EN UN PAÍS MULTICOLOR

– Es usted una hortera europea/europera/europerra. – Pues sí, pero que el festival es un reclamo gay es algo que ni Dios –Malena Gracia, Alaska– duda. Afortunadamente aún no es exclusivo, y la cabalgata del Orgullo no raya un CD recopilatorio de los "éxitos" festivaleros de los 80, sintonía de fondo de muchos de los […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
IMAGENES WEB-03

EN UN PAÍS MULTICOLOR

– Es usted una hortera europea/europera/europerra.

– Pues sí, pero que el festival es un reclamo gay es algo que ni DiosMalena Gracia, Alaska– duda. Afortunadamente aún no es exclusivo, y la cabalgata del Orgullo no raya un CD recopilatorio de los "éxitos" festivaleros de los 80, sintonía de fondo de muchos de los Soldiers Of Love que hoy bailan con Carola. Pero no caigamos en los tópicos, que tengo resaca y un solo prejuicio hace saltar el caduco alcohol que rellena mis arterias. Gusta. Los guiños homosexuales son permanentes, y por lo general, como siempre, orientados a los gustos varoniles. Es difícil establecer el primer antecedente, pero Dana (la International), además de cabrear a unos cuantos degenerados israelitas y ganar la edición que ya se considera como el punto de giro en la relevancia del festival en su historia moderna, se convirtió en la primera representante clara del colectivo LGTB. Porque aquello no era Israel, no nos engañemos. Cuando Dana International subió al escenario del National Indoor Arena, la rancia polémica que la acompañaba (probablemente con la simpatía de la propia IBA y la cantante, "hija, que hablen bien o mal de ti da igual, el caso es que hablen") focalizó la atención del público europeo en los prodigios de la cirugía. O dicho de otro modo: Dana International dejo perplejos a los espectadores más conservadores, puso cara a la transexualidad a nivel internacional y convenció a los televotantes en debout con una puesta en escena sencilla pero sugerente gracias a su presencia escénica verdaderamente irrepetible. Es y será un honroso referente eurovisivo de primera línea.

– Ajá, comprendo vagamente sus argumentaciones, pero no veo el final del túnel.

– ¿Cómo no va a ser el festival a veces tan arco iris si ganó una transexual -para la visión heterocentrista, bi, gay, les y trans suenan a lo mismo- el año en que Eurovisión dejó de ser lo que era después de años habiendo dejado de ser lo que fue? Esto es, ¿cómo no va a mantener el festival una fiel audiencia gay si parte de su actual y renovada esencia bebe del triunfo de alguien con quien identificarse vía cuestiones de identidad?

– ¡Solidaridad!

– O simpatía, o idolatración a lo divino.

– ¿Son un lobby?

– ¿Quiénes exactamente?

Tós esos, es que soy de confesión heteronormativo y meto en el mismo país a serbios ortodoxos, croatas católicos, bosnios musulmanes, bla bla.

– En ese caso, te lo explicaré sin muchas complicaciones: sí, lo son. Y desde 1998 han ido en aumento no sólo las veladas referencias que tós esos tenían que descifrar, sino representaciones con miembros del enorme colectivo LGTB, unas veces tratadas de forma natural -como siempre debiera ser, si es que lo que se busca es la igualdad-, y otras sobreexplotando esa identidad para captar descaradamente votos.

– ¿Y funciona?

– Puesto que atribuir a un colectivo determinado unas características homogéneas es un reduccionismo altamente peligroso, nena, no haré caso a tu pregunta. Le daré la vuelta: ¿la homosexualidad, la bisexualidad, la transexualidad y el travestismo -lo último no tiene nada que ver, pero se tiende a mezclar también, y ya que nos ponemos a analizar…- consiguen petarlo en el festival? Ahí la respuesta es no. Tomas Thordarson patinó en la semifinal de 2004 y Dinamarca se quedó fuera, al igual que con DQ en 2007; siguiendo la estela de la Diva hebrea, los Ping Pong, además de desafinar cuales pollos y caer en la sempiterna tentación que tienen los artistas de reivindicar cuestiones políticas sobre el escenario, sólo movilizaron siete puntos para su causa bisexual; Kate Ryan, tras vender un himno gay como Desenchantée, cegó con el naranja a sus posibles salvadores de la semifinal; las Sestre -sí, "las", a mí los radicales eslovenos como que me dan poco miedito, soy así de malote- sólo consiguieron empatar el puesto 13 cantando las antepenúltimas; Lorena C, La Prohibida, Diego Cosío, Trans-X y demás ni siquiera han conseguido convencer al público de la progresista España para que los represente. No, el triunfo no es consecuencia directa del apoyo del lobby más importante en estos tiempos.

¿Y qué hay del año 2007? Verka Serduchka llegó como un satélite a la segunda plaza, y la andrógina Marija Serifovic y sus coristas consiguieron meterse en el puño los corazones de toda Europa…

– Precisamente es eso, puede que el lobby LGTB les apoyara masivamente, pero la clave no está en eso. En el primer caso, ganó el humor, lo excéntrico, ese glamour bajo que a veces tiene el festival y que bien encarna el travestismo. En el segundo, ganó la aplastante calidad. Las virtudes de las participaciones queer que han hecho historia se situaban en terrenos ajenos a la propia cualidad de queer. Las t.A.T.u. fueron bronce por ser unas popstars internacionales, y probablemente no llegaron al oro por insistir demasiado en la polémica y anunciar la consagración en matrimonio de su supuesto lesbianismo adolescente. Además, muchas veces lo que moviliza realmente al colectivo gay -el más visible, entusiasta y fuerte de todos los que integran la gran familia LGTB- son los iconos: chicos jóvenes, atractivos, deseados sexualmente. Y conocedores de esto, estos intérpretes se venden en una interesada reciprocidad. Dima Bilan, One, Deen, D'Nash, Sakis Rouvas, Sarbel,

– ¿Y qué me dices de lo camp?

– También, también. Sibel Tüzün, Ani Lorak, Charlotte Nilsson o la diva de divas, Carola. Conseguir el beneplácito del público gay significa un visado a un buen lugar en la tabla, y a cada edición se investiga más sobre los ingredientes que favorecen ese beneplácito: qué es lo que le moviliza, qué es lo que le atrae (pregúntense por qué Boris Izaguirre y a Bibiana Fernández fueron tertulianos de Salvemos Eurovisión). En cualquier caso, como alguien escribió en una de las columnas que aquí han derramado su tinta cibernética "lo que es evidente es que ni todos los gays son fans de Eurovisión ni todos los seguidores del festival son gays", por lo tanto, parece lógico concluir que el traje de la Victoria lleva más de siete colores.

Conversación