CARTA ABIERTA
No más Myspace por esta vez. En dos años no ha cristalizado en ningún desconocido capitán de la clase media capaz de arrastrar y honrar a la audiencia. No se han encontrado signos de su existencia, básicamente, porque el voto ha de ser algo valioso, no múltiple ni voluble. Tampoco porque las candidaturas significadas anulan la pluralidad, y todos los esfuerzos igualitaristas mutan en ridículo. Este proyecto necesita una reajuste de lente o la rompedora pre hispánica se reducirá a una quijotada: un formulario por Internet . ¿Qué se busca? ¿Cuáles son las virtudes de la Red? ¿Sus riesgos han desteñido la idea inicial? ¿Qué se ha encontrado?
Myspace, una preselección pretendidamente abierta a lo amateur, no ha resultado ser más que un formato sacrodemocratizante muy económico, pero en el que público y artistas acaban por descubrir que no, que así no. Las galas emitidas en la tele como segunda parte del proceso, afortunadamente, corroboran mi interpretación. Los responsables de este concurso entre nuestras fronteras tienen que entender el nuevo paradigma: Eurovisión no es lo que era, es un macroespectáculo. El triunfo, está ya experimentado, es multicausal. Un gustoso engranaje de originalidad y potencia. Porque, hay que recordar el axioma, el país que gana es siempre el que más gusta esa noche. ¡Saber cómo gustar, nada menos…!
Y es que todos los años una pluralidad de visiones sobre este fenómeno continental concurren en una ciudad europea -o no- . Por este hecho, Eurovisión se enfrenta permanentemente a una revisión de su propia esencia. De ahí que todos los años en una ciudad europea -o no- haya distintas velocidades. Turquía, Grecia y Ucrania son países que se han colocado a la vanguardia durante durante esta década y son ahora quienes marcan el ritmo. Atrás queda la efectiva fortaleza sueca… Hay que renunciar de inmediato a la racista confianza en que por llevar más tiempo en el concurso, tenemos más derecho a ganarlo. España no es más país que Georgia, o Moldavia. A nosotros también nos convendría querer que nos conozcan.
Para ello se empieza aceptando que Eurovisión es una oportunidad de ilusión. Y que la ilusión mueve dinero. RTVE tiene que ilusionar este año y cerrar en positivo una década que intuimos glorificante y que no, que al final no. Paliar la deuda es una cuestión de marketing, de imagen de marca, de reinvención a la británica. Es urgente un zapatazo: pre de artista famoso y que la gente elija canción. Incluso si hay que importarlo de Colombia, o de México. América es un granero que, para vanagloria de nuestras denominaciones de origen, explotamos poco. También vale como estratagema el rescate a lo Tarantino. Qué bueno en Dublín 97.
Una regeneración. Si no, seguiremos pasándonos del 21. Sin Black Jack.
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