ÍÑIGO Y LAS PREDICCIONES URIBARRESCAS

Me lo imagino estos días previos al viaje, ordenando papeles, recabando datos y visionando vídeos. Jose Mª Iñigo es un profesional serio, un periodista de esos que, a pesar de que jamás le ha tocado enfrentarse a temas espinosos (sus programas siempre han sido musicales, culturales, o sobre el mundo del espectáculo en general), se […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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ÍÑIGO Y LAS PREDICCIONES URIBARRESCAS

Me lo imagino estos días previos al viaje, ordenando papeles, recabando datos y visionando vídeos. Jose Mª Iñigo es un profesional serio, un periodista de esos que, a pesar de que jamás le ha tocado enfrentarse a temas espinosos (sus programas siempre han sido musicales, culturales, o sobre el mundo del espectáculo en general), se reconoce como fiable. Él habla, y la profundidad de su voz radiofónica, sus años como figura conocida y su aplomo, hacen que lo que dice suene a verdad, suene creíble.

Me lo imagino, decía, preparando su viaje, su semana en Kiev y, sobre todo, preparando su intervención como comentarista del festival. Supongo que es importante que vaya a Kiev sabiendo quién es quién, qué dicen las casas de apuestas, cómo fueron las preselecciones, etc. También puede ser interesante conocer la historia: Algún dato sobre los años que lleva tal país sin alcanzar la semifinal, sobre cual ha sido la mayor puntuación obtenida por tal otro, o qué provoca que este país o este otro estén casi siempre arriba o abajo en la clasificación. Son todo cosas que quizás nosotros, eurofanes de pro, ya conocemos, pero no la mayor parte de la gente que ese día ve el festival. Son datos, además, que hacen que la retransmisión sea más rica, más entretenida y más interesante. Normalmente. No siempre.

A veces, yo creo que uno estaría mejor calladito, o en su defecto diciendo menos.

Confieso que soy de los que detestaba la manera que tenía Uribarri de retransmitir el Festival o, más concretamente, de retransmitir las votaciones. Me alegré de su relevo (no de su muerte, por supuesto), y confié en que el “nuevo” cambiase radicalmente la manera de retransmitirlas. Desgraciadamente, pronto encontré que Iñigo había heredado, como si de un tesoro irrenunciable se tratase, esa fea costumbre (y con esto, por fin, entro en el meollo de lo que quiero decir) de predecir las votaciones.

¿Nunca habéis visto una película con alguien que, completamente capturado por la historia como si habitase al otro lado de la pantalla, anticipa todo lo que él, o ella, piensa que puede suceder?
– “Ay que ahora sale el asesino y la mata.”
– “Ay que ahora viene el susto”
– “¿A que se besan?”
– “¿A que está muerto y no lo sabe?”…

Bueno, pues así es como me suenan a mí esas predicciones, a listillo, a aguafiestas, a bocazas.

Jose Mª, ahora te hablo a ti (y también a ti, Julia, que el año pasado ya se te escapó alguna que otra), que no creo que me leas, pero por si acaso: Te voy a decir por qué, en mi opinión, deberías soltar definitivamente ese relevo que dejó Uribarri, y dejar de una vez de intentar predecir las votaciones:

1º: Porque a nadie le interesan los “spoiler”. Una de las gracias de las votaciones es que nadie (salvo, supongo, el Sr. notario y cuatro más) sabe cómo serán. Si tú sí lo sabes, porque tienes más datos que el resto de los mortales, lo mejor que puedes hacer para favorecer el espectáculo es hacer como que no, y sorprenderte como el que más.

y 2º: Porque creas una sensación falsa de que todo está ya decidido de antemano, de que no hay margen para la sorpresa y, sobre todo, porque das aliento al mayor de los bulos eurovisivos: que siempre se votan los mismos entre sí. A ver, vale, que sí, que sabemos que Bielorusia siempre le da el 12 a Rusia (a ver a quién se lo da este año), y Portugal siempre le da el 12 a España (ups, a Edurne no). También sabemos que hay una cierta tendencia, por cultura, por bloques geopolíticos, por inmigración-emigración, a que los votos vayan en una dirección dependiendo de quién vote. Pero también sabemos que cada año el tablero de resultados es completamente diferente al anterior, que países que un año quedan entre los tres primeros al año siguiente ni siquiera se clasifican para la final y que, en definitiva, nadie puede predecir las votaciones más allá de dos o tres. Lo que ocurre es que, una vez que sabes quienes son las favoritas en las casas de apuestas, y una vez conocidos los votos del 1 al 7, y viendo cómo va la votación, la cosa se pone muuucho más fácil, y es muy tentador quedar como “el que más sabe de Eurovisión en España”, como ocurría con Uribarri, porque hacía algo que a cualquier eurofan medio nos resulta sencillísimo hacer. Voy a poner un ejemplo: Ya han votado 28 países. Suecia va la primera destacada, y vota Noruega. Ya ha dado del 1 al 10 sin nombrar a Suecia, y entonces es cuando el comentarista dice “¿Será para Suecia el 12?”. Y resulta que sí, que es para Suecia. Y entonces está lo que los eurofanes entendemos: “Pues claro, eso lo deduce cualquiera”, y lo que la mayor parte del público entiende: “Qué fuerte qué fuerte, Íñigo ya sabía a quién iba a votar Noruega, claro, porque son vecinos, porque siempre se votan los mismos entre sí, porque es todo política, porque él sí que sabe de qué va esto…”. En definitiva, flaco favor.

He revisado por encima la retransmisión del año pasado. Al cambiar el sistema y tener que comprimir aún más las votaciones, sólo hubo margen para el suspense en el 12, y poco tiempo para deducir. Eso hizo que pocas veces Iñigo y Julia lanzasen su predicción. No por falta de ganas, sino por falta de tiempo.

Supongo que este año será como el año pasado, con poco margen para chafar “doces”, así que me alegro, aunque sólo sea por eso.

Si veo que, como es lógico, no me hacen ni caso y continúan por la senda “uribarresca”, no me quedará más remedio que ir a decírselo en persona el año que viene, en Lisboa o en Milán. Ojalá.

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