OLA, NO ESTÁS SOLA

Acabamos de saber que Malmö ha sido finalmente la ciudad designada para celebrar el Festival en 2013, y la noticia no ha estado exenta del esperado revuelo dentro del entorno eurofan cada vez que se anuncia un cambio en las reglas del concurso, o una decisión que vaya en contra de las previsiones. Malmö está […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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OLA, NO ESTÁS SOLA

Acabamos de saber que Malmö ha sido finalmente la ciudad designada para celebrar el Festival en 2013, y la noticia no ha estado exenta del esperado revuelo dentro del entorno eurofan cada vez que se anuncia un cambio en las reglas del concurso, o una decisión que vaya en contra de las previsiones.

Malmö está considerada la tercera ciudad más importante de Suecia, por detrás de Estocolmo y Göteborg, y como muchos saben ya fue sede de Eurovisión en 1992, el año de las Olimpiadas de Barcelona, el año del comienzo del triplete irlandés que todavía no ha sido superado, y el año en el que Frank Naef (aquel elegante suizo con el que muchos crecimos y que no perdió su flema ni durante la votación turca de un festival celebrado en Roma que habría firmado el mismísimo Fellini) anunciaba su retirada y próximos cambios en el formato del concurso para dar cabida a las nuevas incorporaciones del Este tras la caída de la Unión Soviética.

Posteriormente hemos sabido que Frank Naef decidió dejar su cargo viendo la que se le venía encima y no acabando de asumir los cambios a introducir. Si algo caracterizó su mandato al frente del Festival una vez que echamos la vista atrás, es la seriedad y el encorsetamiento al que lo sometió, de tal forma que en 15 años no evolucionó absolutamente nada.

Además este señor fue el responsable entre 1977 y 1978 de implantar la obligatoriedad de cantar en idiomas oficiales del país, lo que supuso de forma fulminante que Eurovisión quedase completamente al margen de la realidad musical de su tiempo durante décadas, puesto que en muchísimos países es muy normal que sus mejores artistas canten solamente en inglés y no hay más que comprobar sus listas de éxitos.

Muy diferente fue el mandato de su predecesor, el famoso Mr Brown al que Laurita Valenzuela preguntaba repetidamente qué hacer con el premio de 1969, y que no tenía ningún reparo en modificar el reglamento de un año a otro si era conveniente y al que hay que reconocerle el periodo de mayor esplendor, popularidad y éxitos del Festival.

Y es que hasta hace pocos años, lo habitual era que el Festival no se organizase en la capital del país sino en ciudades más pequeñas, no sabemos si con ánimo de promocionarlas aprovechando la difusión del certamen, porque resulta más sencilla la organización y la seguridad en una ciudad más pequeña, o por ambas cosas. 

Los últimos llegados al Movimiento de Liberación Eurofan sólo han conocido festivales celebrados en auditorios colosalistas para dar cabida a un nuevo tipo de público que bota sobre sus asientos y grita como si no hubiera un mañana mientras una cámara robotizada le sobrevuela durante 0,86 segundos. Eso y también el televoto, ese sistema de puntuación al que culpar de que no tenemos futuro como Rappeles Eurovisivos y que muchos olvidan que en su día fue adoptado precisamente como solución al problema de los jurados que reinaban antes, aunque esto último merecerá otra columna dedicada (y delicada).

En cualquier caso, toda la evolución del Festival en la última década se debe, para bien y para mal, a Svante Stockselius, que hizo lo posible por convertir a Eurovisión en una especie de proyección internacional del Melodifestivalen sueco, atando como nunca antes toda la producción del evento para que el Festival pareciese siempre lo mismo, estuviera celebrado en Grecia, en Ucrania o en Noruega. Muchos ignoran que Eurovisión, en la practica, está desde hace años siempre organizado por los mismos, con los mismos decoradores, y casi los mismos equipos técnicos, de forma que el país anfitrión casi solamente tenga que encargarse de las medidas de seguridad. Por eso no es de extrañar que para la gente no eurofan, Eurovisión parezca idéntico todos los años.

Sin entrar a juzgar todo esto y al margen de los cambios positivos intriducidos bajo el reinado del sueco Stockselius, es innegable que con respecto a otras décadas Eurovisión como programa de televisión ha perdido algunas cosas: desde cierto glamour hasta la espectación por descubrir cada año un programa completamente distinto en su forma al de las ediciones anteriores, según qué país lo organice.

Otro tipo de festival es posible sin renunciar a las cosas buenas logradas últimamente. Creo que de hecho acabaremos viendo una nueva evolución en los próximos años a medida que Jon Ola Sand, el nuevo jefazo, se asiente en su cargo y reoriente el devenir del certamen para los próximos años. Y en este sentido, quién sabe si al margen de las razones oficiales dadas para no celebrar el Festival en otras ciudades, el nuevo responsable no tiene en mente un Eurovisión alejado de estadios exagerados para volver a auditorios un poco más selectos.

Quién sabe también si fruto de la crisis, que afecta a todos los países europeos y a sus televisiones públicas, la UER no ha decidido amoldarse a la situación real, recortando gastos y previendo un panorama para 2013 con países que no puedan seguir pagando las millonadas que pagaban hasta ahora para participar.

Y quién sabe si la UER no ha previsto también que cada año viajen menos eurofans a la ciudad anfitriona con respecto a las masas de los últimos años. De hecho el auditorio de Azerbaiyán tuvo que ser rellenado con la green room de los artistas porque no llegaba a venderse todo el aforo.

Todo esto son especulaciones porque se trata de cuestiones que no podemos conocer al estar fuera de nuestro alcance, pero lo que está claro es que lo último que pretende la UER es hacer nada que no vaya en favor de su mimado programa y que las decisiones que toma las tiene más que estudiadas y nada se deja al libre albedrío.

Volviendo al tema de los estadios y los aforos, no hay absolutamente ninguna relación entre aforo o tamaño del auditorio, y espectacularidad del show. Ni siquiera el tamaño del escenario percibido por televisión tiene por qué verse afectado por un auditorio más pequeño:

Skonto Hall de Riga en 2003

Skonto Hall de Riga en 2003

La edición de 2003, una de las mejor realizadas y más aclamadas de los últimos tiempos, se celebró en el Skonto Hall de Riga cuyo aforo después de la construcción del escenario se quedó en 3.500 asientos. Estambul 2004 rondó los 6.000. La edición de 1996 en el Spektrum de Oslo y su record de 8.000 asientos se vendió a bombo y platillo. Si nos remontásemos a las ediciones de otras épocas seguramente alucinaríamos.

Auditorio del Palais du Centenaire en 1987

Malmö Arena, sede en 2013

Resumiendo, la gente puede estar tranquila que la UER y la SVT sueca sabrán organizar en 2013 una edición por lo menos igual de atractiva que las anteriores.

¡Hasta la próxima!

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