Balance y boicot de Eurovisión 2019: El enemigo no estaba fuera, sino dentro de casa
Israel fracasa en trasladar la imagen que quería a sus visitantes y potenciales turistas y realiza un discreto festival a nivel local. Un año después del triunfo de Netta con la divertida Toy, la gran euforia israelí se ha ido diluyendo mes a mes, desgastándose por toda la maquinaria política hasta el momento crucial, la celebración de Eurovisión 2019 a lo largo de las últimas dos semanas. La 64ª edición del festival europeo apuntaba a ser una de las más memorables. Israel, tras 20 años de espera, acogería con mucha ilusión su celebración donde esperaba mostrar una imagen más amable, inclusiva y abierta que la que aparece en los telediarios. El propio Benjamín Netanyahu, primer ministro del país, no dudó desde la misma noche del triunfo en Lisboa que éste sería el escenario ideal donde vender esta versión de Israel. Lo que nadie esperaba es que, apenas seis meses después, sería el mismo gobierno el que tirase todo el trabajo por la borda.
LA RELACIÓN ENTRE LA KAN Y EL GOBIERNO
La cadena pública israelí y organizadora de Eurovisión 2019, KAN, nació tras el cierre de la histórica IBA. Un nuevo canal público que, inicialmente, carecería de servicios informativos. La Unión Europea de Radiodifusión fue clara al respecto: si la nueva televisión pública quiere formar parte de la red europea debe respetar el derecho a la información de los ciudadanos y ciudadanas israelís. Ante este tajante mensaje, el gobierno dio el brazo a torcer en el último momento, el de su fundación, y la cadena finalmente incluyó informativos en su parrilla. Este hecho marcó desde un inicio las tiranteces entre el ejecutivo y la cadena, y que, posteriormente, se evidenciarían con la producción del festival.
LA FIANZA, GRACIAS A UN BANCO
La KAN apenas cumplía un año de emisión cuando su delegación consiguió la cuarta victoria en Eurovisión. La plantilla, casi toda venida de la antigua IBA, rebosaba ilusión por poder producir el mayor programa de televisión del mundo y quería poner toda la carne en el asador. Pero desde el inicio el gobierno no lo puso fácil. Durante el primer paso, entre julio y agosto, retrasó las negociaciones hasta el último momento para el ingreso de la fianza marcada por la UER para asegurar así la realización del festival en Israel. La KAN necesitó llegar a un acuerdo con un banco para hacerlo efectivo, ya que el gobierno sólo se puso en disposición de ayudar en el caso de extrema urgencia.
YO A JERUSALEM Y TÚ A TEL AVIV
A partir de ese momento el engranaje de Eurovisión 2019 comenzó a funcionar en las oficinas del canal público, pero no desistieron los problemas. El siguiente paso fue concretar la sede para comenzar realmente a trabajar en qué tipo de festival se quiere realizar, bajo qué infraestructuras y qué presupuestos. De nuevo el gobierno -y la mayoría de los partidos políticos- quiso influir en la decisión, que únicamente debía atañer a la KAN y la propia UER. Netanyahu reivindicó y presionó en el seno de la cadena para que Jerusalem, la capital que él reivindica para Israel, fuese la anfitriona. Quería dejar claro su poder sobre la ciudad y darle altavoz a la supuesta capitalidad de la histórica localidad.
Pero las propuestas presentadas por cada ciudad y la insistente mano política sobre Jerusalem sólo hizo más que alejar la posibilidad de que ésta acogiese la superproducción. La UER escogió en septiembre a Tel Aviv. La mayormente reconocida capital se llevó el privilegio y un enfado por parte del ejecutivo estatal, que vió perdida su oportunidad de reivindicar la capitalidad de su urbe más poblada. Es más, se vió en la tesitura de aceptar que quien se llevaría el mérito sería la metrópole presidida por el socialista Ron Huldai a apenas unos meses de las elecciones estatales.
