CON SOLERA

Lo diré: Pastora Soler no me gusta mucho. Pero matizo: no me gusta la música que hace ni me llama especialmente la atención su forma de cantar y por tanto, no soy seguidor de su carrera musical. Si bien reconozco, respeto y valoro su esfuerzo, su mérito y su valía artística. Que a mí no […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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CON SOLERA

Lo diré: Pastora Soler no me gusta mucho. Pero matizo: no me gusta la música que hace ni me llama especialmente la atención su forma de cantar y por tanto, no soy seguidor de su carrera musical. Si bien reconozco, respeto y valoro su esfuerzo, su mérito y su valía artística. Que a mí no me guste no significa que no sea buena o no pueda ser admirada por otros. Y mucho menos que no sea capaz de hacer un directo impecable con una canción sentida en Eurovisión.

Una vez dicho esto, diré que Pastora Soler también tiene a su favor los kilómetros recorridos en maratones promocionales, los escenarios que ha pisado en más de diez años y el sentido del esfuerzo, de quien comenzó sin tener nada. Por otra parte, mantiene una carrera diversa, adherida e inconfundible al color de su voz.

Sus mayores éxitos los vivió al comienzo de su veintena, cuando de la mano de productores andaluces como Manuel Ruiz “Queco” o Paco Ortega ofreció sonidos diferentes, ligeros y divertidos, casi veraniegos. De ahí vinieron sus canciones aún recordadas, como Dámelo ya o Corazón Congelado.

De aquella época también surgió En mi soledad, una combinación discotequera con guitarra española, templada con la voz sentida de la cantante.

 

También a partir de esa época comenzó a colaborar con Carlos Jean, una de las “varitas mágicas” de la producción española. De aquellos años de colaboración, quizás Carlos Jean no supiera hacer una “revolución sonora” del estilo de Pastora Soler, pero sí supo extraer nuevas facetas de la andaluza en su disco personal.

 

 

Un cambio de registro también muy interesante en la voz de Pastora Soler sucedió a raíz del disco homenaje a la música brasileña, principalmente bossa nova, en la que ella versionó Pra quê chorar de Vinicius de Moraes. Trasladó la bossa nova a un terreno más aflamencado por el impulso de su voz, pero sacrificó un poco de “quejido” a cambio de ganar en dulzura.

 

 

 

A partir de 2005, Pastora Soler quiso imponer un nuevo rumbo a su carrera. Sus canciones fueran modeladas por productores italianos (un estilo de producción que desgraciadamente se mueve entre lo previsible y lo aburrido), redujo los experimentos étnicos, se acercó vocalmente a Malú, Pasión Vega o Esmeralda Grao y buscó en sonidos más atemperamentados una imagen más seria y madura.

 

 

Dentro de esa etapa, salpicada de condecoraciones y duetos, se han movido sus últimos discos. La piratería, la escasez de canciones fáciles de recordar y un continuismo tedioso han hecho mella en su carrera. Hace años que no consigue una melodía que la devuelva a aquella primera popularidad perdida, con un mayor éxito comercial y una renovación de sus seguidores. Así, su último disco, en su quinta semana, ya estaba fuera de la lista de los cien álbumes más vendidos.


Quizás a Pastora Soler le venga bien Eurovisión, sacar a relucir todo su arsenal artístico y disfrutar de una promoción extra y una nueva oportunidad. Y es por eso que también a Eurovisión en este país le vendrá bien Pastora Soler, podrá dignificar la idea del festival en España por sus tablas, por su sentido musical, la displina con que se espera que se tome la participación y por todo lo que, seguramente, aún le queda por demostrar.

 

 

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