, friki, marginal y olvidable.

No es una cuestión de formatos. Es más, el formato de festival de la canción es un residuo vintage bien simpático y fraternal, que da cuenta de la afección por crear un continente reconciliado y cercano al vulgo votante. Qué bonito fue pensar que realmente Alemania podía querer a Francia vía deuze points, que bajo las bombas el Sarajevo calling enviaba un mensaje de paz, casi navideño, a los croatas, y que, en definitiva, había una amistad transfronteriza que nos distinguía como continente por viejos y sabios.

Y ni mucho menos. La penetración -el sustantivo no es casual- de los Estados Unidos de América en nuestras culturas nos ha homogeneizado a su favor. No es el tiempo de Sandie Shaw ni de Domenico Modugno versionándose en castellano y de gira y de venta. Hoy es el de un efímero cualquiera en inglés, banalizando sus orígenes musicales, y ahogado en el efectismo televisivo que le da la vida por tres minutos. Nacer para morir, es simple y todos lo sabemos.

Seamos serios: ¿quién respeta a Lena más allá de arranques patrioteros? Y por Lena digo cualquier participante y por respetar digo que haya triunfado efectivamente -esto es, y por quién digo radios mainstreams y Media Markts europeos-. La MTV Europe es, por ejemplo, el caballo de Troya, el gran ejemplo antitético capaz de detectar grandes públicos y ocupar continentalmente sus espacios musicales. Eurovisión, no lo ha conseguido. A Estonia y a Portugal no les une nada, ni siquiera compartir Parlamento (aunque este es otro tema y el mismo).

Al remate, estamos hablando de lo de siempre: que no hay ninguna industria continental que soporte las creaciones eurovisivas con vocación permanente y europeísta -ni siquiera, por supuesto, entendiendo Europa como mercado, no ya como ciudadanía-. ¿Será que, en realidad, no compartimos nada específico? Hoy tiendo a pensar que nuestro mosaico de peculiaridades nos aleja y que los criterios que nos unifican son las series, las películas y los libros -los bancos, las agencias- de la cultura predominante: la nuestra canibalizada por quien tiene el dinero y esa recibida como símbolo de modernidad y emancipación -frente al comunismo, al Islam-.

Es aquí donde surge la consecuencia más dolorosa y abiertamente extrapolable: que ni siquiera en el peor momento desde nuestra fundación -la de la identidad europea, cimiento al que se adhieren cuarenta países varias noches de mayo con carácter anual- somos capaces de construir una salida propia. Estamos dentro del laberinto escuchando las indicaciones de los de fuera para trazar el mapa de salida, una salida a un escenario útil por intrascendental.

¿Será que nos han inventado, que no existimos como familia más allá de los encuentros programados por el calendario? Puede que, entonces sea este el supremo momento de convencernos europeos. Mientras no reforcemos la propiedad de nuestras ideas, seguiremos creyendo que Eurovisión es un concurso hortera, friki, marginal y olvidable, porque sus canciones seguirán siendo enviadas para cumplir tal ciego propósito. O el festival se convierte en moneda única, o las culturas nacionales se detendrán en las aduanas.


 

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