LA REINE EST MORTE!

Me siento muy desarraigado. Es como cuando Geri mandó a criar malvas a las Spice Girls. O como cuando murió Lady Di. Eurofans, Anabel Conde… Ha caducado. Y no lo digo yo, lo dice el televoto. Quizás sea lo único que quede por comentar de una gala al fin decente en la que TVE ha […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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LA REINE EST MORTE!

Me siento muy desarraigado. Es como cuando Geri mandó a criar malvas a las Spice Girls. O como cuando murió Lady Di.


Eurofans, Anabel Conde… Ha caducado.


Y no lo digo yo, lo dice el televoto. Quizás sea lo único que quede por comentar de una gala al fin decente en la que TVE ha sido responsable resolviendo las gravísimas consecuencias de sus a veces tan temerarias decisiones. Anabel Conde, la dama de la eterna espera, no movilizó “a sus mayores fans, los eurofans”. Honestamente, eran muy pocos los que la veían en el Telenor Arena con un tema de giros desfasado y simples. A pesar de su perfecta afinación, su camaradería con las cámaras y su ínclito chorro de voz, Sin Miedos acabó uniéndose a una retahíla de fracasadas intentonas tan abundante como desoladora. Tantos congresos forjando su mito y tantos mimos a su devota legión para que al final, en la final, un jurado que la conoce de refilón la valore más que el público.

La trayectoria de Anabel Conde tras Dublín, y de ahí lo admirado de su figura, no ha sido más que un repertorio de tesones sin premio, una suma sin el resultado esperable: que si Dabel, que si Roel, que si los coros de Andorra, que si la reserva de Polonia, que si dos discos sin éxito y no tres por miedo de discográfica, … No sirvió dando apoyo a su Cristina ni rondando en secreto a los encargados del dedazo en 2006. Y así, por esta línea, no ha sido extraño -sí denigrante- encontrársela en Identity como personaje incógnita, encontrársela rebautizada como una Anabel Alonso víctima de una laxitud colectiva que nunca le ha permitido emerger, o encontrársela, en definitiva, en la cara de sorpresa de los presentadores que descubren en sus tarjetas que esa otra cara que no les suena de nada quedó segunda en 1995.

¿Todo el que pasa por la calle que le dedicó Fuengirola sabe quién fue, qué cantó o cómo quedó? Tanto estoicismo el suyo… ¿Cuántas personas pueden llegar a tararear a la semana el Vuelve Conmigo que, inexplicablemente, la condenó a un silencio abrupto y definitivo? Porque ésa ha sido siempre la gran incógnita de una generación de eurofans que la ha estudiado como un caso inédito; la misma generación que ha celebrado cada nueva intentona de la malagueña anhelando su renacimiento definitivo, su urgente ajuste de cuentas con la fama.

Pero no, ya sabéis. A esta generación se le ha echado de pronto una década y media encima, y resulta que la nueva no cree en la inmortalidad de aquel himno de amor desesperado firmado por el mejor Purón. Y menos en su cantante. El pasado lunes, el público enterró a Anabel Conde en un elocuente puesto por encima de John Cobra, la coordenada definitiva que ha confirmado que, en temas de Eurovisión, Anabel Conde venía trazado una caída y no una estabilidad sin despegue.

Hoy, concedédmelo, me dejo llevar por una dulce melancolía y presiento que no, que Anabel Conde no volverá más con nosotros porque nosotros -otros- hemos firmado su relevo por otra mártir

(Coral, supongo)

aunque alguna noche algún vals nos vuelva a arrastrar al centro de una pista

donde sentir el vacío.

Vive la reine!

 

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