ETIS ATIS ANIMATIS

Este tibio interés con el que se sigue un festival que toca doblemente de lado porque no hay patria ni edad… Confieso que en mi caso, lo vi de pura chiripa y empezado. Actitud herética total, je sais.   La cuestión es que lo del JESC es como un viejo que ha perdido sus facultades […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
IMAGENES WEB-03

ETIS ATIS ANIMATIS

Este tibio interés con el que se sigue un festival que toca doblemente de lado porque no hay patria ni edad… Confieso que en mi caso, lo vi de pura chiripa y empezado. Actitud herética total, je sais.

 

La cuestión es que lo del JESC es como un viejo que ha perdido sus facultades que nunca tuvo pero que siempre anheló. El ideón de hacer un festival para menores de edad era un planteamiento curioso: plataforma de experimentación para el sénior (que si el 50, que si los votos a todo trapo, que si lo de las votaciones desde el principio…), sostén de esa extraña denominación de “The Eurovision Family of Events”, promoción una retroalimentación de participantes entre festivales, y pegada de un entusiasta bocado a un público nuevo y desatendido por los intereses paneuropeístas.

 

El JESC siempre será la historia del querer ser como el hermano mayor. Aunque suene a lógica contranatura, todos le intuimos una vida más corta. Si alguien tiene que morir, que sea el sucedáneo. No obstante, pido calma: que no lo reivindiquen aún los retros. A muchos les resulta interesante y económicamente no demasiado doloroso. Es el caso de los países europeísticamente emergentes, que se apuntan a un bombardeo con tal de figurar en el panorama. Es también el de las sedes, ciudades inofensiva y edulcoradas para acoger esta excursión escolar. Y, es también, el de esa constante nómina de países que sigue fielmente apuntada cada año y que éste, ha tenido premio: Países Bajos.

 

Por fin, un país occidental, original y de verdad, se hace con el triunfo en tierras conversas. Click Clack, una canción descarada que anoche revolucionó a la concurrencia femenina, es el glorioso reconocimiento a siete años de esfuerzos -incluido el Rotterdam 2007- que, hasta ayer, sólo se habían visto premiados por un meritorio séptimo puesto.

 

Ralf tiene algo de Rybak. Además de juventud -aham….-, tiene esa desenvoltura ante la cámara, esa sonrisa imantada, y unas cualidades danzomusicales que realizar (fingir, reproducir) en escenario. Y un triunfo, claro, vencido en suelo oriental. Un pack que le valió para ganar lentamente a pesar de los apretones finales en los que el gigante ruso y su pequeña rusita, un “psé” inmenso, imponían su peso de potencia.

 

Ralf, aun cantando en la mitad, pudo en una votación muy repartida. Y es que ayer pudo vencer el jolgorio racial y de subtexto colonialista de Armenia, y a nadie le hubiera sorprendido (bueno, sí, al Barça). Pero Ralf pudo con ella y pudo también con la arrolladora simpatía belga. Pudo incluso con el excesivo paternalismo -pensando mal, como alguien pudo pensar con Sergio y esa extraña plata que por poco fue oro- que inspiraba la actuación ucraniana.

 

De lo que se quedó en el camino, Suecia era quizás la canción más adolescente, público poco integrado en el festival a pesar de la imponente Ani Lorak puesta ahí para deleite de púberes. La moñada de Georgia no salió bien ni aun repitiendo espasmos silábicos. Lo de Malta fue un perverso interés por sugerir que una era la matrioska de la otra, y que cuando se acabara la actuación, en lugar de enseñar dentada, la pequeña se metería en la grande y se irían.

 

Bielorrusia necesita un párrafo aparte. Yo quise que ganara, pero porque tengo la mente perturbada y me parecía genuino que semejante cuelgue de crack fuera masivamente votado por niños y niñas. Lo de Belarus fue de culto. El inquietante Yuri asumió ayer el rol de Fausto recitando en latín espurio, y el de Diablo orquestando a sus coristas y al público: Yuri los hizo rezar como invocando al Mal con música sacra pervertida con golpes heavies. Yuri les colocó chalecos de erudito y orejas de conejo y les puso a cuatro patas en plan sumiso. Yuri saltó y gritó cual exorcizado. Yuri situó el clímax de su obra en su hermosa pero hipnótica voz blanca. Yuri, con dos minutos más de canción, habría embaucado a todos los espectadores en su rarísimo viaje psicotrópico y hoy todos los periódicos hablarían de niños en éxtasis al mismo tiempo y por todo el continente, o de desfiles de sonámbulos, de Hamelín, o de orgasmos y suicidios, o yo qué sé qué otros tabúes. Hoy, al menos, se hablaría del JESC y de la precavida e inteligentísima decisión de RTVE de retirarse de un festival que, efectivamente, no inspiraba valores positivos a los niños.

 

(ni a las niñas)

 

 

(y no este tibio interés con el que se sigue un festival que toca doblemente de lado…)

 

Conversación