Los ceros clamorosos en Eurovisión (Primera parte)
Estadísticamente sacar un cero era muy fácil en los años cincuenta y sesenta, pero menos de los setenta en adelante, cuando se cambió el sistema de votación. Porqué no recordar a esos pobres sacrificados del marcador. Artistas que se vieron ignorados por un triste resultado, siempre discutible, en los gustos de los jurados y votantes a lo largo de la historia.
Un cero significa nada en el sentido estricto de la palabra, es decir, como si no hubieses cantado. Así se deberían sentir aquellos artistas que obtuvieron esa terrorífica cifra. Algunos lo tomaron con sabiduría y deportividad, pero otros se llevaron un gran disgusto. Para evocarlos me remito a la cronología pura y dura. Muchos recordarán algunas de esas actuaciones por la cercanía de los años, otros vivieron el suceso por televisión o disponen de los vídeos antiguos. Sea como fuere, hay que reflexionar sobre el tema y pensar que a veces hemos dicho que ese cero era merecido, pero otras nos hemos asombrado.
De 1956 a 1961 dio la casualidad que nadie quedó con cero. Lo más bajo era ser último con 1 punto, el de la vergüenza que se dice en el argot callejero. Pero en 1962 se cambió el sistema de votación y sólo se podían dar puntos a tres canciones por país en forma de 3, 2 y 1. De esta forma ese año quedaron cuatro países con un cero. España con Víctor Balaguer y “Llámame”, muy tímido y compungido en su actuación intentando imitar el estilo de crooner con una balada poco definida. Lástima porque tenía una voz formidable. Fud Leclerc por Bélgica con “Ton nom”, y eso que este señor era la cuarta vez que competía, sin suerte nunca. Ya no lo volvió a intentar desde luego. Eleonore Schwarz con “Nur in der Wiener Luft” por Austria, quizá tanto gorgorito y traje pomposo la hizo resaltar para peor. Los clónicos holandeses De Spelbrekers con su compulsiva melodía titulada “Katinka” parecían que se habían tragado una escoba por los estirados que estaban. No es de extrañar que con tanto circo se llevase el primer premio Isabelle Aubret y el segundo François Deguelt, no había color y eso que las comparaciones son odiosas.
En 1963 otros cuatro ceros, para Holanda, el segundo consecutivo, Noruega, Finlandia y Suecia. Ese año los nórdicos sufrieron mucho. Quizá por eso se unieron para votar a Dinamarca que ganó con Grethe y Jorgen Ingmann. Aunque el reparto se hizo más equitativo, se votaba a cinco canciones en forma de 5, 4, 3, 2 y 1, hubo países ignorados. Algunos con temas preciosos como el caso de Holanda con Anni Palmen que cantó “Een speeldoos” que era como una nana envolvente de audición exquisita. Suecia llevó un tema culto, con melodía de jazz puesto en una voz profunda y rotunda como era la de Monica Zetterlund en la canción “En gang i Stockholm”. El montaje hecho con la actuación recordaba las películas de Orson Welles. En cambio Noruega con Anita Thallaug y “Solhverv” o Finlandia con Laila Halme y “Muistojeni laulu” eran canciones algo más mediocres que pasaron inadvertidas en medio del elenco tan fantástico de artistas que hubo esa edición como Nana Mouskouri, Françoise Hardy, Emilio Pericoli, Esther Ofarim y Alain Barrière.
Cuatro ceros más en 1964, y es que arrasó Gigliola Cinquetti con 49 puntos y el segundo lugar, Matt Monro sólo tuvo 17. Para las demás limosnas. Se daba votos a tres canciones, con 5, 3 y 1. Alemania con la yeyé y marchosa Nora Nova tuvo un cero con “Man gewoehnt sich so schnell an das schoene”. Una pena porque era un tema estupendo, quizá avanzado a su tiempo. Portugal que debutó con Antonio Calvario y la sentida “Oraçao” y no se llevó nada, como tampoco Sabahudin Kurt por Yugoslavia con “Zivot je skopio krug” y la archifamosa Anita Traversi que representaba a Suiza por segunda vez, la primera fue en 1960, cantando en italiano “I miei pensieri”. Incomprensible lo de Anita ya que su canción era del estilo preferente en Eurovisión a la hora de recopilar votos. Es posible que despistara algo a los jurados el que un momento después de cantar Anita tuvieron que desalojar a unos manifestantes que llevaban pancartas en contra de las Dictaduras de Franco en España y Salazar en Portugal. En una grabación en directo, porque imágenes no hay que se sepa, se oyen unos ruidos estruendosos. España cantó en último lugar detrás de la suiza y el belga Robert Cogoi.
