PRO-DIVAS Y ANTI-DIVAS

Muchos dualismos no han coexistido siempre. Suele ocurrir que primero cierto concepto surge y empieza a predominar y a imponerse de tal forma que por causa natural provoca la aparición de conceptos alternativos. Un ejemplo es el capitalismo que empezó en el siglo XVIII y durante el siguiente siglo surgió su contrapartida, el comunismo, en […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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PRO-DIVAS Y ANTI-DIVAS

Muchos dualismos no han coexistido siempre. Suele ocurrir que primero cierto concepto surge y empieza a predominar y a imponerse de tal forma que por causa natural provoca la aparición de conceptos alternativos. Un ejemplo es el capitalismo que empezó en el siglo XVIII y durante el siguiente siglo surgió su contrapartida, el comunismo, en respuesta a los abusos que el anterior estaba provocando.

No me extiendo más en mis reflexiones extra-eurovisivas. Lo anterior me sirve de marco para ilustrar una tendencia que he podido apreciar en mi corta vida eurofan (la primera vez que ví Eurovisión fue en 2002, y empecé a visitar con regularidad esta web a finales de 2008). La tendencia de la que hablo es aquella característica del colectivo eurofan de admirar profundamente a cantantes femeninas con canciones pop-dance o baladas, con fuerte presencia escénica y lucimiento de voz, que no falte. Vamos, lo que comúnmente conocemos por estos lares como “divas de ventilador”.

Cuando empecé a meterme de lleno en el mundo eurofan, estábamos en la difícil decisión de elegir a Soraya o a Melody y los Vivancos. En esta web, la gran mayoría de usuarios ya había desautorizado virtualmente a la segunda para representarnos por ser “la de los gorilas” o “antigua”, Soraya era el símbolo de la modernidad y tenía que ir ella (como si desde el “Spain is different” aún necesitáramos quitarnos tópicos de encima). Cualquier comentario de apoyo a Melody era menospreciado y se daba por hecho que si ganaba Melody es que TVE había hecho tongo. Y la euforia desatada durante los meses siguientes a la elección de Soraya no admitía tampoco desacuerdos de ningún escéptico, España iba a arrasar y punto pelota. Joven, inseguro y cobarde que era entonces, me abstuve de entrar en esa carnicería para mostrar mi apoyo a Melody.

Como todos sabemos, nos pegamos el Sorayazo padre, y desde entonces, he podido apreciar cierto cambio de tendencia en el colectivo eurofan. Cada vez más gente ya no quería las típicas suecadas. Cada vez más gente valoraba a países que apostaban por estilos de música poco vistos en eurovisión. Aquí en España, preferimos enviar a Daniel Diges en vez de a Coral, a Lucía en vez de a Melissa. Aunque sigue siendo la tónica general infravalorar a determinadas apuestas alternativas (por ejemplo, Georgia 2011), ésta va tendiendo a menos, lo cual a mí me agrada y mucho, pues como todo el que me siga un poco sabe, estoy plenamente a favor de apostar por la variedad y la originalidad de estilos, no anclarnos en fórmulas más que quemadas.

Sin embargo, últimamente percibo que el sector que apuesta por dejar atrás a las divas (anti-divas de aquí en adelante) se está radicalizando. Esto se ha visto claramente en la elecciones de El Sueño de Morfeo (me niego a usar siglas), Who See, Koza Mostra, Cascada… Ya no se puede expresar que cierta canción distinta no te gusta sin que alguien diga: “es que si no es una diva de ventilador ya no os gusta”. O si muestras tu contentamiento con cierta canción de corte comercial: “qué predecibles sois los eurofans, siempre tirando por las divas”. Pienso que esta forma generalizada de desacreditar la opinión de los demás es tanto o más despreciable que la “censura” de los pro-divas de antaño.

¿Estoy pidiendo respeto para los pro-divas?

Pues no. Por una sencilla razón: las categorías de gusto musical “pro-diva” y “anti-diva” no existen. Son sencillamente construcciones simplistas para despotricar contra los gustos ajenos. Gustos musicales hay tantos como personas. Querer dividir el gusto musical en dos categorías es tan absurdo, simple e inmaduro que el tratar de dividir la ideología de la sociedad entre “moros” y “cristianos”, o “fachas” y “rojos”.

Me pongo por ejemplo a mí mismo. Aquellos que me conozcan por mis comentarios o por mis anteriores columnas dirían que soy un “anti-diva”. Sin embargo…

– En 2009 me gustó LoveBugs y también me gustó Yohanna. Pero no me gustó ni Chiara ni Patrick Ouchène.
– En 2010 me gustó MaNga y también me gustó Safura. Pero no me gustó ni Hera Bjök ni Malcolm Lincoln.
– En 2011 me gustó Raphael Gualazzi y también me gustó Nadine Beiler. Pero no me gustó ni Dana International ni Zdob si Zdub.
– En 2012 me gustó Pasha Parfeny y también me gustó Ivi Adamou. Pero no me gustó ni Gaitana ni Rambo Amadeus.
– Y en 2013 me gusta Koza Mostra y también me gusta Cascada. Pero no me gusta ni Natália Kelly ni Andrius Pojavis.

Ya no está tan claro si soy un pro-diva o un anti-diva, ¿verdad? Visto está que esa visión dual del gusto musical está muy lejos de la realidad, así que desde aquí me gustaría  que se abandone tal infantil división a la hora de opinar.

Y lo de expresar la opinión de uno con respeto y no despotricar contra gustos ajenos me parece que ya está de más decirlo en personas adultas.

Espero que os haya gustado mi columna y ya sabéis, sentiros libres de opinar en los comentarios.

¡Hasta pronto!

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