“MONTAMOS TIENDAS DE CAMPAÑA”
La preproducción del festival pudo comenzar a trabajar duro a partir de la segunda quincena de septiembre tras cerrar ciudad y complejo donde acogerlo. La ilusión por llevar a Israel parecía intacta a pesar de dos episodios anteriores, donde el gobierno no salió bien parado y la cadena no acababa de librarse de preocupaciones ajenas a ella. Durante el otoño se concretó un presupuesto previo en base a qué tipo de festival se quería realizar, y se proyectaron el público y los beneficios potenciales según los últimos festivales y el atractivo de Tel Aviv. Las cifras eran muy positivas tanto para la ciudad como para el país. Habría que prepararse para lanzar esa imagen que tanto tiempo se estaba esperando.
Los hoteles y apartamentos comenzaron a recibir muchísimas revervas desde la confirmación de la sede que, sumadas con las previas de muchos de los seguidores y seguidoras, hizo generar la sensación de que se podrían llenar todos los complejos en muy poco tiempo. El precio por pernoctación, a la par, se disparó. Ante tales atractivas proyecciones, el ayuntamiento y empresas hoteleras plantearon la posibilidad de instalar tiendas de campaña de primera categoría, con camas y aire acondicionado, ante el mar, junto al paseo marítimo. Se seguiría vendiendo esa imagen tan playera de la ciudad a la vez que se ofertarían plazas hoteleras a bajo coste para compensar la falta de camas. La idea era perfecta.
CORTE DEL GRIFO
Pero el golpe de gracia y que cambiaría el futuro de la 64ª edición del festival estaba a punto de llegar. Ni todo el gobierno había sido proclive a acoger el festival en Israel y saltarse el shabbat, ni menos aún que el evento lo acogiese Tel Aviv y no Jerusalem por petición expresa de la UER. A pesar de las conversaciones de la KAN con el gobierno, donde se aseguró un gran montante para sacar adelante la producción, llegó el invierno y el ejecutivo dió marcha atrás. No habría una partida extra. Eurovisión tendría que salir adelante con el presupuesto de la cadena, los patrocinadores y las entradas. “¿Qué hacemos ahora?”, se preguntó alarmada la cadena pública.
RECALCULANDO INGRESOS
La primera ficha de dominó se cayó y ya no hubo vuelta atrás. Una KAN acorralada, a menos de seis meses para Eurovisión, se vió en la tesitura de recalcular ingresos sin medias tintas y sólo vió una salida: cuadruplicar el precio habitual de las entradas. Se pasó de una posible compra de categoría baja para las tres galas para Eurovisión por unos 150-200 euros en total a más de 800 euros. El efecto llamada para visitar un país “exótico” para Europa con un primer festival acompañado por playa, mucha fiesta y ambiente gayfriendly se convirtió en un efecto huída.
Pero la burbuja de la ilusión y la ambición israelí ante un evento tan interesante y atractivo como Eurovisión pesó más que la realidad. Se pensó que las y los seguidores del festival seguirían dispuestos a viajar a Tel Aviv. Se siguió adelante con el plan, planteando un inmenso espacio para la Eurovillage, una gran nave para el Euroclub y un potente cartel para el Eurocafé.
EL FLOP DE LAS ENTRADAS
Tras más de un mes y medio de retraso las entradas salieron a la venta el 28 de febrero, sólo dos meses y medio antes del festival. Miles y miles de fans se unieron a una cola virtual que parecía que agotarían las entradas de las galas en apenas unos minutos. Nada que ver con la realidad. La gran final tardó casi dos horas en vender todas las entradas del recinto del escenario, mientras que la Greem Room, ubicada esta vez en una nave colindante, nunca llegó a completar su aforo. Las propias galas de semifinales tampoco consiguieron colgar el cartel de completo, aunque rozaron el lleno gracias a promociones de última hora e invitaciones varias. ¿Dónde están las miles de personas que iban a rebosar Tel Aviv? La KAN siguió confiante aún sabiendo del caro precio de las entradas y pensó que dos meses y medio eran tiempo suficiente para compensar la falta de venta de entradas. Craso error.
¿Y LA SEGURIDAD?
