LA NOSTALGIA DE IMAANI

I see your picture in a frame I see a face without a name riding alone on an empty train where are you? Cuando Imaani se retiró del escenario en Birmingham, se puso fin a una etapa de esplendor para el Reino Unido. Expiraba un periodo condecorado continuamente de victorias y segundos puestos en la […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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LA NOSTALGIA DE IMAANI

I see your picture in a frame
I see a face without a name
riding alone on an empty train
where are you?

Cuando Imaani se retiró del escenario en Birmingham, se puso fin a una etapa de esplendor para el Reino Unido. Expiraba un periodo condecorado continuamente de victorias y segundos puestos en la que los jurados elevaban el país británico a potencia musical eurovisiva. Acababan las décadas en que el representante inglés parecía disfrutar de un asegurado alto puesto y una insultante seguridad en el escenario, más allá de los juicios de sobrevaloración sobre sus composiciones. Como ningún otro país, mantenía la ventaja competitiva del inglés, un idioma al cual toda Europa, con independencia de entenderlo o no, ya tenía a sus sonidos y matices acostumbrado el oído. Y tenía la otra inmensa ventaja del dominio de la música anglosajona en las radiofórmulas de todo el mundo, un estilo de música que marcaba tendencias entre el público. Se trataba de una competición musical en la que aquel Guayomení partía con una ventaja intangible que lo situaba unos metros más allá de la línea de salida en relación al resto de países.

De esa lista de victorias y segundos puestos, Reino Unido ha ido recolectando medallas y con ellas, sembrando sus vanidades. A veces sucedía que un país justo ese año lo hacía mejor, que le arrebataba las mieles con una sorpresa, una melodía, un intérprete, un guiño más brillante, más sorprendente. Y los británicos repetían segundo puesto. Pero también aprendieron a colar sus victorias desde los comienzos del esplendor del Festival. La primera de ellas, la mítica Sandie Shaw, descalza y afable, contaba las visicitudes de una marioneta enamorada al ritmo de un guiñol. Volvió a ganar con la onomatopeya ingenua de Lulu y un ritmo casi infantil pero tan melódico como los éxitos que arrasaban en las radios. En la década siguiente volvieron a copar el podio con una canción escrita para un bebé, dentro de un movimiento simpático y una sinfonía pegajosa. Fórmula parecida, en aquella moda de las parejas marcada por ABBA, los alzó en los 80, con una canción bailable, alegre y algo vacua, pero con un cadencia y una melodía tan contagiosa como chillones eran sus colores. Y pasaron dieciséis años hasta que una norteamericana les echó una mano para conseguir su última victoria.

Reino Unido siempre ha tenido un prurito de destaque. No ha dudado en dar un golpe en la mesa cuando concluyó que ya eran muchos años apilando malas posiciones en el Festival, un país que había colocado dos canciones suyas en la gala de Congratulations, a la vez que ocho canciones de esa gala se interpretaban en su idioma. Esa humillación entre naciones empezaba a ser insoportable. Es la otra cara del pueblo de la libra esterlina: lucen con orgullo su historia y sus antecedentes, ofendiéndose como nadie cuando interpretan sus fracasos como injusticias inmerecidas. O simplemente cuando no están a gusto con el resultado según su prisma y criterio.

Como ejemplo de ese prisma y criterio para juzgar el entorno, bastaría con leer el tomo editado com motivo del 50ª aniversario del Festival, y escrito por el londinense John Kennedy O'Connor. El libro fue promocionado durante la final de Eurovisión 2005, en su edición principal, la británica, que contaba con una preponderancia en la portada de sus representantes, cuatro de siete. En los relatos históricos de cada festival no duda en cargar de subjetividad sus comentarios, aunque siempre con clara benevolencia y predilección por la canción británica. Por ilustrar con sólo unos ejemplos, la primera en saldarse rebajada es, no podría ser otra, Massiel, la eterna espinita. De ella dice “and much to everyone´s surprise -and the disgust of many- she won. The most repetitious song ever heard in the contest, “La la la” has become a byword for everything that is wrong with the Eurovision contest, and gets more criticism than any other winner“. Salomé, al año siguiente, tampoco recibe mejores críticas: compara su “very bizarre choreography” con un espectáculo de marioneta, si bien a Lulu la presenta como “she arrived in Madrid as the hot favourite“. Si pasamos a Betty Missiego, la cataloga como “the most manipulate performance of the night“. Y de Lucía aclara que “a male dance repeatedly circled her with passionate and wildly exaggerated dance moves“. 

Es una incógnita el efecto que Andrew Lloyd Webber habrá tenido en el festival. Pese a su mediática aureola británica, compuso una canción de corte convencional y predecible, pero parece haber devuelto esperanzas a un país que se toma en serio y con picazón todas las competiciones internacionales donde se baraja su nombre. La etapa que cerró Imaani ya queda atrás, aquel punto impalpable de modernidad o reputación que implicaba la apuesta inglesa. El timón se ha abierto y ya no sólo pilotan Reino Unido y los países francófonos, sino que ha virado a sonidos mediterráneos, aquellos que una vez fueron patitos feos (Balcanes, Grecia, Turquía) y puestas en escena del Este. Ni el inglés ni el influjo musical anglosajón son ya ases en la manga para un país que poco a poco se ha ido sintiendo incómodo en el festival. Desplazado del epicentro musical eurovisivo y del cómodo sillón asegurado que disfrutaba edición tras edición, ¿dónde estará Reino Unido?

(so near) so near
(so far) so far
out there I can almost touch you
you're here in my mind all the time
where are you now?
 

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