KARÁCSONY ES UNA PALABRA

“Morrissey“, aunque no lo parezca, es un apellido tradicional irlandés, cuya raíz se encuentra en O Muirgheasa. Cuando vivía en Dublín, justo enfrente del locutorio al que solía ir, veía siempre abierta la carnicería Morrissey Butcher's. Por eso no fue casual que el conocido cantante, británico de padres irlandeses, tomara el apellido gaélico como marca […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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KARÁCSONY ES UNA PALABRA

Morrissey“, aunque no lo parezca, es un apellido tradicional irlandés, cuya raíz se encuentra en O Muirgheasa. Cuando vivía en Dublín, justo enfrente del locutorio al que solía ir, veía siempre abierta la carnicería Morrissey Butcher's. Por eso no fue casual que el conocido cantante, británico de padres irlandeses, tomara el apellido gaélico como marca para liderar una banda de típico apellido inglés, The Smiths.

Bajo estas mezclas y connotaciones sugeridas por un apellido, arranco esta columna, con esa ilusión primeriza con que se echa a rodar un nuevo proyecto. De igual forma que se entroncan los apellidos, creando un árbol de familia, cada mes desde este escenario se va a poder demostrar que Eurovisión es un día a día, un eslabón más de esa cadena conformada por países, idiomas, costumbres, historias, nombres e identidades. Eurovisión se asienta en Europa como algo más que un Festival de Música, tiñe la cultura del viejo continente y nos muestra todo bajo un prisma diferente.

Por ello, qué mejor que Waterloogle para el bautizo de estos escritos: la conjunción de Waterloo porque es una de las melodías más emblemáticas y reconocibles de Eurovisión y de google, paradigma del buceo en un mundo de información aparentemente dispar pero de algún modo conectada.

Dándole vueltas a cuál sería ese primer buceo, vi hace días unos anuncios de Budapest en el metro de Madrid, invitando a pasar allí las navidades. Pese a la estampa feliz del Puente de las Cadenas, me acordé que en estos días fríos, los cafés de Budapest son el mejor cobijo para la serenidad.
Budapest es de esas ciudades donde la ecuación uno más uno darían tres. En una orilla, el castillo regio de Buda, en lo alto, predominante y bizarro.
Al otro lado, se extiende la llanura de Pest, enérgica, abrumadora y excitante, donde abundan los cafés de asientos confortables, denso olor a cafeína y vaho en los cristales. Todo húngaro conoce a Nox pero sorprende oirlos por ejemplo en el suntuoso Café de la Ópera. En 2004 editaron un disco llamado Karácsony, es decir, “Navidad”, seis canciones, villancicos de cierta popularidad, adaptados al mestizaje de Nox. Como todos los discos de Navidad, son recurrentes para estas festividades cíclicas. Una y otra vez se ponen de moda, de igual forma que todos los años suceden las mismas luces parpadeantes, las mismas cenas sociales y los mismos papeles de regalo.


“también a ti se te da nueva esperanza cada día
dales a tus sueños secretos una oportunidad
tu corazón ya lo hubiera hecho
hazte hoy esa promesa”

Mi canción favorita de ese disco, luego recuperada para el ábum que editarían con Foroj vilag, es Eskü, que significa “Promesa”. Recuerdo el ritmo de la canción, casi al mismo compás que las mareas fluviales del Danubio en Budapest. La virtud de las baladas de Nox es que surten el mismo efecto que los cafés húngaros: te dan una calidez que ni pesa ni engorda.

La Navidad es como Eurovisión, una vez al año. Y al igual que Eurovisión se alimenta de preselecciones durante meses para su eclosión en una sola noche, en Navidad desde meses atrás todos se apremian a compartir décimos de dudosa suerte, se intercambian felicidades previsibles, se reúnen alrededor de cenas golosas y se decoran para lo que se supone que es una simple cena.

Quizás sea excesivo comparar la temporada eurovisiva con el aparato y el climax prenavideño, ni siquiera la noche del festival podría ser como la Nochebuena. A diferencia de la Navidad, que resulta por ser lo mismo todos los años, Eurovisión cada año parece ser diferente, parece haber mudado de disfraz y luce nuevas galas. Artísticamente, lo que hace aburrida a la navidad, más allá de sus estrictas raíces tradicionales, es lo cíclico de su comportamiento. Por eso es tan rentable un disco de Navidad, volverá a ser actualidad cada vez que se proclame en las calles que “ya es navidad”.

Una de las melodías asiduas más rentables es el “Last Christmas, I gave you my heart…”, pero a esas ascuas pecuniarias han sabido también acercarse muchos artistas eurovisivos. En Budapest, con la caída de la nieve siempre suenan los compases de Nox en Karácsony. Pero quizás sean una excepción en esos países centroeuropeos. Es sin duda en los paises nórdicos donde más repecursión y mejor se da la mano la tradición eurovisiva con la navideña.

Por ejemplo, en Suecia no sorprende oir tantos artistas de Melodifestivalen desgranarse las cuerdas con villancicos o simplemente, felices canciones de navidad. Nanne Grönvall, Charlotte Nilsson, etc. todo con un sabor a campanas casi paralela al schlager. Hay propuestas un poco más sofísticadas, como la noruega Nora Brockstedt al editar en clave de jazz su Christmas Songs, con la voz de anciana “jazzy” que mantenía en 2005. O al jovencísimo Jari Sillanpää grabando su correspondiente album navideño Hyvaa joulua a mitad de los noventa.

En los países mediterráneos, la tradición no es tan arraigada, pero la mayoría, de una forma u otra, han hecho sus respectivos pinitos. Marie Myriam enarboló ese toque de señora mayor cantando con elegancia canciones de Navidad, tanto populares como firmados, en su album Tous les anges chantent. Incluso versionó Wonderful Christmas Time la canción navideña de Paul McCartney.

En España, la tradición parece más arcaica, sobretodo cuando por enésima vez vemos a Raphael interpretando El tamborilero en RTVE. Pero no ha sido el único. Julio Iglesias, Sergio Dalma, Azúcar Moreno, Karina, José Guardiola o Trigo Limpio han entonado, tarde o temprano, canciones de navidad. La última eurovisiva en acoplarse a tan rentable moda fue Rosa, editando un pastiche de canciones llenas de buenos deseos, encajando con ese perfil suyo de hija-hermana-amiga para las galas familiares y de buena voluntad propias de estas fechas. Ya en ese disco los productores que manejan la barca de Rosa miraban de reojo a Suecia, incorporando el I'll be home for Christmas de Nane Grönvall.

Dentro de unas semanas ya habrán pasado todos estos días festivos que se avecinan y todo volverá a la normalidad, a ese estado de no-excitación social que en diciembre prende a todas las personas. Dicen que las luces de neón y la música bajan las defensas del consumidor, todo esto no es sino un ornamento perverso, estudiado para desvalijar las pobres carteras y dejarlas en las faldas más bajas de la cuesta de enero. En eso, Eurovisión le toma ventaja a la Navidad. Los gastos no son tantos pero sí mejor distribuidos, ya que cada año muchos seguidores se recrean en cierto regodeo mitómano. Cada edición añade nuevas canciones, nuevas anécdotas, nuevos nombres al inmenso baúl que es el Festival, con la fortuna que siempre habrá una nueva oportunidad para el año siguiente. Esta es quizás la mayor diferencia entre un evento y otro. Mientras la Navidad regresa para ser siempre lo mismo, Eurovisión acaba por volver como una hoja en blanco.

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