Cuando todo parecía ya un problema llegó una nueva mala noticia desde el gobierno apenas a un mes del festival. Se negaba a costear el alto precio de la seguridad de la ciudad y el país durante las dos semanas del festival. En plena escalada de provocaciones a lo largo del último año entre Israel y Palestina, el ejecutivo pensó en escurrir el bulto. Pero esta vez la red europea no se anduvo con tituveos. La UER envió directamente una carta al gobierno exigiendo total seguridad para todas las personas que se desplazarían al país, de delegaciones, pasando por la prensa hasta los visitantes. De nuevo, la corporación tuvo que aceptar la situación y costear algo tan básico como la seguridad durante el evento.
MAYO, EL MOMENTO CRUCIAL
La confianza en que la venta de entradas y reservas en aviones y hoteles se levantase conforme llegaba la fecha fue el clavo ardiendo de la KAN y la capital israelí. Pero la realidad fue otra. La propia prensa del país fue la que, arrancando mayo, dió una de las cifras más crueles y poco creíbles en un festival como Eurovisión si no fuese por el alto coste por asistir en esta edición: Sólo se esperaban 4.000 visitantes. Una cifra muy alejada de las 30.000 personas que viajaron a Lisboa 2018. El jarro de agua fría empezó a derramar.
MUCHO CARTEL PARA TAN POCO PÚBLICO
La prensa y seguidores que vivieron las dos semanas de Eurovisión que acaban de concluir percibieron desde el primer momento que la idea inicial de Tel Aviv 2019 no se ajustaba a lo que estaban viendo. La gran fiesta continua con espacios llenos de gente de toda Europa y Australia fue un espejismo. Un inmenso Euroclub, que inicialmente ni cubría los servicios mínimos habituales como un ropero o la aceptación del pago con tarjeta, abrió para un público que ni cubría la tercera parte de su aforo. Mientras, por su parte, el Eurocafé, que competía con el propio Euroclub, abría en una zona alejada del centro de la ciudad, casi en los suburbios. Las supuestas 4.000 personas que viajaron para el festival tuvieron que considerar el pago de un alto precio para asistir a alguna de las dos fiestas, que compitieron entre ellas con carteles importantes e, inesperadamente, muy similares, algo inusual. La ansiada noche israelí se quedó a medio gas, alejada de la imagen previa de los visitantes.
TEL AVIV SALVA LA EUROVILLAGE
El único espacio que se salvó de la quema fue la Eurovillage. El grandísimo espacio dispuesto para conciertos, comer, bailar y charlar funcionó de manera muy positiva durante toda la semana. El acceso gratuito y dentro de la propia ciudad junto a la playa hizo que los vecinos y vecinas de la ciudad se uniesen a la fiesta eurovisiva que tenía lugar cada tarde hasta llegar la medianoche o vivir cada una de las tres galas del festival. De esta manera, la implicación de la ciudadanía local fue la que salvó uno de los puntos neurálgicos del festival de 2019.
CONCLUSIÓN: ¿BOICOT INTERNACIONAL? NO, LA POLÍTICA ISRAELÍ
Las incesantes llamadas al boicot al Eurovisión de Israel podrían haber hecho daño a la edición de 2019, pero lo cierto es que la inmensa mayoría de los seguidores y seguidoras del festival han vivido con normalidad la actualidad y su interés, centrados en la música y todo lo que envuelve anualmente la esfera eurovisiva. El castillo de naipes en que se convirtió Tel Aviv 2019 no se derrumbó debido a ningún boicot, o al menos no a un boicot internacional. La cartas fueron cayendo estrepitósamente debido a la maquiavélica manera de ver el festival desde un punto de vista político y despojándolo de un sustento económico básico del que luego sacar un gran beneficio en el sector turístico y de servicios. La ilusión y ambición israelí no fue suficiente para compensar esa carencia y enfrentarse a la superproducción europea, que ha vivido una de sus ediciones más pobres a nivel local.
Conversación
Para los que no nos hemos desplazado a Israel, el show ofrecido fue lo único en lo que nos podemos basar. Y, para mi gusto, fue un acierto (exceptuando el largo intervalo entre actuaciones y votaciones). El escenario, los presentadores, el grafismo y todo lo que se vio por televisión le daban mil vueltas a Festivales anteriores. Y, sobre todo, al Festival de 1999 en Jerusalén (que fue verdaderamente antiguo para su época). Por cierto, muy buen artículo. Eso sí, la capital de Israel sigue siendo Jerusalén.