Como ya sabemos, este año la canción de Malta ha pasado de ser KANT a ser simplemente SERVING. Esta desaparición del plato del menú que nos ofrecía Miriana Conte no ha sido decisión suya, sino por imposición del comité de referencia de la UER, que no ha visto con buenos ojos el juego de palabras que la artista hacía con esta palabra que, aunque significa “canto” en maltés, suena también demasiado similar a “cunt”, palabra que podríamos traducir del inglés como “coño” y que, a su vez, también es un insulto.
En el grupo de referencia de la UER, Reino Unido es uno de los tres participantes con el inglés como idioma oficial (junto a Irlanda y Malta), así que, aunque no podamos afirmar a ciencia cierta que la prohibición haya venido de la BBC, no sería descabellado suponerlo como hizo el jefe de delegación maltés poco tiempo después de recibir la noticia. Esta teoría, de hecho, se refuerza si vemos el manual de la OFCOM, medio regulador de las emisiones audiovisuales de Reino Unido, que considera dicha palabra en el nivel 4 de su escala de ofensividad. Sin embargo, la pregunta aquí es clara: ¿qué le otorga a Reino Unido una mayor autoridad para decidir qué puede cantar o no otro país legalmente anglófono?
Para poder dar respuesta debemos, antes de nada, destacar que dar nombre a las cosas y, en consecuencia, decidir qué nombres son tabú y qué nombres no, es una forma de ejercer poder. Todo el mundo tiene lo que llamaremos “poder nominal”. Sin embargo, hay gente que tiene más que otra: por ejemplo, la Real Academia Española tiene más fuerza que Belén Esteban para decidir si la bechamel rebozada se llama “croqueta” o “cocreta”; también la RAE recoge “cocreta” como vulgarismo y, por ello, mucha gente evita usar esa forma. Así, la RAE consigue que la palabra “cocreta” tenga una pequeña marca de tabú.
Los tabúes lingüísticos son, en esencia, expresiones que consideramos inapropiadas. Cuando los usamos estamos dando a entender que no queremos respetar una norma social con nuestro interlocutor. Este uso puede interpretarse a veces como un intento de acercarse a quien le hablamos de forma amistosa: “oye, no hace falta que seamos tan estrictos” o, por el contrario, si nuestro interlocutor considera necesarias las normas morales, como una amenaza, un intento deliberado de ofensa.
Con este marco teórico ahora podemos interpretar la polémica con más perspectiva: la UER considera que las normas de tabús y eufemismos deben ser respetadas con tal de no ofender a nadie, mientras que Malta considera aceptable suprimirlas con el fin de transmitir cercanía al espectador.
Esta búsqueda de la formalidad y la lejanía -y en cierta manera, “oficialismo”- de la UER a la hora de tratar el festival no nos viene de nuevas. De hecho, este año tenemos muchos ejemplos de ello: hemos visto reducidas al mínimo las ruedas de prensa, no tenemos cobertura en directo de los ensayos, se ha prohibido a los artistas llevar banderas que no sean la oficial de su delegación en el desfile de banderas… Incluso se le ha insinuado a Erika Vikman que su actuación es demasiado sexual y se le ha obligado a tapar la parte trasera de su body para no enseñar tanto… body.
Este artículo iba a acabar comparando el caso de la autoridad nominal de Reino Unido sobre Malta y la autonomía nominal que tiene España pudiendo utilizar la palabra “zorra” el año pasado. Además, iba a recordar que este año la pudo traducir al inglés en la apertura de la final del Benidorm Fest como “bitch”, pero creemos más conveniente cerrarlo con este párrafo del código de conducta del festival:
“El festival de Eurovisión abraza y promueve valores de universalidad, diversidad, igualdad e inclusividad. Se espera que todo el mundo contribuya a un ambiente libre de intolerancia, discurso de odio, acoso y comportamientos discriminatorios en todas las localizaciones de eventos y escenarios del festival, incluso antes de que el festival tenga lugar.”