CALM AFTER THE STORM

Adiós a Copenhague. La quincuagésimo novena edición de Eurovisión ya es historia del festival. La ganadora Austria con Rise like a phoenix de Conchita Wurst, una excelente actuación, bajo el emblema de la esperanza y la libertad, y las medallistas Países Bajos con Calm after the storm de The Common Linnets y Suecia con Undo […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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CALM AFTER THE STORM

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Adiós a Copenhague. La quincuagésimo novena edición de Eurovisión ya es historia del festival. La ganadora Austria con Rise like a phoenix de Conchita Wurst, una excelente actuación, bajo el emblema de la esperanza y la libertad, y las medallistas Países Bajos con Calm after the storm de The Common Linnets y Suecia con Undo de Sanna Nielsen, completan el podium.

Austria ha conseguido su segunda victoria, entre Udo Jurgens y Conchita Wurst han transcurrido nada más y nada menos que 48 años, y un sinfin de fracasos, injusticias y retiradas del país alpino. Países Bajos, por su parte, ha logrado la mejor marca desde su victoria en 1975, después de 39 ediciones sin una medalla, y el justo reconocimiento al país con más tradición y seguimiento del festival. Dos resultados impensables tiempo atrás, con dos delegaciones perdidas entre el pasado y el presente del certamen, los cuales demuestran que para conseguir el éxito hay que presentar la candidatura adecuada, en el lugar y el tiempo exacto, con calidad, ilusión y trabajo.

Montenegro con Moj svijet de Sergej Cetkovic y San Marino con Maybe de la inefable Valentina Monetta también están de celebración. Ambos países han conseguido por primera vez, desde su debut en Belgrado 2008, la clasificación para la gran final. Polonia y Suiza, por su parte, logran un aceptable resultado, después de la larga travesía en el desierto, salvo algún oasis, durante la última década.

En el lado contrario de la balanza, Azerbaiyán con Start a fire de Dilara Kazimova, Grecia con Rise up de Freaky Fortune & Riskykidd, e Italia con La mia citta de Emma Marrone, cosechan el peor resultado de su historia en Eurovisión. Bélgica, Estonia y Portugal, para sorpresa de muchos, fueron eliminados en semifinales. Punto y mención aparte se merece Israel, una de las candidaturas favoritas en las casas de apuestas y votaciones, y una de las actuaciones más aplaudidas de su semifinal. El país solo consiguió la penúltima posición con 19 pírricos puntos, a cuatro votos de distancia de la que probablemente es la peor candidatura de la presente década, Georgia. La opinión de que esta propuesta bajo el nombre de otro país habría sido mucho mejor recibida ha sido muy discutida.

El papel del jurado en Copenhague 2014 ha sido duramente criticado. El televoto tiene unos defectos públicos y notorios, parte del juego, aceptados por todos como parte del encanto y la magia del festival. El jurado, sin embargo, debería velar por la calidad y la transparencia del concurso. La labor de los supuestos expertos se convierte en irrisoria cuando adolece de los mismos vícios que el televoto. Objetivamente es indignante que el cuadro moscovita reciba 64 de sus 89 puntos de sus países vecinos, y la ratonera ucraniana más de lo mismo, es curioso que San Marino otorgue 12 puntos a Azerbaiyán, quienes les devuelven después tres votos, y son irrisorias las valoraciones de los paneles armenio, azerí y ruso y el sancionado georgiano.

San Marino, un estado cuyo tamaño es proporcionalmente inverso a su ilusión, propuso recientemente una solución a este compadreo: Los jurados deberían ser elegidos por la UER. Un panel contratado por una televisión es susceptible de estar bajo la sombra de la duda especialmente en determinados territorios en los que la libertad brilla por su ausencia. Un jurado determinado por la organización, expertos o populares, daría transparencia a un panorama opaco por mucho que se publiquen los resultados persona a persona, voto a voto, y puesto a puesto. El sistema mixto de votación de jurado y televoto es el ideal pero siempre que unos y otros cumplan su función con lógica.

Copenhague 2014 nos ha dejado el mejor escenario y la mejor realización de la historia de Eurovisión, la innovación de los efectos digitales en las actuaciones de España y Rumanía, y unos excelentes presentadores e identidad visual corporativa. Un avance en la calidad artística y técnica que no ha pasado desapercibido para los los medios de comunicación, la audiencia en general y los seguidores en concreto. Una muestra del que presumiblemente será el devenir del festival en las próximas ediciones.

Todos los halagos anteriores no ocultan ciertos puntos negros de la organización y la sede. El transporte ha sido la principal queja de todos los visitantes. El B&W Hallerne, el astillero donde se construyó el escenario y el centro de prensa, ha estado situado a una hora de distancia del centro de la ciudad. Entre la parada de autobús y la entrada al recinto había otro cuarto de hora a pie, bajo el frío y la lluvia que nos ha acompañado toda la semana, entre el barro, los charcos y los socavones de un terreno sin acondicionar. La ciudad, por otra parte, tenía cierto clima de inseguridad, con lo mejor de cada casa en los puntos neurálgicos, trapicheo de droga a plena luz del día y a la cara, y mucha mendicidad y prostitución que, si bien no molesta, sorprende en un país como este. Entre lo mucho bueno, y lo poco malo, los daneses han sido unos excelentes anfitriones, siempre amables y sonrientes, con la educación y hospitalidad escandinava.

10 días de amigos, carreras, cansancio, emoción, felicidad, fiesta, magia, nervios, trabajo y turismo. 10 días de Eurovisión. Después de la tormenta, y la lluvia, siempre llega la calma.

Madrid, a 15 de mayo del 2014.

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