DEBATE DEL ESTADO DE EUROVISIÓN

¡Zeuyín, ya he vuelto!   Sus señorías eurovisivas:   Con tanta crisis de por medio no podíamos dejar pasar la oportunidad de ver un atisbo de crisis en nuestro querido festival de Eurovisión. Sí, venga, vamos a hacer un poco de tertulianos y analicemos qué está pasando en el Festival de la Canción de Eurovisión, […]
Publicado el día 03 de diciembre de 2020
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DEBATE DEL ESTADO DE EUROVISIÓN

¡Zeuyín, ya he vuelto!

 

Sus señorías eurovisivas:

 

Con tanta crisis de por medio no podíamos dejar pasar la oportunidad de ver un atisbo de crisis en nuestro querido festival de Eurovisión. Sí, venga, vamos a hacer un poco de tertulianos y analicemos qué está pasando en el Festival de la Canción de Eurovisión, aquel que comenzó en 1956 y que ahora no lo conoce ni la organización de radio y televisión europea que lo parió.

 

¿Por qué no gana España? Pues porque no nos lo merecemos, así de simple. Cuando un ente público no sabe promocionar las virtudes o la calidad del representante que llevamos, es normal que encontremos chiringuitos expuestos a la lapidación de votos. España no es menos que otro país participante, el problema es que el ente público que asume dicha responsabilidad no es capaz de gestionar como es debido una participación de este tipo, mucho menos lo sería de organizar el festival de Eurovisión en tierras hispanas.

 

Televisión Española encuentra en este festival una situación paradójica: por una parte momento de máxima audiencia indiscutible, pero por otra, posibilidad de -si hace las cosas bien- tener que organizar un evento que queda lejos de la tradición de grandes despliegues mediáticos y de escenografía a los que los españoles estamos acostumbrados (GP, partidos de fútbol o premios cinematográficos no tienen nada que ver con lo que supondría la gestión y organización de un festival de Eurovisión). Pero este debate ya está muy “debatido”, de hecho es puro batido de ideas. Nuestros intérpretes son buenos ¿cuándo se sabrá promocionarlos más allá de los Pirineos? ¿Cuándo se apostará por una puesta en escena propia del siglo XXI?

 

¿Cuántos países participan? La tira, y a mi juicio, es algo criticable. La intención primordial del festival consiste, o al menos consistía, en fomentar la promoción de jóvenes talentos de canción ligera (concepto ambiguo donde los haya) así como el acercamiento de “Europa” a Europa. Ahora todo esto se ha convertido en un sistema complejo, únicamente comprensible para aquellos que seguimos el festival. Tanto país, tanto tipo de voto, inglés por doquier, y lo más importante, ausencia de promoción de los artistas. Creo que las grandes casas discográficas deberían participar en este formato, invertir y poder ofrecer la posibilidad de promocionar a los artistas, que no siempre tiene por qué ser el ganador.

 

Además, una participación tan masiva de tantos países -ya sean europeos o de la cuenca del sur del Mediterráneo- hace imposible prestar atención a las canciones. ¡Quién es capaz de ver dos semifinales y una final! Pues nosotros, los seguidores de siempre, pero no el vecino de turno que quiera entretenerse viendo el festival. A esto debemos añadir la torpeza que siempre achacamos a los sistemas de voto. ¿Acaso San Marino tenía las mismas posibilidades de enviar votos que Alemania? Sí, vamos, que votan 100 personas y sus 12 puntos valen lo mismo que las 20.000 mil que hayan votado en otro lugar… Pero claro, el discurso de la voluntad popular debe esconder el de la extracción económica.

 

El jurado, pese a quien le pese, es a priori, la única fórmula que permite emitir votos equitativos, es decir, todos los países tienen el mismo número de votantes. Por lo que eso del 50% tampoco me convence. Ahora, claro ¿quién debería componer el jurado? Pues yo vuelvo a lo mismo, los profesionales e incluso responsables de entidades discográficas y musicales que además de “entender” pueden ver filón promocional en un intérprete. No nos engañemos, el festival no puede ser una celebración de buenas intenciones, sino un formato que entretenga y sirva de trampolín para intérpretes que deseen promocionarse.

 

Por otra parte, el festival ha perdido calor humana en favor a la tecnológica. Sé en qué tiempos vivimos pero esto hace que el festival se aleje cada vez más de aquellos que quieren ver Eurovisión, porque no nos engañemos, en nuestra memoria televisiva Eurovisión es un logotipo, unas canciones, unas imágenes que, aunque no queramos repetir año tras año, sí queremos encontrar conexión entre las ediciones sucesivas.

