EUROVISIÓN NO TIENE CALIDAD

Ahora que ya estamos todos sentados y servidos, me gustaría proponer un brindis. Como yo, muchos tenéis ya la boca encharcada ante la sola idea de despedazar a dentelladas las viandas venidas de todos los rincones de este variado continente que nos aguardan en el plato. Más aún, veo en las caras de algunos que […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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EUROVISIÓN NO TIENE CALIDAD

Ahora que ya estamos todos sentados y servidos, me gustaría proponer un brindis.

Como yo, muchos tenéis ya la boca encharcada ante la sola idea de despedazar a dentelladas las viandas venidas de todos los rincones de este variado continente que nos aguardan en el plato. Más aún, veo en las caras de algunos que la sola inminencia del banquete os devuelve la lozanía y el vigor que habíais perdido tras unos aciagos
meses. Vosotros, amigos míos, no temáis. Empezad sin mí, no es necesario que me escuchéis. Vosotros ya estáis perdidos.

Pero si alguien queda aquí que aún observe la virtud de la paciencia y practique las buenas maneras propias de nuestro género, por favor, escuchadme y elevad conmigo las copas en señal de aprobación cuando termine.

Amigos, si queremos avanzar, es necesario que abandonemos el paradigma de la calidad. La calidad, como concepto, es inútil en Eurovisión. Para empezar, si alguien quiere decretar qué tiene o no calidad, deberá acudir necesariamente a su propia experiencia, y no hay nada más subjetivo que esa operación.

Debemos abandonar la calidad como paradigma porque el mero término de calidad está pervertido, es una palabra-cosa. Hoy, quien asegura que tal canción tiene más calidad que tal otra, lo único que hace es decir cuál le gusta más, porque muy poca gente tiene idea de composición, armonía o producción y desde luego ni siquiera recuerda hacia qué lado va la mano cuando se solfea un compás ternario.

Pero, esencialmente, la calidad en sí misma no tiene sentido en Eurovisión porque Eurovisión no busca el reconocimiento de la calidad, o, al menos, no solo ni tan siquiera principalmente. Eurovisión es, ante todo, un producto televisivo compuesto por una sucesión de actuaciones (“actuación”, término teatral) que buscan cada una la rentabilidad económica a través del impacto.

En otras palabras, hay que desalojar el término calidad de nuestras conversaciones foreras porque, por respeto y para emplearlo con alguna pretensión de justicia, primero habría que empezar por reconocer humildemente que Eurovisión, como cualquier espectáculo de masas, está lejos de tender hacia la calidad.

Y entonces, ¿qué nos queda?

Asumirlo, señores míos. Dejar de incidir en la calidad y buscar nuevas coordenadas. Yo, porque para eso he propuesto el brindis, abogo por el paradigma de la originalidad, que, como concepto, es mucho más solvente, útil y total.

La originalidad como brújula es un término mucho más fiable y completamente eurovisivo. En tanto que comparación entre dos elementos -uno presente y uno anterior, o dos anteriores, pero todos de una misma familia-, la originalidad no plantea ninguna relación con ámbitos ajenos al eurovisivo.

Podemos decir que Fulanolandia 2013 es más original que Fulanolandia 2012 de la misma manera que podemos decir que Fulanolandia 2013 es más original que Zutanolandia 2013; para emitir ese juicio, solo habremos hecho caso a las potencialidades naturales de nuestros sentidos, que son capaces de advertirnos sin más mediación que el instinto cuándo un estímulo le es familiar a nuestro cerebro o cuándo es nuevo.

En su lugar, la calidad, en tanto que comparación entre dos elementos -uno aquí y otro fuera-, requiere forzosamente un relato común sobre el fuera, lo general (la música, con sus normas y su historia) para definir lo que hay dentro, lo concreto, si queremos que el resultante de esa comparación sea unánimemente válido.

Señores, acabo. Les prometo que, en lo que sigue, no diré cuál de los platos que ahora nos vamos a terminar tiene más calidad, porque para eso debería haber comido todo lo demás en todo momento y lugar si quiero que mi opinión sea cierta. Diré, sin embargo, si algo de lo que aquí degustamos me sorprende porque nunca antes lo he probado en esta mesa, un ámbito sobre el que tengo control absoluto, porque nos reunimos todos los años desde hace casi 60 por las mismas fechas. Solo así podré estar seguro de lo que digo.

Os pido que recordéis que la originalidad (su ausencia o su presencia) ha sido el elemento que ha marcado la arrítimica historia de este concurso. Estoy seguro de que en lo inédito, en lo sorprendente, nos encontraremos todos. También en esta edición.

Si alguien queda despierto, ¡que brinde conmigo!

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