No debemos cerrar los ojos

El eurofan tiende a convertirse en un ser positivo por naturaleza, hasta el punto que a veces defiende lo indefendible. Yo soy el primero que cuando se trata de salvarle la cara al eurofestival, se rompe la espalda buscando argumentos que justifiquen las bondades del concurso ante aquellos detractores que, mayo tras mayo, se ceban […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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No debemos cerrar los ojos

El eurofan tiende a convertirse en un ser positivo por naturaleza, hasta el punto que a veces defiende lo indefendible. Yo soy el primero que cuando se trata de salvarle la cara al eurofestival, se rompe la espalda buscando argumentos que justifiquen las bondades del concurso ante aquellos detractores que, mayo tras mayo, se ceban en el certamen calificándolo de casposo, soez, aburrido o incluso pasado de moda.

Cada año se repite la misma historia, hay que aguantar a unos cuantos medios de comunicación que despotrican del festival los dos días antes de que se celebre y, si España no queda bien, también dos días después de que se desarrolle el concurso. Vale, a eso nos tienen más o menos acostumbrados y los soportamos cada año porque luego se olvidan del festival y si te he visto no me he acuerdo.

Pero la lluvia de críticas, comentarios y puñaladas que ha sufrido el certamen este año ha sido mucho mayor, torrencial si cabe hasta el punto de que todavía da sus últimos coletazos y amenaza con riesgo de inundaciones.

Y por mucho que nos empeñemos algunos eurofans en decir que ya estamos otra vez con lo mismo, tenemos que agachar por primera vez la cabeza y reconocer que hay algo que se está haciendo mal. Nadie cuestiona el triunfo serbio, pues Molitva es una gran canción, de corte balcánico muy a gusto del seguidor tradicional del festival, y la voz de Marija, así como la actuación de su coro, fue excepcional.

Sin embargo creo que negar la evidencia del problema que supone el voto vecinal e inmigrante es querer defender lo indefendible, como cuando España lleva un bodrio al certamen y todos nos empeñamos en pensar que tenemos posibilidades (y con esto me refiero a otros años, no a este, en el que reconozco que aunque los Nash no eran santos de mi devoción, realizaron una actuación más que digna).

El caso es que afirmar que si contamos sólo los votos de los países occidentales, como se está argumentando en algunos foros, el resultado de Eurovisión sería similar al que se ha producido, no me resulta convincente. Si tomamos el ejemplo de la votación española, dominada por la población inmigrante de Rumania, Ucrania y demás, lo veremos claro. Un país occidental que vota al Este, siempre, lleve lo que lleve. Eso no quiere decir que sean las mejores canciones.

Se ha escrito mucho sobre estos temas y creo que es la hora de que la UER tome cartas en el asunto, si no quiere ver cómo algunos países históricos abandonan el festival. Se hablan de posibles soluciones. Yo personalmente creo que un jurado de ciudadanos anónimos y el televoto, al 50%, podría servir para reducir, al menos en parte, el voto inmigrante, no tanto el de afinidad cultural, pero éste no lo veo negativo, sino más bien positivo.

Sin embargo, me da que la UER no está por la labor de renunciar al suculento pastel que suponen las llamadas en masa y los sms que engrosan sus arcas, puesto que el jurado y telefoto al 50% supondría una merma de participación ciudadana importante, al menos a nivel económico.

Pero esa postura inmovilista me parece tan absurda como la de promover nuevos concursos como el del Eurobaile al estilo del horrendo programa con el que TVE nos amargaba cada lunes. Creo que van a terminar cansando al público con formatos que no interesan demasiado. Pero estos programas dan dinero, suponen mensajes y llamadas, que es lo que al final le importa.

El eurofan siempre defenderá Eurovisión y, con el, a la UER, pero esta vez no podemos cerrar los ojos ante lo que se torna un problema de máxima gravedad.

Un saludo a todos.

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