DEBATE: LA (PRE)POTENCIA SUECA

De vuestra masiva participación en el debate anterior podemos destacar varias conclusiones. Existe un consenso mayoritario en torno a no cuestionar la presenciadel Ejército de Salvación tras haber acatado las obligaciones de la UER. En menor proporción, sois sensiblemente mayoritarios quienes descartáis un boicot a Suiza (lo que implicaría un compromiso proactivo y, en la […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
IMAGENES WEB-03

DEBATE: LA (PRE)POTENCIA SUECA

De vuestra masiva participación en el debate anterior podemos destacar varias conclusiones. Existe un consenso mayoritario en torno a no cuestionar la presencia
del Ejército de Salvación tras haber acatado las obligaciones de la UER. En menor proporción, sois sensiblemente mayoritarios quienes descartáis un boicot a Suiza (lo
que implicaría un compromiso proactivo y, en la práctica, político), algunos tras manifestar vuestra querencia por You And Me. Al mismo tiempo, se ha establecido una discusión paralela en torno al atractivo gay de Eurovisión, colectivo que de forma innegable considera el certamen como parte de su folclore; el importante matiz al respecto apuntado por muchos reside en que este colectivo lo hace sin querer apropiarse del festival y expulsar a los demás televidentes de su disfrute -actitud
impropia de quienes por bandera exigen respeto e igualdad-. En tercer y último lugar, quiero dar notoriedad a una disyuntiva profundamente encontrada y que, para mí,
era el nudo fundamental del debate: ¿con la participación de un grupo evangélico -que la mayoría de comentaristas dará a conocer como tal, no tengáis duda- se está
traicionando el compromiso apolítico y laico autoimpuesto por la UER? En vuestros comentarios ha habido espacio para defender que se impida el acceso a  participantes tan marcados ideológicamente -por cuanto pueda invadir la opinión o la moralidad del espectador- y también para quienes han preferido considerar que
casos como el de Takasa representan la libertad que cabe en el festival. Libertad, en mi opinión, que debe estar limitada en todo caso por la observancia de la
igualdad y el respeto hacia todos, conducta que el Ejército de Salvación, en su historia, no siempre ha aplicado. En fin, ¡nuevo debate!

Uno de los aspectos más encantadores del festival, como de cualquier otro evento, es su ritualidad. El protocolo con el que durante una noche al año se repiten
sistemáticamente ciertos elementos resulta uno de los mayores atractivos de Eurovisión. Estos se consolidan con el tiempo como sus rasgos característicos, singulares, únicos y prestigiosos y forman parte de las expectativas de la audiencia. Estamos hablando de las notas del Te Deum, los ‘douze points’, el ‘Good Evening, Europe!’ o el derecho a organizar el certamen del año siguiente tras obtener el triunfo. La mayoría de ellos están reglamentados por la UER, pero otros quedan en manos del deseo de las televisiones organizadoras, que asumen mantener esas tradiciones y, cuando las alteran, levantan más suspicacias que alabanzas.

Según lo anunciado, Loreen, la flamante ganadora de 2012, no abrirá la final de Eurovisión. Dará la bienvenida solo a los europeos que vean la primera semifinal. Teniendo en cuenta el éxito continental de Euphoria, la variación del rito no es baladí. Este es quizás el ejemplo más ilustrativo de la ‘marca Suecia’ que el país
escandinavo quiere imprimirle al 2013. Tras anunciar a bombo y platillo que Malmö no será Baku ni Moscú, que reducirán los leds y el presupuesto y que se centrarán en
las canciones y los artistas, parece que la SVT tenía muchas ganas de organizar otra vez el festival para corregir la dirección exponencialmente espectacular que se
estaba ritualizando en un proceso acumulativo.

La Vieja Europa ya ha empleado este discurso de la racionalidad con los Juegos Olímpicos de Londres frente a los de Pekín, por ejemplo. Todo bien (y seguro que será
increíble), pero quiero induciros a una reflexión extraña si tenemos en cuenta la admiración del colectivo eurofan por todo lo sueco. Quien construye un discurso -en este caso en torno a la organización y los ritos- se coloca a sí mismo en el lugar de enunciación, el dominante, desde el que puede negar a sus predecesores dejando caer veladas e implícitas críticas.

Y he aquí la pregunta que algunos habéis formulado: ¿hay soberbia en la actitud sueca a la hora de alterar los ritos que el espectador anhela? ¿Puede detectarse paternalismo, quizás, en el hacer de un país que se sabe histórico y experimentado al minusvalorar los “impulsos irracionales” de las potencias jóvenes que han organizado el festival? Considerando el concurso como un producto televisivo puntero, ¿preferís la tradición excesivamente efectista (y cara) que se estaba consolidando y que la SVT propone rectificar, o, por el contrario, admitís la supremacía sueca como garantía organizativa? Soy consciente de que estamos hablando un poco a ciegas y que la línea en este debate es especialmente fina al no haber posicionamientos frontalmente encontrados. Ambas maneras de producir el certamen son hoy admiradas y copiadas por trabajadores en todo el mundo y me temo que el resultado final será similar. Despreciando un elemento común a todos los años en el discurso de los organizadores (siempre aseguran que será el mejor certamen hasta la fecha), ¿hay algo en las declaraciones de la SVT que puede presumir un cierto tono prepotente?

Conversación