DIMINUTOS SALVAMENTOS DE UN 2013 MONÓTONO

Una de las mejores cosas del sistema de semifinales que este año cumple sus primeras diez ediciones es la gran cantidad de canciones que participan. Una de las peores, precisamente, es la gran cantidad de canciones que participan. Cuando llega el momento de escuchar, baremar y escoger lo mejor, el oído detecta la misma, abundante […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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DIMINUTOS SALVAMENTOS DE UN 2013 MONÓTONO

Una de las mejores cosas del sistema de semifinales que este año cumple sus primeras diez ediciones es la gran cantidad de canciones que participan. Una de las peores, precisamente, es la gran cantidad de canciones que participan.

Cuando llega el momento de escuchar, baremar y escoger lo mejor, el oído detecta la misma, abundante y pesada morralla que suena igual entre sí todos los años: lo
mismo que un eco atrapado rebotando en las paredes de una oscura gruta moldeada por y para el pretendido gusto festivalero.

Si algo nos ha enseñado Loreen (algo que ya apuntaban Alexander Rybak y Lena) es que un concepto claro y coherente es mucho más eficaz para convencer en tres minutos a toda Europa que utilizar una y otra vez los mismos clichés, las mismas rimas. Dios, soy incapaz de encontrar las siete diferencias entre lo que algunos países proponen hoy y lo que propusieron hace diez años.

Sin embargo, ese empecinamiento por la redundancia de muchos deja a la vista opciones capaces de sobresalir con personalidad propia de la homogénea planicie en que a veces se convierte el paraje eurovisivo. A ciegas, pues nos falta por conocer la mitad correspondiente al espectáculo que acompaña a cada canción y que acaba marcando sus posibilidades, estas son las únicas islas que yo soy capaz de percibir:

1.) Negar la contundencia de Francia como una de las opciones más atractivas de Malmö es de no estar en la realidad. El desgarro y despecho con el que canta Amandine Bourgeois este tema debería encourager a los galos para volver al top 10 que solo han catado una vez en esta última década.

2.) Hablar de grandes voces y no mencionar a la Tyler es una afronta estúpida a la historia de la música. Para sorpresa de los siempre ultrapatriotas británicos, su
órdago no es contestado por las casas de apuestas, que ni de lejos plantean su apuesta como ganadora. Salvo sorpresas de última hora -¿quién podía esperar que el bueno de Engelbert destrozaría sin piedad su propia canción el año pasado?-, la sorpresa la puede dar el Reino Unido. No olvidemos, eurofanes, que esta es la única
concursante (re)conocida unánimemente en todo el continente.

3.) Algunos habláis de que el topo puede andar este año por los Países Bajos, que la versión neerlandesa de Lana del Rey pasará de sobra a la final y allí se merendará a
alguno. Soy escéptico. A mí ciertos giros de su canción me recuerdan más a la banda sonora de, por ejemplo, Mulán -lo mismo Ucrania o Georgia, que no entiendo qué
tiene de original un in crescendo de tres minutos-. No obstante, si, como muchos aventuráis, Anouk se deja llevar en esa tensión por la mitad más indie y descarta
vestidos barrocos y fondos de pajaritos, tendrá el viento a su favor.

4.) Pero para indie lo de Hungría. Me consta que la mayoría estáis deseando decirle a su cantante, literalmente, Bye Alex, pero vengo a poner en valor la intentona naïf
de un país siempre a contracorriente. Evocadora, cercana y sin pretensiones. Tres adjetivos que coronan esta propuesta compuesta conscientemente en contra de lo que
muchos esperan que debe llevarse a Eurovisión. Desde esa perspectiva, merece mis mejores deseos. Malta, que parte de tesis parecidas y más comunes, suena antañuza, a ya hecha, más que a algo digno de llamarse Tomorrow.

5.) Un estilo que ha venido ganando terreno en el festival ha sido la electrónica, o, mejor dicho, su construcción más comercial, el electropop, hoy tan transversal que
suena tanto en la Máxima FM como en Radio 3 o Los 40. En Eurovisión, Euphoria ha terminado de abrir el camino a un género siempre bien recibido por sectores muy
diversos de la población. Resulta curioso pensar que ciertas canciones son tan ambivalentes que las pinchan tanto en discos canis, como locales de pachangueo, antros pretendidamente alternativos o fortalezas gays. Este año, Irlanda, Alemania o Bélgica coquetean, cada uno a su manera, con este subgénero del que la líder indiscutible es Noruega. Muchas esperanzas recoge la rubísima Margaret con su tema al mismo tiempo oscuro y brillante, apocalíptico y vital, que sabe heredar lo bueno de la importantísima tradición electrónica nórdica. Su desconcertante letra, visceral a veces, estratosférica otra, busca recoger el testigo del triunfo en país amigo.

6.) Sus vecinos Suecia y Dinamarca también parten bien situados. Del primero, lo entiendo: el optimismo de su melodía, la humildad del cantante, la claridad de una
composición arreglada para impresionar. Del segundo, me cuesta algo más. Si bien tiene muchos ingredientes para quedar sobradamente bien, no se me escapa que Only Teardrops es una canción hecha solo a base de estribillo y con tres o cuatro notas que, hasta la fecha, Emmelie de Forest no puede asegurar que vaya a entonar.

7.) Eso sí, puestos a ensalzar lo cutre y excesivo, volvamos un año más a reparar en Montengro -con permiso de la defenestrada Imperija macedonia-, que presenta una mezcla entre rap blanco tipo white trash y una voz femenina eurodance trilladísima. Y si esto no les vale, no se lamenten ustedes. Siempre quedará el animado recurso ska que este año se viste con los colores de Grecia.

 

¿Y España? Solo un golpe de suerte puede hacer brillar una canción bienintencionada que nadie, ni TVE, se empeña en salvar del inmediato olvido.

Si habéis llegado hasta aquí, gracias. Hacía mucho que no abría la boca, y de ahí esta verborrea -agradecédsela al gran Jonache, que me ha sacado del silencio-. Vuestro es ahora el turno de palabra. Estoy esperando ansioso argumentos a favor de Italia o San Marino, por ejemplo, que cambien mi opinión sobre el sopor que me producen. Os escucho.

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