SOBRE LA PRESENCIA DE LOS JURADOS EN EUROVISIÓN

Una nueva edición de nuestro festival favorito ha acabado y ya ha pasado el tiempo suficiente como para digerir los resultados y comentar algo al respecto. Además, ahora que Israel ha vuelto a los puestos altos, la maldición Chen Aharoni se ha roto y mi primera columna ha dejado de tener sentido. Me alegró ver […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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SOBRE LA PRESENCIA DE LOS JURADOS EN EUROVISIÓN

Una nueva edición de nuestro festival favorito ha acabado y ya ha pasado el tiempo suficiente como para digerir los resultados y comentar algo al respecto. Además, ahora que Israel ha vuelto a los puestos altos, la maldición Chen Aharoni se ha roto y mi primera columna ha dejado de tener sentido. Me alegró ver cómo prácticamente todos los países daban algún punto a ‘Golden boy’ y cómo Israel recuperaba las escenografías y los coros que tan emblemáticos fueron en algunas ediciones. Sin embargo, creo que lo más destacable de esta edición ha sido que, por primera vez, el ganador no ha sido el favorito del público.

A medida que todos los países daban sus puntos, tres países se repetían con (en mi opinión) excesiva frecuencia: Italia, Rusia y Suecia, que se disputaron el primer puesto desde el principio y se mostraron intratables con el resto de candidaturas. Al final, Mans arrasó y se lleva el festival de nuevo a Suecia. Mi opinión durante todo el periodo de votaciones fue que se trataba de una victoria merecida a todas luces para un tema moderno, fresco y agradable, perfectamente interpretado y con una puesta en escena sencillamente espectacular. Sólo cambié ligeramente de opinión cuando salieron los resultados desglosados y resultó que Europa en masa se había volcado con Il volo y le había catapultado a una indiscutible primera plaza. En ese momento, llegué a la conclusión de que tendría que haber ganado Italia… No porque ‘Grande amore’ me gustara más que ‘Heroes’, sino porque era lo que todo el continente quería.

Siempre ha habido mucha polémica en torno a los resultados del festival y  la presencia de un jurado en Eurovisión. Y de esto es de lo que me gustaría hablar: ¿es necesario que exista esa figura abstracta de ‘jurado’? Si preguntamos a países como Turquía, obtendremos un no rotundo. Si hablamos con Pastora Soler o Aminata, nos dirán que el jurado es fundamental e imprescindible. Entonces, ¿quién tiene razón? Yo voy a mojarme y voy a decir que, en mi opinión, no debería haber jurado y se debería dejar el resultado final exclusivamente en manos de la audiencia.

Ahora es cuanto me he creado unos cuantos enemigos, pero explicaré mi postura. Resulta que en 2007 el número de países de “Europa del este” en el top ten fue de… diez. A alguien se le encendió la bombillita y decidió que eso no podía ser y que los millones de votantes no podían tener en sus manos algo tan importante como los puestos en los que acababan los distintos países. Así pues, los jurados volvieron a ser una realidad. Y su poder aumentó poco a poco.

En 2008 se limitaron a reservarse una plaza de los finalistas. Gracias a ello, tuvimos a la Perelli desgañitándose en la final en lugar de los pobres macedonios (decisión razonablemente acertada, por cierto). En 2009, volvieron a tener ese poder, y gracias a ello pudimos disfrutar del precioso tema croata… Pero también tuvimos que sufrir la tontería finlandesa. Además, en la final de esta edición la opinión de los jurados valía el 50%, y con este poder llegaron los primeros aciertos, con nombres propios: Francia, Estonia y Dinamarca.

En 2010, ya tuvieron el 50% del poder de decisión también en las semifinales, algo que se viene repitiendo desde entonces. Tal vez podríamos debatir que el sistema implantado en 2013 les da más poder del que deberían, pero parece que es un sistema equitativo. Sin embargo, no puedo evitar ser escéptico al respecto, y ahora tiraré de gustos personales para defender mi postura.

Si bien acertaron al valorar positivamente a temazos como ‘Me and my guitar’ y ‘Millim’ en 2010 o ‘No one’ en 2011, también se excedieron con el primer puesto a Lituania en la semifinal de 2011, y se equivocaron al dejar fuera de la final a Croacia en 2010, a Bulgaria en 2011 o a Suiza en 2012 y 2013. Otros ejemplos de falta de criterio (siempre en mi opinión, repito) se dieron cuando en 2013 dejaron en el fondo de la tabla al tema húngaro, el más moderno de la edición, o cuando en 2014 no consiguieron que Israel, un tema sólido que puso a todo Copenhague en pie, no pasara del penúltimo puesto. En esta última edición de 2015, además de la flagrante diferencia de ganador, se columpiaron al perjudicar a Estonia (una de las mejores candidaturas, que sí recibió el apoyo merecido del público). A cambio, catapultaron a Noruega a un top ten que se merecía sin ninguna duda.

Y… ¿Cuál es la conclusión que extraemos de todo esto? ¿Que yo no estoy de acuerdo con los jurados? No lo niego, pero igual que yo no coincido con el criterio general, no creo que NADIE esté de acuerdo al cien por cien con la decisión de los “expertos”. Y es que éste es otro aspecto que podemos tratar: el hecho de que los miembros de los jurados en muchas ocasiones no son los auténticos expertos en música que nos vende la UER, sino personas mínimamente ligadas a la industria musical y que, a la postre, se basarán en su gusto personal para emitir su veredicto igual que habríamos hecho cualquiera de nosotros. O, lo que es peor, catapultarán a los puestos más altos a temas prescindibles por motivos tan aleatorios como ‘la voz’ o ‘la puesta en escena’. Y digo aleatorios porque, recordemos, Eurovisión es ante todo un concurso de canciones. Además cuando tienen que ordenar a 27 canciones, llega un momento en el que se pierde la perspectiva. Recordemos que, a diferencia de nosotros, ellos no llevan meses haciendo listas y no lo tienen ya todo masticado el día del festival, sino que ven las canciones allí por primera vez y, en esa situación, resulta mucho más difícil conseguir un orden real. Por último, tampoco voy a negar que me parece una injusticia darle a un puñado de personas, por muy expertas que sean, el mismo poder de decisión que a los miles de espectadores que cogen el teléfono para votar.

Muchos de vosotros diréis que el problema del vecinismo, el amiguismo y la diáspora se ha solucionado gracias a los jurados. En ese caso, echad un vistazo a las votaciones de los últimos años. Es cierto que Irlanda no dio un solo punto a Polonia en 2014, ni España a Rumanía en 2013, pero muchas de las grandes alianzas siguen presentes. Además, estos problemas de “vecinismo” y demás en realidad no suelen ser los que den la victoria al país ganador (salvo tal vez en 2003, y nadie dijo nada entonces) y, lo que es más, son muchos los países occidentales, los que en teoría estaban más aquejados de este mal, los que se han visto perjudicados por culpa del jurado: Suecia 2010, Suiza y Países Bajos 2012, Suiza 2013, Irlanda 2014…

Conclusión: ciñámonos a lo que opine la audiencia. No siempre estaremos de acuerdo, pero no deja de ser la preferencia de una mayoría. Además, ¿qué más da si Reino Unido da muchos puntos a Lituania? ¿Es que acaso nosotros no votaríamos a España si estuviéramos en otro país? Por no hablar de lo mucho que se enfadaron muchos españoles cuando Ruth Lorenzo se quedó sin un solo punto de Portugal, lo cual no deja de ser una especie de doble moral.

Para finalizar, qué queréis que os diga, a mí lo de poder acertar los doce puntos me gusta…

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