DEL TELÓN DE ACERO Y LOS DETRACTORES EUROVISIVOS

Comienza 2013, un año que aprovecho para felicitar a todos los lectores, y empiezan a ponerse en marcha la mayoría de preselecciones europeas con la vista puesta en Malmö, donde finalmente serán 39 los países que estarán presentes. En este momento de la temporada eurovisiva, la incesante rumorología sobre países ausentes que podrían volver, nuevas […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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DEL TELÓN DE ACERO Y LOS DETRACTORES EUROVISIVOS

Comienza 2013, un año que aprovecho para felicitar a todos los lectores, y empiezan a ponerse en marcha la mayoría de preselecciones europeas con la vista puesta en Malmö, donde finalmente serán 39 los países que estarán presentes. En este momento de la temporada eurovisiva, la incesante rumorología sobre países ausentes que podrían volver, nuevas incorporaciones y antiguos retornos queda temporalmente en stand by, acallada por el sonido de los motores que empiezan a calentarse de cara a la edición actual.

No obstante, recientemente ha vuelto a saltar a la palestra la posibilidad del acceso a la UER de Kazajistán y su consiguiente posibilidad de participar en el festival favorito de Europa. La noticia, lejos de estar confirmada, ha despertado el habitual comadreo de patio de colegio con los manidos y agotados argumentos de los de siempre: que si Eurovisión es un festival exclusivamente europeo, que si a este paso pronto se apuntarán Australia, Botswana y Vanuatu, todo adornado con un muy habitual «me niego», como si la opinión de los cuatro amargados de turno pudiera cambiar algo. 

No es la posibilidad de una participación kazaja en Eurovisión lo que me ha empujado a escribir esta columna, sino más bien todos los comentarios negativos al respecto. Han sido la gota que ha colmado un vaso ya muy lleno de reacciones, críticas y opiniones con las que he tenido contacto desde que sigo el festival de Eurovisión, un vaso lleno de ignorancia, de mala fe y hasta de odio. También me ha empujado a ello cierta columna publicada recientemente en esta página por cierta usuaria por todos conocida por su acidez y su aparente tirria al festival (o a todo lo que no sea una victoria española, vaya), en cuyo título se hace referencia al proceso político que supuestamente derribó el telón de acero. 

Pero no. Europeos, el telón de acero no ha caído aún. Es la triste conclusión a la llego irremediablemente cuando no dejan de aparecer opiniones en los que la destructiva noción de «Europa Occidental» y «Europa Oriental» sigue dolorosamente presente. Una noción tan destructiva como opaca y difícil de delimitar. 

¿Quién puede definir los límites de Europa? Definiciones de Europa hay tantas como criterios existen para tratar de definirla. La Europa geográfica no coincide con la Europa política, en la que países como Rusia y Turquía suelen incluirse pese a que la inmensa mayoría de su territorio geográfico se encuentre en Asia. Si entramos en términos etnográficos y culturales, la definición de Europa vuelve a cambiar una vez más. 

Si nos ceñimos al ámbito eurovisivo, no es novedad para ninguno de nosotros que la participación en Eurovisión viene condicionada por la pertenencia al área de difusión de la UER, razón por la cual países decididamente no europeos como Israel o Marruecos pueden participar. En otras palabras, el criterio de participación en el ESC es puramente económico: son aquellos países que tienen interés en difundir la programación europea (o sea, invertir en ella un dinero) los que tienen acceso a un Festival que, por su parte, proporciona ingresos considerables teniendo en cuenta que es éxito de audiencias en la inmensa mayoría de países participantes. 

Partiendo de la base de que el criterio de participación en Eurovisión es básicamente económico y geográficamente bastante arbitrario, me resulta muy triste y bastante molesto tener que escuchar todos los años las mismas reacciones anquilosadas, prehistóricas y limitadas de qué países deberían estar y qué países no. A este respecto, si he de pronunciarme sobre una posible entrada de Kazajistán en la familia eurovisiva, simplemente diré que cualquier país que cumpla los requisitos y siga las normas del festival es más que bienvenido. El hecho de que, a la postre, se pueda convertir en un Azerbaiyán 2.0, habría que entrar a valorarlo una vez ocurriese, y no antes. 

Pero no hace falta entrar a valorar una posible ampliación de Eurovisión para encontrar actitudes muy reaccionarias y preocupantes entre muchos de los que se hacen llamar eurofans. Actitudes que prevalecen con mayor intensidad cuanto más nos venimos a nuestra decadente Europa Occidental. Reino Unido, país en el que resido, es una muestra casi más patente que España de estas actitudes. Todos sabemos que la trayectoria del Reino Unido ha estado marcada por una serie de resultados que van de lo mediocre a lo catastrófico, con la única excepción del quinto puesto de Jade Ewen en 2009. Ahora bien, nadie puede negar que esa trayectoria es reflejo de la mentalidad de la televisión estatal, la BBC, hacia Eurovisión, que no dista mucho de la que tenía TVE hasta que el año pasado (parece) que empezaron a tratar de encarrilar las cosas: Eurovisión es un asunto de risa, un festival trasnochado, cutre y paroxismo de lo hortera, para el que no vale la pena estrujarse el cerebro más de lo necesario buscando opciones ganadoras. Y aunque la BBC ha intentado salvar los muebles en los dos últimos años con Blue y Engelbert Humperdinck, lo ha hecho de manera despreocupada y en cierto modo prepotente. No basta con enviar un artista conocido a Eurovisión, sino que lo esencial es que ese artista, conocido o no, defienda un tema actual y fresco, una canción por la que la Europa del siglo XXI se decida a apoyar con su voto. Me temo que ni Blue ni Engelbert, estrellas establecidas pero muy apartadas de la escena musical actual, cumplían ese requisito. 

