VILLA LOUVIGNY

Doch die Zeiger der Uhr drehen sich nur vorwärts, vorwärts und nie zurück    La dignidad es una forma de maquillar el envejecimiento. Y Luxemburgo es una ciudad aún muy digna, al menos mirándose al espejo. El barrio de la Gare Central, un ensanche al sur donde se levantó la estación de trenes, es a […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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VILLA LOUVIGNY


Doch die Zeiger der Uhr drehen sich nur
vorwärts, vorwärts und nie zurück


 

Gare Central Luxemburgo

 

La dignidad es una forma de maquillar el envejecimiento. Y Luxemburgo es una ciudad aún muy digna, al menos mirándose al espejo. El barrio de la Gare Central, un ensanche al sur donde se levantó la estación de trenes, es a todas horas un bullicio de personas con gabardinas, maletas de viaje y señoritas con diadema, recreando aquel corte de pelo que inmortalizara Anne Marie David en 1973. Al salir de la estación, a la derecha despunta la rectilínea Avenue de la Liberté. Crece una avenida que se antoja amplia, de cierto aire ilustre. Los edificios y las plazas mantienen un pulcro estilo neoclásico, y en ese entorno se suceden sedes de empresas, oficinas de la burocracia y plazas financieras. Sólo al final, cruzando el puente Adolfo que salva el río Pétrusse, uno llega a la yema céntrica del Gran Ducado. Arribando a la Avenida Monterrey, se percibe a la izquierda el rumor de calles peatonales y adoquinadas del centro histórico, y a la derecha se despliega el Parc de la Ville, donde se encuentra la pequeña Villa Louvigny, sede del Festival de Eurovisión en 1962 y 1966.

El viajero se recorre el parque y puede llegar a salirse, pensando que allí no podría estar la sede de un festival. El truco de que el parque al final fuera más pequeño de lo que auguraba el mapa es algo inherente a las ciudades medianas. Deshace lo andando y vuelve a ver un conjunto de pequeños edificios que, por eliminación, tendría que serlo. No había ningún cartel que anunciara dicha villa, así que el viajero saca de la chistera sus vagos conocimientos de francés y a un hombre que pasaba le pregunta si “c´est ici la Villa Louvigny”, obteniendo una respuesta afirmativa. Dentro, en un muy acotado aparcamiento reservado a unos pocos coches de lujo, se queda parado, admirando aquel edificio compacto, diminuto e histórico. Pensaba que allí habían tenido lugar dos festivales, embrión de un espectáculo europeo. Nada que ver con los festival del nuevo siglo, realizados en estadios, palacios de deporte y otros espacios multiusos.

Villa Louvigny

Rodea el edificio, contempla las banderas ondulantes. Villa Louvigny fue la sede de la radio luxemburguesa desde su construcción en 1953 bajo el símbolo de “Alas Leoni dedit” (“Le dio alas al león”, estampado en la fachada) hasta prácticamente 1990. Desde allí se dirigía la exitosa corporación del Ducado y se retransmitían programas de radio a media Europa, además de los eventos eurovisivos en blanco y negro, todo desde aquella torre art decó de líneas duras y sólidas. En su conocido Grand Auditórium, ya casi pieza de museo, se llevaría Isabelle Aubert su triunfo y sonaría el sentido “Llámame” de Víctor Balaguer. En ese escenario donde la orquesta se había adaptado en un lateral y las cantantes destilaban glamour, en un fondo de habitación de hotel con cortinas y ventana a una noche estrellada. Cuatro años más tarde, acogería de nuevo un festival remodelado, por donde pasaría Udo Jürgen para alcanzar la única victoria austriaca hasta la fecha. También se estrenaría Raphael, además de otras estrellas como Domenico Modugno, la polifacética Madalena Iglesias, la francesita Michele Torr, la germana Margot Eskens o Berta Ambroz, con aquella canción que luego saltaría en boca de todos por cuestiones legales con “Eres tú”.

Fue la alemana la que cantaba aquello de que las agujas del reloj van siempre para delante y nunca para detrás. Esas manecillas del tiempo también han pasado por el Ducado y ahí sólo quedan rastros de los años de la chanson. Un olor a naftalina rancia francófona impregna todos los rincones, cultivando la tradición añeja, el savoir faire elitista y el tufo grasiento a fortunas monetarias. Señoras mayores con abrigos y hombres de corbata, funcionarios de la Unión Europea. El Ducado se mece en un limbo atemporal donde la memoria de Eurovisión es sólo el recuerdo vago de algo, un concurso musical entonces interesante, cuando las cosas iban bien para los francófonos, hablantes del antiguo idioma de la diplomacia y la elegancia, pero cuyo interés se fue desvaneciendo en la bruma de los años.

 

Puente Adolphe Luxemburgo

 

 

 

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