Tremendo, pero en Nápoles 1965 también hubo otros cuatro roscos. Se concedían puntos sólo a tres canciones, 5, 3 y 1, y casi todos los cincos eran para la pizpireta France Gall por Luxemburgo y Kathy Kirby del Reino Unido. Para España, dura realidad con nuestra salerosa Conchita Bautista, según prensa española “incomprendida porque odiaban en Europa nuestro arte” o por lo menos no lo entendían. Conchita dijo que se fue a llorar al camerino porque ella puso el corazón en su tema “¡Qué bueno, qué bueno!”. El segundo intento se le atragantó, pero en España ella siguió triunfando, menos mal. Otros tres ceros para la alemana Ulla Wiesner con “Paradies, wo bist du?”, segundo consecutivo para este país que ya se estaba poniendo algo nervioso con la racha tan mala que llevaba, Liza Marke por Bélgica con “Al het weer lente is” y Viktor Klimenko de Finlandia con “Aurinko laskee lanteen”. Como el ’63 fue un año difícil, había mucha calidad y esos temas no destacaron. Estaba Guy Mardel, Udo Jürgens y Bobby Solo, por poner un ejemplo.
Tras esos cuatro años negros, llegó algo de respiro en 1966. Sólo dos países no tuvieron puntos. Se trata de Mónaco con Tereza, nacida en Yugoslavia, muy famosa en Francia e Italia. Cantó “Bien plus fort” y a pesar de soltar un buen chorro de voz no gustó a los jurados. Volvió a Eurovisión en 1972 representando a su país y quedó mejor, novena con 87 puntos, por lo menos fue un alivio para tan destacada figura de la canción. Aunque lo más injusto y clamoroso fue el cero que tuvo Italia, su primer y único de la historia, con Domenico Modugno y “Dio come ti amo”. Era inconcebible porque ese tema además de ser una preciosidad y estar muy bien interpretado fue un éxito meses antes y después del Festival. En la preselección estuvieron defendiéndolo él y Gigliola Cinquetti. Quizá ella hubiera quedado mejor en Luxemburgo, no se sabe. Se empezaba a castigar a las figuras de la canción. Buscaban caras nuevas y éxitos fáciles para el triunfo. Por eso los grandes cantantes ya consagrados empezaron a replantearse ir a Eurovisión. Causaba terror quedar en ridículo en los temidos marcadores.
Cambiaron el sistema de votación en 1967 volvieron a repartir 10 puntos como se quisiera para los temas que más gustasen. Eso abría el abanico. Como en la etapa inicial de 1957 a 1961 era difícil que nadie te diera ni un sólo punto. Pero en Viena ese año la joven Geraldine por Suiza tuvo un cero con “Quel coeur vas-tu briser?”. Lo cierto es que la chica soltó un gallito tremendo al final de la canción con un desafine horrendo, algo que hubiera provocado la risa si no fuera porque en el fondo te daba pena pensar que a la pobre se le fue el tono por los prados danubianos.
Hasta 1970 no hubo otro cero. Raro para el que lo obtuvo, máxima figura de la canción en Francia, el Reino Unido y muy conocido en España por hacer famoso el tema “Oh lady Mary”. Se trata del guapísimo David-Alexander Winter que representó a Luxemburgo con un vals acompasado titulado “Je suis tombe du ciel”. Los años setenta ya empezaban a pasar de las melodías clásicas y se buscaban nuevos elementos tras el bombazo de Massiel, Salomé o Lulú. Los ritmos pegadizos estaban en boga, aunque en el ’70 hubo de todo y el primer lugar se lo llevó una balada interpretada por una desconocida llamada Dana, dejando fuera de sitio la cursilería de la estrella británica Mary Hopkin o el divismo de la germana Katja Ebstein.
Hubo un respiro porque hasta 1978 no hubo otro cero. El motivo es que cambiaron en esa etapa tres veces el sistema de votación. Desde 1975 se dan los votos como actualmente, de 1 a 8, 10 y 12. Es difícil que nadie te dé nada. Pero si piensas que a París ’78 fue el noruego Jahn Teigen con la payasada del siglo, no es de extrañar que esto ocurriese. Jahn destacó por sus enormes gafas de señora, el pelo teñido y despeinado, los pantalones que le venían cortos unido al jueguecito que se trajo con los tirantes para cantar “Mil etter mil”. Menudo show y menuda canción, psicodélica del todo. Alguien en España lo comparó con Ramocín, que justo por entonces era el “Rey del Pollo Frito” y no iba de intelectual como ahora.
Y hasta aquí los ceros de los sesenta y setenta. Dejo de los ochenta en adelante para el próximo capítulo. No os lo perdáis.
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