LA TEORÍA DE LOS MERCADOS NATURALES

Myléne Farmer o Kate Ryan cantan en francés y triunfan en Europa. Desde ABBA, Suecia no ha dejado de exportar artistas al resto del mundo. Del gigante mercado discográfico ruso apenas se conocen cantantes en la península. España es de los países europeos con mayor índice de consumo de música en su propio idioma, y menor […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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LA TEORÍA DE LOS MERCADOS NATURALES

Myléne Farmer o Kate Ryan cantan en francés y triunfan en Europa. Desde ABBA, Suecia no ha dejado de exportar artistas al resto del mundo. Del gigante mercado discográfico ruso apenas se conocen cantantes en la península. España es de los países europeos con mayor índice de consumo de música en su propio idioma, y menor en exportación para el resto de Europa en consideración a su tamaño.
¿Tendrá esto alguna causa o efecto en Eurovisión?

El Festival ha ligado sus épocas de esplendor a su función de plataforma promocional para los artistas y palanca de apoyo a las discográficas. En el otro extremo, sus épocas de decadencia condenaban al artista a un estigma del cual apenas podría sobrevivir sin reconvertirse. El nuevo Festival ha adquirido el formato de plataforma popular renovada donde se mezclan intereses de audiencias millonarias, posibilidades de carrera internacional o expansión a nuevos mercados. Aunque tenga audiencia en países como Australia, Sudáfrica o Brasil, es obvio que Eurovisión se ciñe a una plataforma muy concreta de países, que casi coincide con este ente geográfico y cultural llamado Europa, y es prácticamente en este conjunto de países donde el festival tiene su mayor impacto, donde un artista puede darse a conocer,

 

Lenguas y sonidos

 

Más allá de las afinidades culturales, lingüísticas o de prestigio musical que se tracen en el mapa europeo, raramente nuestros artistas nacionales consiguen dar el salto a Europa. ¿Apatía, desinterés o complejos culturales que rompan esa barrera?
Desde aquellas promociones lejanas en los Festivales de los años 70 ningún artista español ni ninguna discográfica se han preocupado de forma significativa y continuada en promocionarse más allá de los Pirineos. Las excepciones son casos aislados que en ningún momento corresponden a un flujo natural o a una intención programada de exportación a mercados europeos. ¿Para qué? El mercado natural de los grupos españoles se ha supuesto siempre en Latinoamérica. Amaral actúa en Buenos Aires, Miguel Bosé arrasa en México, Pastora suena en Chile, Bebe se promociona en Colombia… Pero ninguna discográfica despliega el mismo interés por ejemplo en AlemaniaCroacia o Rusia.

El caso más reciente, bastante estrambótico, fueron las desgraciadas Ketchup. Ese icono de canción-baile pachanga al que la monótona industria musical española acude desde que el concepto de la “canción del verano” existe, reforzó esa senda de éxito intrascendente, reabierto por la Macarena en los 90, y que llevó a las hermanas cordobesas a recorrer medio mundo con una canción simplona pero efectiva. Después de aquel éxito fugaz, el último cartucho de la discográfica fue utilizar la plataforma eurovisiva para volver, como anunciaban en su sitio web, aunque con una canción y un espectáculo tan poco afortunado que el regreso coincidió con su hundimiento y desaparición.

Tomando como excepcional la versión italiana de Ballare Stretti de Sergio Dalma, se podría afirmar que la última vez que pudo haber cierta intención fue en 1979, aunque tímida y precipitada por ese inesperado segundo puesto. Prueba es que Betty Misiego hiciera versión de Su canción en francés e italiano con un afán realmente promocional. Durante los 80 los artistas acudían apenas sin respaldo, sólo porque alguien tenía que ir al Festival. Y cualquier buen puesto, como el de Bravo, era recibido con estupor. Con Sergio Dalma y el afán de RTVE de traerse el Festival a España en 1992, aquel “Año Internacional de España”, se reavivó el interés, perdido de nuevo en un letargo que no llegó a despertar hasta David Civera.

La moda de la “pachanga latina” puso de nuevo a Eurovisión en el ojo de mira de las discográficas españolas. Llegaba con retardo, ya había puesto de moda Ricky Martin el sonido caribeño en el mundo con su segundo disco Vuelve (1998), pero la novedad es que en España se había descubierto que el artista eurovisivo podría ser también rentable como canción del verano, y por tanto, la preselección y promoción para Eurovisión se convertía en una mera antesala promocional de cara al verano. Se prioriza la rentabilidad veraniega antes que el éxito en el festival. O lo que es lo mismo: lo (único) que prima es que guste aquí, no hace falta que guste en Europa. 

Desde entonces, aún permanecemos en ese círculo promocional en el que el punto de mira no es Europa sino España. Lo que interesa es que el artista sea conocido aquí, porque si lo es aquí, ya se podrá hacer las Américas, la manzana más jugosa. España siempre ha mirado su expansión musical en Latinoamerica, pero sigue sin mirar más allá de los Pirineos. No hay Noas, Dima Bilanes o Sakis Rouvases en España que quieran abrirse mercado en los países de Europa del Este. Es improbable que un artista español serio se proponga realmente triunfar en Europa, ¡aún menos en español!
Mientras los Beatles bautizaron al inglés como la lengua del pop, la canzone italiana cruzó fronteras de parole en parole y la chanson française hizo que tout les garçons et les filles quisieran aprender francés, el español se ha quedado como un idioma relevante pero sin caché. Los idiomas ganan autoridad cuando se usan en cuestiones innovadoras o de calidad, pero la incompetente industria musical española parece no querer exportar a Europa más que productos de música pachanguera, camuflada bajo el paraguas de sonidos latinoamericanos y con el objetivo de dar con alguna melodía fácil de éxito masivo e inmediato.

Mapa de sonidos

 

Este mapa de sonidos en Europa, que facilita y prioriza los diferentes intereses en Eurovisión, se refleja de nuevo este año en la preselección española. En las primeras posiciones tenemos a Soraya, cuyo disco Sin miedo no termina de despegar en ventas y ha echado mano de lo que podría ser una canción (¿2º sencillo?) para promocionarse de cara a la primavera. Luego tenemos a una Melody desempolvada de las verbenas veraniegas de pata negra de 2001, reconvertida en una jovencita con vistas a volver a ser lo que alguna vez fue en términos de popularidad. Y Mirela sería el caso de artista novel que, con el único respaldo de la simpatía profesada por una legión de seguidores, busca sacar cabeza en el apretado panorama nacional.

Todo este horizonte tan ceñido contrasta con el entusiasmo que otros artistas expresan por abrirse hueco internacional, como Patricia Kaas, Ani Lorak o Helena Paparizou, cuyos mercados naturales coinciden con Europa y respaldadas por sus respectivas discográficas, despliegan una actividad promocional y un deseo de victoria mucho más acertado de cara al Festival de Eurovisión.

Es posible que la solución y el cambio no sean sencillos ni tampoco dependa exclusivamente del Festival. Después de todo, Eurovisión sólo se comporta como un reflejo de gustos, sonidos y modas que ya existen en el continente. Y el escaso prestigio labrado del español dentro de Europa y la no existencia de un mercado natural de la música española en el viejo continente han desvirtuado los intereses nacionales en Eurovisión. No se aborda el festival como un fin en sí mismo, no se busca realmente una victoria, pese a ser un medio idóneo para lanzarse a Europa. Los artistas que actualmente se presentan a la preselección lo asumen como un mero peaje a pagar por conseguir una promoción extra y sacar cabeza en el mercado interno.

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