LA LOCURA EUROVISIVA

Eurovisión es un mundo digno de estudio. En la mayoría de países (yo diría que un 75%) se eligen canciones que siguen un patrón similar: melancólicas, lentas, incluso podría llegar a decirse que “aburridas” (no se entienda en el sentido peyorativo de la palabra, aunque en muchas ocasiones las puestas en escena que se están […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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LA LOCURA EUROVISIVA

Eurovisión es un mundo digno de estudio. En la mayoría de países (yo diría que un 75%) se eligen canciones que siguen un patrón similar: melancólicas, lentas, incluso podría llegar a decirse que “aburridas” (no se entienda en el sentido peyorativo de la palabra, aunque en muchas ocasiones las puestas en escena que se están llevando a cabo acentúen este adjetivo). 

Entiendo que, en estos países, dichas canciones son elegidas por televoto, lo que debe significar que el gusto del ciudadano europeo seguidor del concurso (no hablo simplemente del eurofán, entiendo que en las finales nacionales participa un público más amplio) anda en su mayor parte por esos derroteros.

Sin embargo, llegamos a una semifinal, y apuestas totalmente contrarias a las que puede asimilarse el gusto europeo que comentaba anteriormente, tales como Grecia, Chipre o Moldavia terminan pasando a la final en detrimento de un tipo de música que los habitantes de sus respectivos países consideraron en su día adecuada para que les representara ante el resto de Europa. 

Puede ser que Eurovisión se esté volviendo un mundo caótico y cada vez sea más complicado saber con antelación cuál va a ser el toque perfecto para alzarse con el triunfo, y no ya con el triunfo, sino con un simple top 10. Aquí entran diversos aspectos que van más allá de la canción en sí: puesta en escena, vestuario, juego de luces, miradas a cámara y, en general, aspectos que siempre han estado ahí pero nunca sobresalían por encima de la canción. Estamos asistiendo en los últimos años a un rizar el rizo en todo lo relacionado con estos detalles que dan al traste con los planes de muchas delegaciones que mandan canciones con una magia especial (véase este año Finlandia), pero que se quedan atrás porque entran en juego otros países rompiendo un poco el molde de lo que últimamente se considera correcto en Eurovisión (véase Moldavia). 

La conclusión que puede sacarse de todo, y al hilo de lo que comentaba al principio, es que no existe una fórmula perfecta para ganar, ni tan siquiera para pasar a la semifinal. Muchos creemos que con una puesta en escena espectacular (con espectacular no me refiero a que haya fuegos artificiales y colores por doquier, sino que esté estudiada, meditada, milimetrada para que nos entendamos) y un juego de luces perfectamente cronometrado con el ritmo de la canción, tenemos todas las de ganar, porque los cánones que se están siguiendo los últimos años nos ha llevado a pensar eso. Pero no hace falta tanto artificio, al final el público europeo busca la espontaneidad, el sentimiento, la magia para estar 3 minutos delante de la pantalla contemplando lo que la música te ofrece, sin preguntarle a tu amigo de al lado como le ha ido el día o pensando qué comida tienes que hacer mañana. Y eso es lo complicado de conseguir, y en lo que las delegaciones tienen que trabajar, especialmente España porque es la que más nos duele.

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