 

Los presentadores, antaño máximos exponentes de profesionalidad de la casa televisiva anfitriona, ahora no son más que meros monigotes que hablan constantemente en inglés simplificado y a lo sumo francés (no nos engañemos, cuatro palabras: Bonjour, Merci beaucoup, bienvenu, l'Eurovision). Sólo aparecen al principio, para lucir extraordinarios trajes, un ratito para el intermedio y al final, para comenzar con las votaciones y luciendo otros modelos. Además, cuantos más chillidos peguen más “mejor”. Y eso, ahora las votaciones…

 

Si todos aprendimos a que no se tiene que decir Inglaterra para referirse al Reino Unido, a decir “Guayominí” o a interpretar simultáneamente los nombres de los países de Europa en combinatoria inglés-francés; ahora nos tenemos que contentar con ver tablas de números pasar rápidamente -momento que aprovechan los portavoces para hacer en ocasiones el ganso-, por eso de que son muchos países y no hay tiempo para dar tantos votos, mejor el 8, el 10 y el 12. Aunque claro, es pura ficción, pues desde el momento en que se cierran las líneas ya se sabe quién es el ganador. ¿Por qué no hacemos las cosas bien? Los votos en condiciones, para mantener la tensión, aunque una docena de técnicos ya sepan quién ha ganado. Que los presentadores se curren el inglés y el francés y que hagan sus guiños en otros idiomas para justificar por qué han sido elegidos para hacer tal lidia. ¿No echáis de menos el calor de presentadores pasados? Me refiero a esa calidez de hacerte sentir y formar parte del evento, de que eres espectador de un espectáculo VIP.

 

Ahora, en mi opinión, todo es más rápido, sin personalidad, apenas da tiempo a ver quién nos ha votado, quién ha votado a quién o a soñar con los 12 puntos de uno u otro país. A esto se le suma el comentarista casposo de turno que hace alarde de sus conocimientos cognitivos para decir que Chipre o Grecia se darán 12 puntos. Sólo basta con leer el periódico, ver el telediario o tener un poco de cultura geopolítica para saber qué vínculos existen entre países, máxime si hablamos de televoto (donde vota la gente). No es ningún mérito presuponer que un país eslavo votará a otro o que Rusia y Bielorrusia se intercambian puntuaciones.

 

Y para terminar esta columna veraniega, de expresión total y subjetiva, voy a hablar de para qué más podríamos utilizar el festival de Eurovisión. Somos conscientes de la repercusión mediática que este evento tiene. Los países del Este, muchos de ellos dictatoriales (Bielorrusia), necesitan esta fuga como agua de mayo para dar opio al pueblo (quien cree que su país mola). No voy a ser soberbio, España misma se regocijó en su La, la la al quitar la victoria a los “ingleses”, hecho que dio al régimen franquista un aire “moerno”. Yugoslavia en 1989 y 1990 se creyó europea por primera vez. Pero Eurovisión ha tomado tal fuerza mediática que debe hacer uso de la misma para promover determinados valores humanitarios y civiles. Desde 1998, el colectivo LGBT vio una ventana de libertad y expresión con la victoria de Dana International (quien se llevó un batacazo este año y no asume que ya forma parte de la historia eurovisiva difícil de reinventar o volver a repetir). La celebración de Eurovisión supone ingresos incuestionables en la ciudad anfitriona, algo difícil de rechazar y por lo que países como Rusia hacen la vista gorda si para ello se tiene que dejar un poco abierto el armario de la libertad aunque sólo sea para una semana.

 

Los responsables de la EBU-UER y de la organización del festival deben asegurar, ante todo, esta diversidad, libertad de expresión y “diálogo intercultural”, que tienen que respetarse y para nada amoldarse a lo que imponga el país o la ciudad que alberguen el evento. Lo digo por Azerbaiyán, con quien podría hacerse mucho para los azeríes que sufren la represión por intentar ser libres, o mejor dicho, ser ellos. Seamos, pues, conscientes de qué tenemos entre manos y qué podemos hacer para que Eurovisión siga siendo un evento musical, cuya fuerza mediática sea utilizada para un fin que no quede sólo en momentos “frikis” o reportajes absurdos sobre los participantes más estrafalarios. Ya que podemos, hagamos de Eurovisión un referente que dure más que unas horas del mes de mayo.

 

¡Feliz verano a todas sus señorías eurovisivas! Gracias por leerme, pues reconozco que la columna es espesa en tema. Os deseo mucha energía para comenzar septiembre, el curro, los estudios o lo que os hayáis propuesto.

 

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