EL ARMARIO DEL EUROFAN

Eurovisión es el guilty pleasure patrio por antonomasia: rompe los audímetros mientras son legión sus críticos. Semejante contradicción obliga a muchos de los entusiastas del certamen a vivir una doble vida si no se liberan pronto de las presiones sociales. Hasta hace unos años no reconocía en reuniones de carácter informal mi amor incondicional por este espectáculo lleno […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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EL ARMARIO DEL EUROFAN

Eurovisión es el guilty pleasure patrio por antonomasia: rompe los audímetros mientras son legión sus críticos. Semejante contradicción obliga a muchos de los entusiastas del certamen a vivir una doble vida si no se liberan pronto de las presiones sociales. Hasta hace unos años no reconocía en reuniones de carácter informal mi amor incondicional por este espectáculo lleno de luz y canciones, haciendo partícipes de mi tremenda devoción solo a mis familiares. No obstante, cuando ya había superado la veintena, el nacimiento de foros de opinión en Internet me permitió intercambiar ideas con otros eurofans que no encontraban en su entorno gente que recopilara tantos datos y juicios como ellos. ¡Y me liberé!

Echando la vista atrás, me doy cuenta de que existe cierta intolerancia con los eurofans, o al menos esa es mi sensación a tenor de las carcajadas que genera la afición por Eurovisión. En ocasiones somos vehementes y hasta belicosos, defendiendo nuestras propuestas favoritas con un ardor guerrero de dimensiones colosales (aún colea por la web el enfrentamientro entre los fans de Brequette y los de Ruth Lorenzo). Tampoco hacemos daño a nadie, ¿no? Sea como fuere, esas señas de identidad también son propias de los futboleros, quienes se ven respaldados tanto por la sociedad como por los medios, sin recibir etiquetas ni ser condenados a la invisibilidad, ni por supuesto catalogados de freaks. Entonces, ¿por qué incluso los presentadores nos mencionan con sonrisitas? ¿No os parece que armarizan a miles de hombres y mujeres que huyen de clichés?

El miedo a declararse eurofan y el rechazo impuesto a Eurovisión por parte de cierto sector de la población, torticeramente camuflado con argumentos sobre su politización, no ayudan a crear un clima social favorable a este espectáculo. Repito que los ratings siempre contradicen a los que claman malintencionadamente por su cancelación. Señores, queremos tener el mismo trato social y mediático que los admiradores del deporte rey, sobre todo cuando nuestro producto es casi tan rentable como la final de una Champions League. Además, no me importa jugármela diciendo que el festival suministra conocimientos geopolíticos y tiene un cariz divulgativo que lo hace más necesario que el fútbol en cualquier televisión pública.

Asimismo, me alegra que esta edición tenga visos de ser eminentemente musical. Italia, Azerbaiyán, República Checa o Estonia, algunos de mis países preferidos este 2015, darán probablemente un enorme protagonismo a la melodía sobre el factor visual para demostrar que las buenas canciones no siempre deben verse reforzadas por escenografías de calado. Esa variedad año tras año es la que a un servidor también le fascina, y la que asienta mi idea de percibir esta gran apuesta de la UER como un escaparate para contemplar las infinitas posibilidades que da la música. 

Tal vez mis planteamientos suenen exagerados y no se apliquen a muchas situaciones, aunque sostengo firmemente que en España queda un gran camino por recorrer para derribar puertas y vivir Eurovisión sin vergüenza. Últimamente se han fomentado con ahínco opiniones poco fundamentadas que despreciaban la calidad del festival (las columnas del día después son la prueba palmaria). Recuerdo que durante seis décadas artistas de la talla de Domenico Modugno, ABBA, Céline Dion, Olivia Newton-John, Julio Iglesias, Natasha Saint-Pier o Bonnie Tyler, por citar algunos ejemplos, han competido enarbolando con orgullo las banderas de sus países de nacimiento (o de adopción). Hago esta retrospectiva para que nos sintamos orgullosos de compartir públicamente lo que nos une a todos los seguidores de esta página.

Mucha suerte a Edurne y a su Amanecer. Ojalá la madrugada del 24 de mayo vivamos un nuevo amanecer y, sobre las nubes de los prejuicios, irradie en nuestro país el sol eurofan.

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