GUÍA PARA HUIR DE LOS TIPOS (Y ENCONTRAR EL TRIUNFO)

Safura reafirma con su versión definitiva, su videoclip y su coreógrafa de Beyoncé, una intención clara en Oslo: representar los intereses de las radio fórmulas, globalizar Eurovisión. De un lado, ella encarna una suerte de Rihanna paneuropea. Del otro, un triunfo de Drip Drop supondría la por muchos anhelada estandarización del festival y, consecuentemente, la […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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GUÍA PARA HUIR DE LOS TIPOS (Y ENCONTRAR EL TRIUNFO)

Safura reafirma con su versión definitiva, su videoclip y su coreógrafa de Beyoncé, una intención clara en Oslo: representar los intereses de las radio fórmulas, globalizar Eurovisión. De un lado, ella encarna una suerte de Rihanna paneuropea. Del otro, un triunfo de Drip Drop supondría la por muchos anhelada estandarización del festival y, consecuentemente, la por otros tan temida pérdida de su especificidad sonora. Un Azerbaiján fresco, con ganas y una perspectiva descontaminada del mítico concurso puede silenciar el recurrente schlager con una estocada melódica basada en el sempiterno hit americanizado. Esto es, Safura y los suyos pretenden sustituir la típica canción festivalera por otro tipo, uno defendido como de mayor calidad pero que enmascara intereses exclusivamente mainstreams y que sólo ha triunfado una vez en Eurovisión, en 2008. Drip Drop pone en la tesitura al telespectador de votar por una canción normal, como las que puede escuchar en su coche y que deben gustarle y que debe comprar y a cuyos cantantes debe idolatrar. Es más, Drip Drop puede llegar a interrogar al telespectador sobre su adhesión al rol consumista que la sociedad capitalista le fuerza a cumplir.


La noche del 29 de mayo, Azerbaiján puede silenciar a aquellos fieles melancólicos que recuerdan que el festival es un concurso musical protagonizado por televisiones -y públicas-. Puede acallar a los puristas que prefieren un una intervención efectista a una canción estándar, un pseudofolk Europeo a una descarada importación. No sé qué es lo apropiado, si cumplir y dejarse llevar por esta perversa época y rentabilizar la factoría Eurovisión, o velar por una esencia desfasada y promover otras candidaturas más tradicionales como la de Armenia. Es la polimorfia de este certamen: encantadora, curiosa y disfuncional.


Podemos plantear el debate en otros términos, aunque las dudas siguen siendo las mismas: ¿Azerbaiján es un paso más en la evolución del festival o es una nueva línea sucesoria? ¿Cómo de lejos cae de la acorazada sensibilidad eurofan un posible Bakú 2011? ¿Tanto como el Believe sobre hielo? Y es que, mientras que la comunidad eurófila se ha apropiado, enorgullecido y rebozado en el triunfo de Alexander Rybak , ¿cuántos pudieron entusiasmarse con el de Dima Bilan? ¿Una Safura ganadora revelaría en el eurofan una descafeinada sensación de previsibilidad, o son sus dotes de diva las que pueden condonarla?


El eurofán clásico, el reflejo del festival, su adalid y su paladín, la medida de todas las cosas… Cuántos quebraderos de cabeza. Yo no me reduzco a ser un eurofán clásico, ni un eurofán. En mí conviven muchas y muy variadas inclinaciones musicales. Y no es motivo de orgullo porque no soy excepción. En muchos de vosotros, también, aunque le pese al Mauro Canut de su elocuente y quijotesco blog que adora convertir en monstruo y caricatura al tópico eurofán típico. El indie que a mí me gusta es agresivo -por definición y por marca- con lo comercial y con lo eurovisivo. De ahí que me surja la necesidad de defender la canción más originalísima, de mayor interés vocal y musica, y una de las más sorprendentes de estas últimas superpobladas ediciones: Estonia.


La sirena me derrite. Es una cuestión de devoción, supongo. Inexplicable por tanto. Hay varios algos sobresalientes en la manera de mirar el certamen este año desde Tallin: la colaboración entre el cantante y los coristas, la apuesta por melodías y ruidos nuevos, el vídeo a lo Gondry y una negación asumida de lo que se espera de unos concurrentes festivaleros. Quizás sea eso lo que más me gusta, que son capaces de ir a Eurovisión precisamente para desmontar las expectativas del espectador y dar a la emisión una calidad extra. Malcolm Lincoln no (nos) ataca, (nos) dignifica.


Tres posibilidades: la comercial-radiofórmula, la eurovisiva (schlager+folk) y la indie. Tres polos que, una vez definidos, podemos encontrar en la playlist mezclados en una sola canción, en estado de hibridación, creando pactos electorales y candidaturas conjuntas. What For?, por ejemplo, es una canción que podrían cantar tanto las Bangles de Eternal Flame como Emiliana Torrini. Eurovisión también funciona por analogía.


Turquía, que apostó fuerte eligiendo a un grupo puntero como los maNga, pasará este año por Oslo con una banda premiada por la MTV pero con una canción compuesta y elegida para Eurovisión. Y como los otomanos, hay otra serie de candidatos que aseguran buen puesto, pero no triunfo. De un lado, Israel o Eslovaquia son opciones muy encerradas en su propia tendencia, muy respetuosas con el gusto de un público-búnker eurovisivo. Del otro, Dinamarca o Suecia llaman a una filiación más numerosa y comercial, pero sin ofrecer muchos alicientes… De ahí que de In A Moment Like This se haya comentado más su efectiva puesta en escena. Rusia o Lituania representan intentos fallidos por la parte alternativa que, de haber afinado un poco más, podrían haber sido curiosos y dignos casos.


La tan vanagloriada Lena es la que más posibilidades tiene de ganar en Oslo porque contenta -aunque sin pasiones- a los tres bandos. Respectivamente, es número uno en Alemania, cae cerca de triunfadoras como France Gall o Anne-Marie David y tanto voz como orquestación tienen carisma alternativo. Si en la noche del 29 -y éste es el punto álgido- consigue llamar la atención sin ofender a ninguna de las tres grandes doctrinas, se lleva el festival.

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