ESTO YA LO HE VISTO

“Si el cielo de Castilla es alto es porque lo habrán levantado los campesinos de tanto mirarlo”.Miguel Delibes Las palabras, con ese aire austero y entrañable de Delibes, siempre se quedan como testigos de quien las escribe. Es quizás lo que tienen las cosas escritas, los cielos inmutables y otras tantos detalles que nos rodean, levantados […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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ESTO YA LO HE VISTO

“Si el cielo de Castilla es alto es porque lo habrán levantado los campesinos de tanto mirarlo”.

Miguel Delibes

Las palabras, con ese aire austero y entrañable de Delibes, siempre se quedan como testigos de quien las escribe. Es quizás lo que tienen las cosas escritas, los cielos inmutables y otras tantos detalles que nos rodean, levantados para permanecer.

La música, en cambio y por lo general, apenas dura. Pocas son las melodías que se transforman en himnos, perviven en siglos y se hacen colectivas. En la mayoría de los sonidos de ahora, lo único que dura es la sensación que transmiten, su capacidad de comunicación. Tres minutos en los que el oído abre la puerta, dispuesto a dejarse llevar. Y como un desfile de sonidos, lo que perdura en la memoria, lo que motiva, es la estela que va dejando a su paso.

Voy escuchando, poco a poco, las canciones que se van publicando. Y si me atengo a esa huella emocional que quedan después de oirlas, aumenta el desánimo de quien ve signos repetidos en cada nota. Ni mi espíritu más fanático encuentra donde chapotear su ilusión. Hay un aire a déjà vu, a desgana en este Eurovisión. Y esta impresión de desidia y aburrimiento se contagia como una epidemia oscura y melancólica.

Unos dicen que el estancamiento es el primer síntoma que precede al cambio. Otros, que claramente ninguna televisión quiere cargar con la organización de un evento en 2011, después de los aspavientos económicos que rodearon a la celebración rusa el año pasado. Y mezclados, otros tantos opinan que deben ser los efectos de una crisis que, después de apellidarse financiera y económica, parece que aún sigue siendo anímica. Se acuden a descripciones  históricas: en los años de crisis de ánimo colectivo, todo se desacelera, también los ritmos encima del escenario.

Si escudriñamos los síntomas de agotamiento, aseguraría que comenzaron a later en la últimamente complicada y cardiaca preselección española. Por mucho que a Eva Cebrián se le haya pegado a la lengua la palabra “democrático”, la preselección española carece de ese campo abierto. Lo sería si todos tuvieran las mismas oportunidades, pero sin club de fans en internet que estén votando durante tres interminables semanas, resulta imposible desplegar una canción en la gala final. “Democrático” sería si una buena canción pudiera llegar a la final sin que la cante alguien de Operación Triunfo. “Democrático” sería si se presentase una canción mínimamente trabajada y tuviera la certeza que tendría más oportunidades que cualquier esperpento que haya calado sus cuatro notas por azar. “Democrático” hubiera sido si las propuestas no estuvieran disminuyendo al ritmo de 50% por cada convocatoria que RTVE hace.

Si bien, más allá de un modelo de preselección que persiste en seguir, ese primer síntoma de repetición musical ya sucedía con esta misma preselección. En ese ramillete de canciones, todas terminaban por parecer sosas, aburridas, sin contenido. Parecía que se habían agotado las ideas: todo resultaba mil veces visto y mil veces oído, con una produccion manida y conservadora. Destacaban algunas, que podrían catalogarse de interesantes, correctas, bien interpretadas. Pero no se transmitía nada. Baladas repescadas de los noventa, canciones con bases más propias de organos de verbena, interpretaciones frágiles, llenas de dudas, con frases pastiches, fórmulas cansinas y cándidos guiños de escenario.

Bajo este ataque de apatía, cuesta hacer un recuento de lo que aún llega a conmover: me emocionan las primeras notas de piano de “Algo pequeñito”, me estremece aún la voz de Niamh Kavanagh, me entusiasma el cariño de la RTP en su preselección y me admira como en Suecia, a pesar de todo, siguen mostrando una baraja flexible y amplia de posibilidades. Pero más allá de lo hasta ahora oído, el sonido vibrante turco, el chasquido generacional sueco, las piezas sueltas de uno y de otro… todo rezuma cierta predictibilidad, si acaso corrección. Como una apuesta segura que en el fondo huele a cloroformo. No hay empuje, ni ganas de arriesgar.

Tomando prestada la frase de Delibes, no sé si el nivel de expectativas de un festival de música es alto porque lo hemos levantado los seguidores de tanto mirarlo. Los ojos contemplan un conjunto, una diversidad. Y viendo los primeros esbozos del panorama, no se trata de escuchar más o menos baladas, no se trata de si toques rancios o modernos, sino de canciones buenas o malas en términos de producción, innovación, interpretación y sonidos.

Quizás este año Eurovision sea un puente de un periodo intenso a otro periodo de aguas más calmas. En el fondo, siempre hay cierto matiz de reflexión en las baladas, un sosiego para detenerse y contemplar. A estas alturas, 2010 ya está casi resuelto y he terminado el acopio de ilusiones entre todas las candidatas. Así, confesaría que mi interés se desplaza más a los derroteros de cómo será el festival que ha de venir. Esto es una de las cosas más positivas de Eurovisión: cada año parece un capítulo diferente. Aunque de vez en cuando, haya años en los que parecen repetirse los personajes.

“Para escribir un buen libro no considero imprescindible conocer París ni haber leído el Quijote. Cervantes cuando lo escribió, aún no lo había leído.”

Miguel Delibes

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