IMPRESIONES POST-EUROVISIÓN 2019

Este año llego con un poco de retraso (otra vez), pero estos meses son buena época para hacer balance de la última edición y, ya de paso, matar la sequía eurovisiva. Por eso, no podía dejar de escribir mi ya habitual columna post-Eurovisión. Admito que no sé por dónde empezar. ¿Reconociendo que he metido la […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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IMPRESIONES POST-EUROVISIÓN 2019

Este año llego con un poco de retraso (otra vez), pero estos meses son buena época para hacer balance de la última edición y, ya de paso, matar la sequía eurovisiva. Por eso, no podía dejar de escribir mi ya habitual columna post-Eurovisión.

Admito que no sé por dónde empezar. ¿Reconociendo que he metido la pata a lo grande con algunas de mis predicciones? ¿O con mi sempiterno alegato en contra de los jurados? Es una difícil decisión, pero este año seré bueno y humilde y dejaré a los jurados en paz durante un par de párrafos.

Y es que, aunque el año pasado acerté unas cuantas cosas, en esta edición me he columpiado bastante. Por ejemplo, con mi predicción de un batacazo noruego o de un último puesto para Francia. Por un lado, Bilal consiguió pulir su candidatura y sus dotes interpretativas de una forma admirable. Aunque en la preselección me horrorizó, y más después de haber batido a mi favorita Seemone, al final, sacó oro de una actuación que acabó convenciendo a jurados y televoto en mayor o menor medida, al menos lo suficiente para esquivar el último puesto que le había vaticinado y quedar en una respetable 15.ª posición. En cuanto a los noruegos, creo que nunca me había alegrado tanto de haberme equivocado en una predicción. El hundimiento de los jurados no fue de la magnitud que yo preveía y el público reaccionó muy bien a una canción que, admitámoslo, era de las mejores de la noche (aquí no puedo ser muy objetivo, Spirit in the sky ha estado en mi top 3 desde que ganó la preselección noruega).

También me columpié con el buen puesto que había pronosticado para Miki. Era inevitable pensar que toda Europa se contagiaría de la alegría de La venda y no creo que nadie se esperara el batacazo que nos llevamos en los jurados. A pesar de la buena aceptación en el televoto (decimocuarta posición, incluso habría llegado al noveno puesto con otros sistemas de votación), el jurado no vio en nuestra candidatura nada destacable y solo Rusia nos concedió un solitario punto, que al menos le valió a España para no acabar última, puesto que injustamente ocupó Israel.

Dicho esto, no puedo posponer durante más tiempo mi habitual crítica a los jurados tal y como está planteado el sistema actual. Evidentemente, la clasificación final no será nunca como nosotros queramos y reconozco que el jurado debe valorar las candidaturas desde un punto de vista técnico y musical, no dejándose llevar exclusivamente por los gustos como sí podemos hacer los legos en la materia. No obstante, me sigo resistiendo a llamar profesionales al puñado de individuos que dan sus puntos desde cada delegación. No pueden ser profesionales los cinco jurados armenios que, sorprendentemente, ponen a Azerbaiyán en último lugar; ni los cinco jurados serbios que se enamoraron de la canción de Montenegro. Tampoco creo que un jurado deba sentirse impresionado por puestas en escena que poco o nada tengan que ver con la canción ni valorar negativamente temas más marchosos solo por el hecho de serlo. Por último, me parece muy grave que algunos (varios) de ellos votaran AL REVÉS y que otros, como ha ocurrido en España, sean personajes públicos solo tangencialmente relacionados con el mercado musical y que, oh, sorpresa, largan de Eurovisión a la primera de cambio.

¿Creo que es una mala idea que haya jurados? No, lo cierto es que no. Simplemente, no tienen (mi) credibilidad tal y como está planteado el sistema Y, por supuesto no abogo por la supresión de los jurados porque esté enfadado por la posición de España. Llevo pensando que son una lacra para el festival ya desde hace mucho tiempo (para más información, tengo unas cuantas columnas publicadas al respecto en esta misma página).

Además, todos sabíamos que lo de La venda podía pasar. Siempre hay canciones que, por algún motivo desconocido, consiguen un puesto muy diferente del que se esperaba de ellas. Mientras que algunas acaban arriba contra todo pronóstico, otras se hunden en la tabla inexplicablemente, como ya nos tocó sufrir con Barei en 2016. En cierto modo, es parte de la magia de Eurovisión y tal vez no tenemos que justificar que España acabara en el penúltimo puesto de los jurados. ¿Tuvo Miki un peor directo que Serhat? No. ¿Acaso tiene Michael Rice más carisma sobre el escenario? Tampoco. ¿Fue mejor la puesta en escena de Alemania? Ni mucho menos. ¿Es La venda peor canción que todas las demás? Sinceramente, diría un rotundo no. Simplemente, no hubo suficientes jurados que pusieran a España en los puestos altos como para recibir más puntos.

Dicho esto, tampoco quiero justificar a TVE. Miki ha sido un representante de 10 y creo que todos podemos estar orgullosos de la candidatura de este año. Sin embargo, creo que TVE una vez más no le dio al festival la importancia que se merece, y lo volvió a relegar a la condición de subproducto de Operación Triunfo. La preselección fue bastante chapucera (y hasta tuvimos que soportar la desidia de algunos de los propios concursantes, por no decir de muchos) y tal vez lo único destacable fue contratar a Focas como responsable de la puesta en escena. Les felicito por ello, pero al mismo tiempo creo que deberán trabajar más y mejor, y desde una etapa más temprana. Por suerte, parece que me han hecho caso y este año tenemos representante desde octubre. Además, se trata de Blas Cantó, un favorito personal mío y de muchos eurofanes, a juzgar por el excelente puesto que obtuvo en la última Elección Interna que organizó esta misma página.

Volviendo a esta pasada edición, no puedo pasar por alto unos cuantos highlights. Para empezar, estoy eufórico con la victoria de Países Bajos. Duncan tiene una voz mágica y un carisma sobre el escenario que bien merecieron la victoria del que, por otra parte, era el mejor tema de la noche (siempre en mi opinión). Hay otros muchos países a los que tampoco puedo dejar de aplaudir. Por ejemplo, a Suiza, que nunca se ha rendido y por fin ha conseguido un puesto digno, a Macedonia del Norte, que ha apostado por la calidad sin envoltorios y se ha llevado su primer top ten en una final, o a Italia, que a pesar de un accidentado Sanremo se llevó la medalla de plata y el mayor éxito comercial de la edición. Hubo otros muchos países que arriesgaron, con mayor o menor suerte (Islandia, Eslovenia, Grecia, Portugal…), que se mantienen por el buen camino, también con mayor o menor suerte (Hungría, Bélgica, Estonia) o que una vez más han demostrado un interés que necesariamente tiene que dar frutos (Suecia, Australia, Azerbaiyán).

A grandes rasgos, me atrevería a afirmar que esta edición ha sido una de las mejores de la historia reciente y, como ya he comentado en varias ocasiones, parece que el festival evoluciona en la buena dirección. Cada vez son más los países que se lo toman en serio, que apuestan por grandes intérpretes y que acaban viendo su recompensa. Insisto, tal vez el jurado es una lacra para la diversidad que tanto buscamos (al menos lo seguirá siendo si siguen poniendo a las canciones más innovadoras o diferentes en los últimos puestos), pero no parece haber una solución evidente a corto plazo. Por ello, como también he dicho en más de una ocasión, lo mejor que podemos hacer es seguir disfrutando de nuestras candidaturas favoritas, independientemente de su puesto, y esperar con ansia la temporada eurovisiva 2020.

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