El problema viene cuando, en vez de tratar de analizar qué ha ido mal y tratar de arreglar las cosas al año siguiente, se toma la solución más sencilla de cruzarse de brazos, pegar una patadita en el suelo y refugiarse en los cacareados argumentos del voto vecinal, de que esos países de Europa que ni siquiera sabemos pronunciar nos odian porque tenemos la mejor industria musical del mundo y acabar concluyendo que Eurovisión no vale la pena porque es una horterada supina. Y siendo una horterada, ¿por qué habríamos de esforzarnos? Una pescadilla que se muerde la cola, vaya. Y sin embargo, hay países de la «vieja Europa» que han conseguido salir del círculo vicioso. Prueba de ello son Alemania, con su victoria en 2010; Italia, con su exitoso retorno en 2011; incluso España, en 2012, ha empezado a dar cuenta de que, cuando realmente se quieren hacer las cosas bien, los resultados cambian de forma acorde. 

Sin embargo, como digo, la pataleta y el mal perder siguen estando muy presentes entre muchos «eurofans» de boquilla, sobre todo en países como España, Francia, Reino Unido e incluso Alemania, pese a su reciente victoria. En Reino Unido prevalece dolorosamente la opinión entre muchos asiduos del festival de que Eurovisión debería escindirse en dos festivales, uno para «la vieja Europa» y otro para «los países del Este». Claro, ¿por qué no? A más de uno le parecerá una idea genial: un festival para los países que de verdad forman Europa, esa Europa decadente y de verdad de gente civilizada y de buen hacer, y otro festival para esos países semi-salvajes y primitivos de «más p’allá de Alemania», esos cuasi-países impronunciables donde sólo hay bosques y seres peludos que beben vodka para desayunar. 

Cuando Azerbaiyán ganó Eurovisión en 2011, a más de un redactor periodístico le tocó consultar un manual de uso para saber cómo deletrear semejante palabro. Por no hablar de que, tristemente, la pregunta que se hizo media Europa el 17 de mayo fue «¿Aberzaiqué? ¿Eso es un país? ¿Pa’ande anda? ¿P’allá p’ande los moros?». Y no hace falta irse tan lejos: países que hoy por hoy son parte de la Unión Europea como Letonia, Eslovaquia o Eslovenia todavía hacen estallar las neuronas a muchos de los espectadores del festival, especialmente a esos que lo ven para luego negarlo y que se encabritan borregamente cuando su país queda por debajo del quinto puesto. Lo más triste es que no sólamente los borregos televisivos caen en semejantes paletadas: comentaristas antológicos de Eurovisión como el difunto José Luis Uribarri, que terminó su andadura eurovisiva apenas sabiendo cómo pronunciar Bosnia-Herzegovina, o el cacareadísimo Terry Wogan, estereotipo por antonomasia de la soberbia británica que se regodeaba en su propia ignorancia sobre los países de Europa Oriental, también han manchado su profesionalidad con una actitud muy primitiva hacia los países de la «nueva» Europa. 

Semejantes actitudes, como eurofan y sobre todo como europeo, me producen asco y lástima a partes iguales. Lástima, porque es lamentable que en vez de aprender y sacar algo positivo de la enorme diversidad con la que contamos en el segundo continente más pequeño del mundo, sigamos aferrándonos a estereotipos y esquemas mentales propios de la Guerra Fría. Y asco, porque una gran parte de los «viejos» europeos, de esos que tienen el ego sincronizado con nuestras estallantes primas de riesgo, no tienen la menor intención de quitarse esa venda metálica de los ojos. 

Termino, pues, esta columna como la empecé: deseándoos a todos un muy feliz año 2013, lleno de paz, felicidad, y sobre todo, de apertura mental, e invitando a todos los euroamargados y a todos los agoreros, cicateros y demás calaña antieurovisiva a relajar la raja, disfrutar del festival y, sobre todo, a que se informen un poquito antes de escupir bilis negra y caer en los estereotipos más infumables y destructivos. Y también, por qué no, os invito a todos a que disfrutemos de la enorme suerte que tenemos al formar parte de un continente que, pese a su reducido tamaño, aglomera tal cantidad de culturas diferentes y enriquecedoras, culturas de las que Eurovisión es un importante espejo musical, sin importar si lo miramos del lado oriental u occidental. 

Happy New Year, Europe.

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